MADRID / Jone Martínez, salmoé y traverso: irresistible seducción

Madrid. Teatro Fernán Gómez. 8-IV-2021. II Festival Música Antigua Madrid (MAM). Jone Martínez, soprano. Acadèmia 1750. Obras de Caldara, Conti, Bononcini y Hasse.
Es curioso el gusto que tenían los músicos vieneses de la primera mitad del siglo XVIII por instrumentos que, por antiguos, habían dejado de utilizarse en casi toda Europa o que, por modernos, apenas tenían implantación lejos de la capital del Sacro Imperio Romano Germánico. Entre los primeros, cabe destacar como ejemplo el trombón (Antonio Caldara, Johann Joseph Fux o Mac’ Antonio Ziani compusieron un buen número de obras en los que este instrumento tenía especial relevancia); entre los segundos, debemos mencionar el salterio, el pantaleón o el chalumeau, precedente este del clarinete, con el que llegó a coexistir en Viena durante un par de décadas. En diversas zonas del continente europeo —en España, sin ir más lejos—, el chalumeau era conocido como salmoé.
Giovanni Bononcini fue de los primeros compositores que incluyó el salmoé en su música. En concreto, lo hizo en la ópera Endimione, de 1706. Bononcini acabaría trabajando en la corte vienesa, como su hermano Antonio, y seguramente fueron ambos los que en principio contribuyeron a dar a conocer allí este instrumento. Más tarde sería Camilla di Rossi (lamentablemente fallecida con solo 40 años) la que siguió difundiéndolo, hasta que llegaron los antes mencionados Caldara, Fux y Ziani, quienes, junto a Francesco Bartolomeo Conti y Attilio Ariosti, elevaron a altas cotas la popularidad del salmoé, más o menos por los mismos años en que Georg Philipp Telemann y, sobre todo, Christoph Graupner hacían lo propio en Alemania. Hasta el mismísimo emperador, José I de Habsburgo, escribió un aria para salmoé que fue insertada por Ziani en su ópera Chilonida.
El salmoé se adecuaba por su dulzura a las escenas amorosas o pastoriles, y empastaba maravillosamente con la voz (la femenina, sobre todo). Salmoé y voz formaban con la flauta travesera una combinación instrumental que cautivaba a aquellos vieneses, empezando por su emperador. Y de eso iba, precisamente, este segundo concierto de la edición de 2021 del Festival de Música Antigua de Madrid, auspiciado por el ayuntamiento de la capital. La soprano Jone Martínez y la Acadèmia 1750 (Joan Bosch, traverso; Joan Calabuig i Gaspart, salmoé; Meritxell Ferrer, fagot; Belisana Ruiz, laúd y tiorba, y Aarón Zapico, clave) presentaron un programa en el que figuraban dos cantatas de Conti (Ride il prato fra herbe y Vaghi augelleti che d’amor), dos arias de cantatas de Caldara (Non v’è pena ne l’amore y Se a un amor si generoso), una más de Giovanni Bononcini (Ebbi di lui pietà) y un cuarteto de Johann Adolf Hasse, que también vivió durante algún tiempo en Viena como refugiado de la Guerra de los Siete Años que devastó su adorada Dresde.
Las notas del programa de mano, bien escuetas, apenas explicaban todo lo arriba reseñado, pero venían firmadas por Carles Riera, que fue uno de los más destacados clarinetistas barrocos y, por supuesto, un virtuoso del salmoé, gracias a lo cual tocó con las más importantes orquestas historicistas de Europa durante muchos años. Pero Riera falleció a finales de 2009, por lo cual sorprendía que pudiera ser él el autor de estas notas. La cosa tenía su explicación: la Acadèmia 1750 comenzó a trabajar este programa hace diecisiete años (cuando tenía como nombre el de La Principessa Filosofa y era la orquesta propia del Festival de Torroella de Montgrí), como revelaría su coordinador, Joan Bosch, quien ofreció una amena charla introductoria antes del concierto.
Sirvió este (el concierto) para confirmar el excelente momento de Jone Martínez, extraordinariamente expuesta al tener que afrontar estas arias con el acompañamiento de instrumentos tan sutiles. La soprano vasca salvó con holgura todos los escollos y se permitió hasta el lujo de realizar finísimos y seductores ornamentos. Brillaron Calabuig con el salmoé y Bosch con el traverso, y el bajo continuo supo estar mesurado en todo momento, pues lo contrario habría desentonado en una música tan extraordinariamente delicada como esta.
Eduardo Torrico