MADRID / La JONDE fantástica… ¡y olé!
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 15-X-2023. Joven Orquesta Nacional de España; Gordan Nikolic, concertino-director. Obras de Borodin, Beethoven y Berlioz.
Vaya por delante: el concierto que se marcó el domingo la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en el Auditorio Nacional de Música de Madrid fue fantástico, espectacular, un concierto de esos que no se olvidan. En el programa había obras de tres compositores consagrados: en la primera parte, la Obertura del Principe Igor de Alexander Borodin, completada y orquestada por Alexander Glazunov, y la Gran fuga, op. 133 de Ludwig van Beethoven en un arreglo para orquesta de cuerda del compositor y director de orquesta austriaco Felix Weingartner; en la segunda, la Sinfonía fantástica, op. 14 de Hector Berlioz.
El nivel musical de la JONDE, mal que les siente a algunos, está muy por encima del de muchas orquestas profesionales. Anoche pudimos comprobarlo. Llamó mucho la atención que los músicos de la orquesta tocaran de pie, con la excepción de los violonchelos, contrabajos y tuba (por razones obvias de peso). A uno se le vino enseguida a la cabeza la orquesta MusicAeterna de Teodor Currentzis. La gran diferencia, sin embargo, es que no había un Currentzis que dirigiera a la JONDE. De hecho, no había director. Bueno sí, el veterano violinista serbio Gordan Nikolic, concertino de la Sinfónica de Londres y director artístico de la orquesta BandArt. Quiero decir que Nikolic hizo las veces de concertino y de director. Lo verdaderamente interesante, no obstante, no es que no hubiese un director con batuta subido al podio en las dos primeras obras de la primera parte —con orquesta más reducida—, sino que tampoco lo hubiera en la segunda con la Fantástica de Berlioz, compuesta para gran orquesta. Asalta enseguida la gran pregunta, ¿para qué sirve un director de orquesta? Pues para los ensayos. La JONDE demostró anoche que una orquesta puede perfectamente tocar sola —y a un nivel difícil de superar— obras de gran complejidad.
Cuando uno ve tocar a la JONDE, ve a un grupo de músicos, de jóvenes maestros, que disfrutan de lo lindo con lo que hacen y así lo transmiten al público. Un resultado excelente. Aunque no nos engañemos, para llegar ahí previamente se ha tenido que hacer un trabajo de preparación enorme. La labor que hizo Nikolic es, desde luego, una maravilla. Consiguió que la orquesta fuera un ser vivo. Encomiable, por supuesto, es también el trabajo de los profesores Goran Gribajcevic (violines), David Quiggle (violas), Margreet Bongers (fagotes) o Zoran Markovic (contrabajos). ¡Cómo suenan esos violonchelos, esos trombones, esas trompas, esa percusión!
La Obertura de Borodin fue toda una declaración de intenciones: «Miren ustedes, aquí estamos, así tocamos y a ver quién lo supera; que lo disfruten». Siguió la Gran fuga de Beethoven con la sección de cuerdas de la JONDE. Obra difícil ya para un cuarteto de cuerda, cuánto más para una orquesta. Hubo momentos maravillosos: se oían claramente todas las voces. Por poner alguna objeción, quizás la orquesta se desacompasó un tanto en algún pasaje. No obstante, el resultado fue sobresaliente.
Tras el descanso, llegó el plato fuerte: la Sinfonía Fantástica. Si Berlioz hubiera resucitado para escuchar a la orquesta, se habría quedado sin manos de tanto aplaudir. La JONDE sonó equilibrada, sin estruendos, con unos sforzandi magníficos, con unos pianissimi delicadísimos, con unos crescendi de vértigo, con unos trémolos emocionantes, con unos pizzicati precisos, con sonoridades y timbres cuidadísimos. Cada uno de los cinco movimientos de la sinfonía destacó con un carácter distinto. Después del segundo movimiento, Un baile, el público aplaudió, pero no por desconocimiento, como ocurre muchas veces, sino porque era muy difícil no aplaudir la estupenda interpretación que hizo del vals la orquesta. Hay que destacar también los dúos de oboe y corno inglés en el tercer movimiento: mención especial muy merecida para Maria Victoria Muñoz y Robert Silla.
El concierto podría haber concluido perfectamente con la Fantástica, pero ante una orquesta literalmente arrodillada después de casi dos horas de pie y un público en pie ovacionándola, los músicos decidieron regalar dos fabulosas propinas: la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel y una obrita con un sabor indiscutiblemente español, el pasodoble taurino Amparito Roca compuesto en 1925 por el catalán Jaime Texidor en un espléndido y divertido arreglo de José Luis Turina, que esta temporada es compositor residente del Centro Nacional de Difusión Musical. La JONDE fantástica… ¡y olé!
Michael Thallium
(fotos: Rafa Martín)