MADRID / Kavakos-Pace, programa intenso para un dúo extraordinario
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de cámara). 28-II-2023. Concierto extraordinario del ciclo Satélites de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Leonidas Kavakos, violín. Enrico Pace, piano. Obras de Beethoven, Bartók, Ravel y Franck.
El concierto extraordinario del ciclo Satélites de la OCNE nos traía la segunda actuación del artista invitado de la temporada, el violinista griego Leonidas Kavakos (Atenas, 1967), que ya actuó como solista con la orquesta en el segundo concierto sinfónico, con una extraordinaria interpretación del Concierto de Korngold, y volverá a hacerlo en abril, en el decimoséptimo sinfónico y en el doble papel de director y solista.
Compareció esta vez con el excelente pianista italiano Enrico Pace (Rímini, 1967), con quien compone un dúo realmente magnífico y absolutamente cohesionado, como hemos tenido ocasión de comprobar en ocasiones anteriores y en grabaciones sobresalientes como el ciclo de las sonatas de Beethoven registrado por Sony. Y, digámoslo ya, como también hemos tenido ocasión de comprobar en esta velada.
Precisamente con Beethoven se abría un programa variado y denso, que hablaba lenguajes diversos y distantes, tanto como el de la primera época del gran sordo de Bonn y el de un Bartók que a principios de la década de 1920 se acerca mucho al expresionismo y la atonalidad. Programa, en fin, que ponía a prueba la versatilidad y entendimiento de ambos intérpretes, además de retar sus medios técnicos.
Comenta Gracia Terrén, en sus breves pero precisas notas, que la op. 12 nº 1 de Beethoven no es la más famosa ni genial del ciclo. Y tiene razón, sin duda, como la tiene también al apuntar el carácter alegre, luminoso y vibrante de una partitura de tintes muy clásicos, muy bella en su totalidad y con especial mención para el hermoso Tema con variaciones del segundo movimiento. A quienes hayan escuchado ya a este magnífico dúo alguna de sus interpretaciones beethovenianas no les sorprenderá en absoluto encontrar que la de esta sonata fue sobresaliente, vibrante y llena justamente de ese carácter alegre y jubiloso, vitalista y elegante, que reclama la música. Lució el bello y redondo sonido de un Kavakos de impecable afinación, y el también hermoso, exquisitamente matizado y muy bien articulado sonido de Pace, siempre fluido en el fraseo.
Bartók nos lleva a otro mundo, mucho más complejo, no solo en el continuo cambio de ritmo y tempo (la partitura es un verdadero mareo en ese sentido), sino en la propia exigencia de color sonoro, de expresión y hasta de compleja fusión de los discursos de ambos instrumentistas que, como oportunamente apunta Terrén, discurren por vías diferentes. Pero el dúo Kavakos-Pace evidenció su perfecto entendimiento, y ambos artistas delinearon ese cambiante carácter con extrema precisión, luciendo además todos los recursos sonoros requeridos, con impecables armónicos y adelgazados pianissimi de Kavakos y matices delicadísimos, además de impoluta precisión rítmica del pianista italiano. Interpretación de una enorme intensidad también en el segundo tiempo, por momentos con auténtico fuoco, pero culminado en un final estremecedor con perfectos armónicos del violín culminados en un ppp prodigioso, que logró uno de esos raros milagros: nadie se movió ni aplaudió al cesar la música, hasta que el griego no bajó el brazo del arco. El público, sí, contuvo la respiración. La cosa lo justificaba plenamente.
Ravel nos volvió a trasladar, como en una catarsis, porque tras la intensa y densa tensión bartokiana, su Segunda sonata es no solo una música que, sin renunciar a esa refinada elegancia del lenguaje raveliano, tiene indudable inspiración americana, sino que se mueve en un clima de general calma y desenfado, con un dibujo rítmico que tiene momentos de sugerente insinuación (el blues del segundo tiempo) y de contagioso pero festivo impulso en el final. Kavakos y Pace se plegaron al cambio con total flexibilidad, y la partitura del autor del Bolero nos llegó con toda la frescura, espontaneidad y efusión rítmica que cabe esperar.
No puede extrañar que un programa tan variado culmine con una de las grandes creaciones del género: la Sonata de César Franck, partitura que constituye una demostración magistral de dominio en la forma cíclica, y que nos lleva desde el lírico canto del primer movimiento, en el que Franck reclama tantas veces “sempre dolce” hasta la efusión jubilosa del tiempo final, apasionado, y en la que no hay respiro. El segundo tiempo es de un nervio muy especial, y el tercero es de una intensidad (“dramático”, indica en más de un punto Franck) tremenda, pero en el que también hay lugar para una delicada nostalgia.
Reclama esta maravilla un pianista de primera, porque la partitura se las trae. Y Pace lo es, qué duda cabe. Su prestación fue extraordinaria, imponente, de principio a fin, en sonido, en matiz, en la riqueza de expresión de su fraseo, y en la impecable articulación del mismo. Naturalmente, Kavakos se explayó también, extrayendo todo el poderoso y formidable sonido del Stradivarius que emplea (el “Willemotte” de 1734) en una interpretación de apabullante intensidad, matizada y dibujada con la sensibilidad de un grandísimo artista.
Un concierto formidable, coronado con un éxito extraordinario y recibido con justificado alborozo por un público que llenaba la sala de cámara del auditorio. El dúo regaló, como otra catarsis después del apasionado final de Franck, el hermoso y cantarín Andantino de la Sonata D 574 de Schubert. Un final encantador para un concierto magnífico, muy intenso, digno de ser recordado.
Rafael Ortega Basagoiti