MADRID / ‘La Dolores’: síntesis y realismo de una España de verdad
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 27-I-2023. Tomás Bretón: La Dolores. Saioa Hernández, Jorge de León, José Antonio López, María Luisa Corbacho, Rubén Amoretti, Javier Tomé, Gerardo Bullón, Juan Noval Moro. Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Coro de Voces Blancas Sinan Kay. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Guillermo García Calvo. Directora de escena: Amelia Ochandiano.
El regreso de La Dolores al escenario del Teatro de la Zarzuela puede celebrarse como auténtico acontecimiento. Sus últimas funciones fueron en el mes de junio de 1937, en plena Guerra Civil, aunque pudimos verla de nuevo en la temporada 2004/2005 en el Teatro Real dirigida por Antoni Ros Marbà y José Carlos Plaza. Se da el caso, además, de que este año conmemoramos el centenario de la muerte de Tomás Bretón, ocurrida el 2 de diciembre de 1923. Se trata de su ópera más ambiciosa, con la que alcanzó su mayor triunfo en el género. Su estrenó se produjo el 16 de marzo de 1895 en este mismo escenario, el lugar donde aún resonaban los ecos de los triunfos de Barbieri, Garztambide y Oudrid. Y lo hizo por los caminos de un españolismo, de un afán exaltador del teatro nacional: las costumbres y sentimientos aragoneses, con base en el drama del mismo título de José Feliu y Codina, se reflejan al tiempo que la fundamental trama, en torno a la alegre moza del mesón, sus amores, las imputaciones que sobre su ligereza caen.
Se ha dicho que el primer libro de La Dolores que escribió Feliu y Codina (1845-1897) fue una zarzuela, aunque luego abandonó la idea al no encontrar un músico interesado. Tal repulsa movió al periodista y escritor a convertirlo en drama, y no debió arrepentirse de ello, porque el público y la crítica aplaudieron con entusiasmo la creación, y la aclamaron con sobrada justicia. Estrenado en el Teatro Novedades de Barcelona en 1892 y más tarde, en 1893 en Madrid, en el Teatro de la Comedia, interpretado por María Guerrero, es muestra de modelo de drama rural, una de las derivaciones del naturalismo hacia el teatro, que partiendo del costumbrismo campesino presentaba un mundo lleno de violentas y encontradas pasiones que constituyen su acción, aunque sin renunciar al problema de la honra, tema clásico de nuestro teatro del siglo de oro y consecuencia de la idealización burguesa del mundo rural.
El principal atractivo del drama fue la gran fuerza de su desarrollo dramático, tanto por la caracterización de los personajes como por la ambientación del cuadro de costumbres. Pero uno de los aspectos de mayor interés en La Dolores es su realismo. El autor partió de una copla que circulaba por Aragón en su época, que había escuchado a un ciego en una estación del tren en el trayecto entre Madrid y Barcelona, concretamente en la localidad de Binéfar. Muchos de los críticos teatrales la defendieron con ardor, como José Yxart o la misma Emilia Pardo Bazán en su crónica en el ‘Nuevo Teatro Crítico’ del 27 de marzo de 1893 que habla de La Dolores como un bellísimo drama popular “una joya, una perla” que tiene tres cualidades: “intensidad, brevedad, sencillez”. Otros como Leopoldo Alas Clarín, en uno de sus Paliques (10 de mayo de 1893), expresa su poca simpatía: “No está mal. Es más; a ratos, hasta casi está bien. Al final está bien del todo. Pero es una chispa”.
La Dolores supone uno de los mayores logros de la ópera española tanto por su éxito y difusión internacional como por su planteamiento estético. Una síntesis y realismo de una España de verdad. Con ella Bretón realiza un giro en su producción operística, abandonando el modelo del melodrama romántico para acercarse al verismo. Si Wagner fue uno de los referentes creativos, los últimos años del XIX y principios del XX se verían influidos por este movimiento naturalista, uno de los motores creativos de la vida lírica española entre 1894 y 1910 aproximadamente. El propio Bretón fue consciente de la conexión que podría establecerse entre La Dolores y la Santuzza de Cavalleria rusticana (1889) de Mascagni: historias de amor, decepción, odio y venganza. Creó una partitura de gran trabajo musical en el que muestra inspiración y sus grandes conocimientos de la armonía y del difícil arte del contrapunto de los que se vale para exponer una gran variedad de recursos expresivos para caracterizar la acción. Sin olvidar que el propio Bretón marchó al teatro mismo de los sucesos y recogió en Calatayud de boca del pueblo sus más característicos cantares. Por si mismo escribió el libreto conservando las situaciones más culminantes del drama, y añadiendo alguna que a su propósito convenía. Los mayores reparos de los críticos de El Liberal, La Época y El Imparcial tuvieron como blanco el libreto: “prosaísmos inadmisibles”, “¿Por qué no confió Bretón las palabras al señor Feliu…?
No fácil de escenificar, Amelia Ochandiano se hace responsable de esta ‘Dolores’. Acierta en algunas decisiones; acierta en la ambientación que traslada su acción de la década de 1830 a la década de los años 50 del pasado siglo, a la que ciñe el vestuario de Jesús Ruiz. Acierta en el respeto al argumento y su movimiento escénico. Menos afortunado o nada nos dice, así lo vemos, la aparición en los preludios del acto primero y tercero de mujeres acróbatas voladoras y una escena lésbica fuera de contexto. Opta Ricardo Sánchez Cuerda por una escenografía funcional pero poco atractiva y la iluminación de Gómez Cornejo parece acertada.
Podemos felicitarnos por la elección de los intérpretes vocales que mantienen un excelente equilibrio. Se requiere voces grandes de gran capacidad. Da vida a la apasionada Dolores una soprano lírico-dramática como Saioa Hernández, capaz de desarrollar la complejidad psicológica del personaje; brillante en todo momento, supo manejar la zona alta y los graves sin especial dificultad. Extraordinaria en los intensos y dramáticos dúos del tercer acto. Correspondió el tenor Jorge de León como Lázaro, el seminarista. Su actuación fue a más conforme la obra iba ganando dramatización, alcanzando también intensidad y brillantez en el último acto. Exhibió su intenso timbre y poderosos agudos. Se hizo cargo del ingrato y agresivo Melchor un barítono de carácter dramático, José Antonio López, de voz ancha, dio entidad al personaje. Fue un sólido Patricio otro barítono con partes más sencillas, Gerardo Bullón, quien mostró su fácil emisión. Rubén Amoretti desempeñó al chistoso y fanfarrón sargento Rojas, un bajo con ciertos tintes zarzueleros por sus intervenciones de carácter andaluz. Cumplieron bien María Luisa Corbacho como Gaspara, breve papel para mezzo-soprano, Javier Tomé como Celemín, en la línea de tenor lírico-ligero y Juan Noval Moro como cantador de coplas, gran intérprete de la jota del final del primer acto. Lucida la coreografía de Miguel Ángel Berna que con su excelente compañía ofreció una recreación de la jota muy bien bailada.
Si la obra arrancó con algún que otro desajuste, pronto Guillermo García Calvo se hizo con el mando y nos dio una Dolores brillante y ajustada con la Orquesta de la Comunidad de Madrid siempre atenta a sus indicaciones.
Manuel García Franco
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