MADRID / Koopman con la Nacional: la sabiduría de un gran músico

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 12-V-2023. Orquesta y Coro Nacionales de España. Solistas: Ilse Eerens, soprano; Maarten Engeltjes, contratenor; Tilman Lichdi, tenor; Andreas Wolf, bajo. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero. Director: Ton Koopman. Obras de Rebel, J.S. Bach y Schubert.
Como comentaba en su simpático video de introducción al concierto (en realidad como es él, un personaje entrañable y encantador, que en absoluto tiene pose alguna que sugiera que lo que hay detrás es una sabiduría enciclopédica), volvía, después de ocho años de ausencia, al podio de la Orquesta Nacional el veterano maestro neerlandés Antonius Gerhardus Michael Koopman, más conocido en los ambientes, por aquello de abreviar, como Ton Koopman (Zwolle, 1944). Clavecinista, organista, musicólogo, director y, sobre todo, un hombre sabio, de profundos y vastos conocimientos, que igual escribe con magisterio sobre el stylus phantasticus que participa en sesudas investigaciones (de las que luego es co-autor) sobre si es realmente el cadáver de Bach el que está enterrado en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig.
Dice él mismo que Bach es su compositor favorito, y a él dedicó la segunda parte del concierto, con una de sus cantatas profanas, la que aparece con el número de catálogo 207a, con el título “Adelante, poderosas melodías de las vigorosas trompetas”, una celebración de la onomástica del rey Augusto III de Polonia (Augusto II en su papel de príncipe elector de Sajonia), pocos meses después de acceder al trono. Cantata que, además, es sin duda favorita de Koopman, que la interpretó con sus propios conjuntos (Amsterdam Baroque Orchestra & Choir) en octubre de 2019 con ocasión del concierto con el que celebraba su 75 cumpleaños.
La obra, escuchada por primera vez en Leipzig en 1735, nos recuerda hasta qué punto Bach (como Haendel) era un maestro del reciclaje. Como señala oportunamente María Encina en sus notas al programa, el Cantor recicla hasta siete de los diez números de la cantata, cambiando el texto de una obra previa, la BWV 207 (Vereingte Zwietracht der wechselnden Saiten), compuesta antes (1726) para homenajear al profesor Dr. Gottlieb Kortte de la Universidad de Leipzig. El reciclaje iba más allá, por cuanto el primer coro hace una utilización manifiesta del tercer movimiento del Primer Concierto de Brandenburgo, y el ritornello instrumental que se interpreta tras el dúo de soprano y bajo hace lo propio con el segundo Trío del Minueto de dicho concierto, con las trompetas reemplazando en ambas ocasiones a las trompas utilizadas en el mismo. Reciclajes aparte, la música del Cantor es maravillosa y uno se siente muy inclinado a alinearse con Koopman en su afirmación, durante el citado video, de que es “mi compositor favorito”.
En la primera parte del concierto, una curiosa coincidencia: el primer número de la suite Los Elementos, de Rebel, titulado El Caos. El número más atrevido y provocador de la suite se ha escuchado dos veces en apenas una semana, dado que el domingo pasado Savall interpretó la suite íntegra en esta misma sala con Le Concert des Nations. No es habitual que, en una obra de no frecuente programación, en cuyo rescate tanto jugó la aún más atrevida interpretación de Reinhard Goebel, se escuche dos veces en una semana en la misma sala, y menos aún que la segunda de esas ocasiones tenga lugar en el programa sinfónico de una orquesta moderna. Completaba la primera parte la famosa Sinfonía incompleta de Schubert, recurrente objeto de debate sobre si en realidad está o no incompleta y sobre si su numeración debe ser como “octava” (caso del programa de hoy) o como “séptima”, dado que la Sinfonía D. 729 (que teóricamente debía ocupar ese lugar en el ordinal) nunca pasó del estado de boceto. Obra en todo caso archiconocida, de intenso dramatismo y melancolía, que asoma sin duda al romanticismo próximo.
Ton Koopman no es un director comme il faut, como tampoco lo es Kavakos, según ya apuntamos hace un par de semanas. Pero tiene en su haber unos cuantos elementos esenciales para coronar con éxito su labor. El primero es su sabiduría y conocimiento. Es una autoridad en el repertorio que cultiva, y eso es evidente también para los músicos con los que trabaja. El segundo es un carisma personal muy especial. Siempre sonriente, siempre jovial, exquisito en las maneras, vital y expresivo, es la típica persona que lidera de forma natural. Tampoco necesita de un gesto, digamos, de especial claridad en lo técnico, porque la intención de dicho gesto es diáfana. El neerlandés se expresa con los brazos, con la cara, con los ojos, con la posición del cuerpo… con todo lo que puede emplear. Y utiliza esos medios de manera inequívoca. Es más, hay algo en él, quizá su forma de hacer llegar esas intenciones a la orquesta, quizá su manera de trabajarlas, que hacen que consiga perfectamente lo que se propone, incluso con una orquesta moderna que tampoco se encuentra habituada a ese mando.
