MADRID / La frialdad de Noally no empaña un notable ‘Rinaldo’
Madrid. Auditorio Nacional. 4-II-2024. Universo Barroco. Carlo Vistoli (Rinaldo), Emöke Baráth (Armida), Lucile Richardot (Goffredo), Chiara Skerath (Almirena), Anthea Pichanick (Eustazio), Victor Sicard (Argante). Les Accents; Thibault Noally, violín y dirección. Haendel: Rinaldo.
Londres, 1711. Un joven pero experimentadísimo Haendel se propone impresionar a la ciudad con una ópera, género que no termina de cuajar en la pérfida Albión. Al público inglés parece molestarle el hecho de no entender lo que dicen –en italiano, porque la ópera es italiana o no es– los cantantes. El sajón tira la casa por la ventana, poniendo música a un libreto que se presta a espectaculares efectos escénicos, una partitura repleta de brillantes arias para lucimiento de un elenco vocal casi íntegramente italiano con algunas de las estrellas más rutilantes de la época. Para poner toda la carne en el asador, Haendel echa mano de algunas de sus arias más inspiradas de las compuestas en Italia en los años previos: páginas de sus oratorios romanos La resurrezione e Il trionfo del tempo e del disinganno, de su ópera Agrippina compuesta para Venecia –llena a su vez de autopréstamos– e incluso de alguna obra compuesta para Nápoles o de sus años de juventud en Hamburgo. Pero no todo es reciclaje: Haendel compone un buen puñado de inspiradas arias para la ocasión. El éxito fue enorme y la obra sería repuesta con frecuencia en los años siguientes, a veces con pequeños cambios para adaptarse a los nuevos cantantes. En el concierto que nos ocupa se tocó la música compuesta para su estreno, sin apenas cortes y con algunas modificaciones en los recitativos.
Recrear la riqueza de esta música, acaso una de las partituras más suntuosas de Haendel, no es tarea fácil, menos en versión de concierto, sin la dimensión escénica del espectáculo. Con este reto se presentó en Madrid el conjunto francés Les Accents, creado y dirigido por el violinista Thibault Noally, concertino de Les Musiciens du Louvre desde hace unos años. Y no parece que se haya dejado contagiar mucho por el vigor y el desparpajo de su mentor Marc Minkowski. Noally es un director más analítico y distante y cierto aire de frialdad sobrevoló el concierto, lo cual fue una pena porque la orquesta tuvo una prestación excelente. Pero en la dirección faltaron matices y el uso del rubato brilló por su ausencia, lo que se tradujo en una interpretación correcta, técnicamente impecable pero sin sorpresas. Tampoco hubiera pasado nada por alargar un poco más los silencios en algunos momentos. En general faltaron esos pequeños detalles que aumentan la sensación de vivacidad, de dramatismo o nos llevan a emocionarnos.
Sin embargo, nada de esto impidió que disfrutáramos de la maravillosa música de Haendel. Y esto se debió en gran parte al buen hacer de los músicos y de los cantantes. Lo primero que hay que destacar es que pocas veces hemos disfrutado en las numerosísimas óperas programadas en el Auditorio en los últimos años de un reparto en el que todas y cada una de las voces llegaban al público sin dificultad. Por otra parte, se notó que la ópera venía rodada de París, donde la habían interpretado dos días antes.
Carlo Vistoli tuvo una prestación muy mejorada respecto a la que ofreció en el Giulio Cesare en el mismo Auditorio Nacional hace dos años. Entregado y creciéndose a medida que transcurría la ópera, logró momentos de gran mérito, como en la conmovedora “Cara sposa” o en “Or la tromba in suon festante”, donde mantuvo con el estupendo trompetista Serge Tizac un divertido combate digno de los relatados en las crónicas del siglo XVIII. En las agitadas “Venti turbini” y “Abbrucio, avvampo e fremo”, Vistoli hizo gala de una técnica sólida, con buen fiato y notables agilidades pero quizás no consiguió dotar al protagonista del tono heroico que se le supone.
La soprano suiza Chiara Skerath demostró por qué es una cantante en alza. Posee una voz de timbre agradable, bien proyectada y encarnó una encantadora Almirena. Estuvo a la altura que requieren sus arias estelares: la famosa “Lascia ch’io panga”, cantada con gusto y sobriedad, y “Augelletti, che cantate”, donde, junto al flautín del incombustible Sebastian Marq, evocó de forma magistral la atmosfera bucólica de uno de los pocos momentos de calma en esta ópera trepidante.
Emöke Baráth dio vida a una soberbia Armida, dramáticamente muy convincente y sin desfigurar en ningún momento la línea de canto. Pese a que la percusión arruinó su efectista entrada en “Furie terribili” tapando los primeros compases, con cada una de sus intervenciones subió el voltaje de la ópera, plasmando a la perfección la complejidad y las contradicciones del personaje de la malvada hechicera que cae rendida ante el amor por Rinaldo. Estuvo sensacional en la conmovedora “Ah, crudel!” y en la impetuosa “Vo far guerra”, que cierra el segundo acto. Fue igualmente fantástica su intervención junto a Vistoli en el dúo de ese mismo acto “Fermati! No, crudel” y en el dúo de sirenas junto a Skerath, aunque aquí Noally podría haber hecho algo más para dotar de personalidad a este delicioso momento.
La mezzo Lucille Richardot mostró una implicación ejemplar con su no demasiado agradecido personaje de Goffredo. Sobrada de volumen, fue la cantante que dio más intensidad dramática a los recitativos. Lástima que en las arias, donde alcanzó bellos momentos, mostrara una llamativa falta de homogeneidad en el registro. Victor Sicard adoleció de cierta falta de potencia vocal en su aria inicial “Sibilar gli angui d’Aletto” pero la compensó con una interpretación de su personaje de Argante llena de hondura e intención dramática en cada una de sus intervenciones. Por último, la contralto –en realidad, como tantas veces, habría que dejarlo en mezzo– Anthea Pichanick, en el papel de Eustazio, nos pareció una cantante sobrada de medios pero cantó con cierta precipitación y sus arias, que no son ciertamente las más inspiradas, no dejaron gran huella.
Haendel mostró en Rinaldo su inmensa inventiva para dotar a cada uno de los números de la ópera de un carácter propio, con una gran variedad de arias con instrumentos obligados. Entre ellas cabe destacar “Vo far guerra”, donde sabemos que el propio Haendel improvisaba al clave una serie de cadencias que han llegado hasta nosotros a través de una publicación del compositor y músico de la orquesta William Babel. En el concierto, el clavecinista Mathieu Dupouy las ejecutó con gran maestría, llevándose uno de los grandes aplausos de la noche. Aunque para ser justos, habría que destacar a todos los músicos de Les Accents, que con su entrega y buen hacer compensaron una dirección falta de vigor.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Elvira Megías)