MADRID / La Italia de Hugo Wolf
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 18-VII-2022. Wolf: Cancionero italiano. XXVIII Ciclo de Lied. Anna Lucia Richter, mezzosoprano. Christian Gerhaher, barítono. Ammiel Bushakevitz, piano.
Completando los ciclos de cancioneros wolfianos, tras España tocó el turno de Italia. Se trata de dos libros que suman 46 canciones compuestas entre 1890 y 1896, tomando como textos versiones alemanas de diversas fuentes italianas. No hay un capítulo reflexivo y religioso, como en el caso español, sino un mundo secular movido por personajes, viñetas, pequeñas historias, escenas francamente escénicas y momentos de hondura sentimental, anhelos amatorios, pérdidas y nostalgias. En fin, la comedia humana.
Wolf todo lo uniformiza con un arte especialmente resolutorio en la brevedad y la pequeñez. A ello contribuyen sus decisiones armónicas que podríamos denominar tristanescas pues recurren a las divagaciones tonales y las cláusulas melódicas de la obra wagneriana. El resultado es una suerte de recitación vocal con minúsculos gestos de melodía, muy elaborado en lo verbal y con un invitado que canta sin hablar: el piano. En efecto, estas obras, en la tradición schumanniana, son antes que nada piezas pianísticas en las cuales el piano guía la entrada y despide a la voz mientras climatiza y canta por su cuenta.
Para resolver la doble serie se han reunido dos cantantes de vocalidades muy distintas y recursos expresivos igualmente divergentes. La mezzosoprano Anna Lucia Richter tiene una voz de esmerilada calidad, extensa y pareja. Canta a partir de esa homogeneidad, exaltando cuanto de lirismo hay en Wolf. Encarna personajes, propone situaciones al borde de lo teatral, expone incontables matices, tiene gracia cuando hay gracejo en la propuesta, pero también momentos de indignación y melancolía reflexiva. Por oposición, Christian Gerhaher propone un Wolf expresionista, con un canto silábico y hablado, abundantes en notas apenas atacadas y sin desarrollar y cuya herramienta expresiva más habitual es el contraste muy marcado entre el forte y el pianissimo, el gran gesto vocal y un susurro apenas audible.
Decisivo fue el aporte del pianista, impecable de lectura, con el debido arrojo en los momentos de mayor compromiso, minucioso en la miniatura, rico de esmaltes y propicio a la variedad atmosférica que Wolf demanda con insistencia tardorromántica, sutilmente decadente y premonitoria de la disolución expresionista.
Blas Matamoro
(Foto: Elvira Megías – CNDM)