Es, naturalmente, fácil para el público conectar con un personaje que parece tan cercano y que, sin embargo, despliega inmediatamente esa extraordinaria talla artística que atesora, y que se cimenta en el enciclopédico conocimiento que acumula desde hace años. Quien esto firma lleva escuchando y viendo a Koopman más de cuarenta años, desde que con una poblada melena (que surgía en torno a una calvicie ya evidente) y una no menos poblada barba se metió, justamente por esa simpática espontaneidad, al público en el bolsillo en aquellos añorados cursos de verano de Música barroca en El Escorial. Han pasado los años, y la melena ha volado, la barba ha encanecido y se ha recortado. Pero con los años, si algo han hecho la sonrisa, la espontaneidad, el carisma, la sabiduría y el conocimiento, es crecer.
Consiguió Koopman todo el clima teatral, incisivo, que la música del Caos de Rebel encierra. Asombroso el ímpetu, la singular sonoridad y timbre extraídos de la Nacional, muy especialmente a la cuerda, en una interpretación de carácter indudablemente francés, aunque más ácida y punzante que la escuchada a Savall hace unos días. Menos, si se me permite la expresión, preciosista, y más genuinamente provocadora que la del maestro de Igualada.
Schubert se mueve ya en los límites del repertorio de Koopman, que transita poco por las aguas post mozartianas. Y, sin embargo, la Incompleta resultó una sorpresa agradabilísima. Con una cuerda de 10/8/6/4/2, se emplearon, como cabría esperar en este director, prácticas conectadas con lo históricamente informado, desde las baquetas duras del timbal (situado a la izquierda, detrás de los violines) hasta la limitación del vibrato en la cuerda. Pero lo que sorprendió más, al menos al firmante, fue el asombroso manejo de la agógica, las sutiles inflexiones dinámicas extraídas, por ejemplo, a la cuerda en sus dibujos sobre semicorcheas en pianísimo al principio de la sinfonía. La enunciación del segundo motivo del Allegro moderato por los chelos fue una maravilla de levedad, puro dolce en la expresión de la melancolía.
Koopman, músico sabio además de conocedor, cuidó también la arquitectura, planteando con misterio el desarrollo de ese primer tiempo, y construyendo con solidez y rotundidad el clímax del mismo. Precioso también el segundo tiempo, matizado igualmente de manera exquisita y con intervenciones solistas de lujo (flauta, oboe, clarinete; lástima el desliz del trompa justo antes del final). Bien puede decirse que en este movimiento hubo las dosis lógicas de melancolía, pero sin sobredosis de azúcar.
Y llegó Bach. Un Bach, como se apuntó antes, especialmente querido por Koopman, que además se mueve especialmente a gusto en ese clima de júbilo y celebración. Con un coro de 35 voces (situado justo tras la orquesta pero en el estrado de la misma; es decir, delante de los asientos habitualmente reservados al coro) y una cuerda de 6/6/4/3/2, más los vientos prescritos por Bach (trompetas, flautas, oboes) y continuo, Koopman desplegó una inequívoca declaración de intenciones en la jubilosa pero solemne Marcha inicial. Lo que siguió después fue una lección de magisterio bachiano, desde las articulaciones, el fraseo, los matices y los adornos (incluida la contención, albricias, del exceso ornamental) hasta la realización del propio Koopman del continuo en algunos momentos (en otros se encargó, con la solvencia acostumbrada, Daniel Oyarzábal), como el mencionado dúo de soprano y bajo y el recitativo precedente, en el que también se lucieron los solistas de chelo y contrabajo, Ángel Luis Quintana y Rodrigo Moro, respectivamente.
Interpretación que desprendía lo que debe transmitir esa música de celebración: jovialidad, luminosidad, alegría, siempre con una claridad meridiana en el dibujo contrapuntístico y con un fraseo de envidiable sutileza en las inflexiones. Un Bach, en fin, de tan contagiosa vitalidad como quien lo dirigió ayer, un Ton Koopman que, a punto de los 79 años, se encuentra hecho un chaval (como podemos confirmar quienes le vimos moverse en el órgano de la Iglesia de Vicálvaro el pasado año, en una demostración pasmosa de agilidad).
Muy notable y empastada prestación del coro en los dos números asignados al mismo, y magnífica de toda la orquesta, que se adaptó al sonido buscado por el maestro de forma admirable. Otro gallo cantó con los solistas. Tiene presencia la voz de la soprano Eerens, pero la belga tiende a la estridencia cuando transita hacia la zona aguda. El contratenor Engeltjes tiene una voz también suficiente en presencia, pero que se antoja muy nasal en el timbre. En su haber hay que anotar un buen manejo de las agilidades demandadas por Bach en su aria. También tiene esa virtud el tenor Lichdi, con un instrumento vocal algo más atractivo, pero que se vio en apuros en el sí agudo de su aria, una música preciosa en la que Robert Silla lució su clase con el oboe d’amore. Quizá fue el bajo Andreas Wolf, voz suficiente aunque no excepcional, el que redondeó una actuación más convincente.
En todo caso, una interpretación deliciosa, recibida calurosamente por un público que disfrutó mucho, muy comprensiblemente, de un maestro que es, con todo merecimiento, uno de los grandes nombres de la interpretación históricamente informada. Excelente concierto, en fin, para este retorno al podio de la Nacional de un gran músico que, además, es un maestro sabio.
Rafael Ortega Basagoiti