MADRID / Joaquín Achúcarro, mucho arte

Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 15-X-2021. XLIX Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid. Joaquín Achúcarro, piano. Obras de Mozart, Beethoven y Chopin.
Cuando hace unos meses Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) inauguraba el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, comenté que había que ser muy de Bilbao para abrir, con casi 89 años (los cumplirá en apenas unos días) aquel concierto nada menos que con la Tercera sonata de Brahms, obra que, especialmente en el primer, tercer y quinto movimientos, demanda del pianista una energía y presencia física de primera. Pasados unos meses, y visto lo que ofreció ayer, hay que ratificar el comentario: hay que ser muy de Bilbao. Y él lo es, está claro.
Achúcarro fue investido hace apenas tres años doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid, de manera que no resulta ilógico que la inauguración del ciclo ya clásico (en la frontera de coronar su medio centenar de ediciones) de grandes autores e intérpretes que organiza el Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música de dicha Universidad corra a su cargo. No vamos a descubrir el inmenso talento del pianista vasco a estas alturas: cuidada sonoridad (eso por encima de todo), sensibilidad en el planteamiento, gusto exquisito y elegancia en el discurso son las bases de un pianista en la que resulta de lo más apropiada esa expresión tan andaluza: ¡qué arte tiene!
Arte, sin duda, para ser degustado. El maestro Achúcarro lleva sus 89 años muy divinamente, la verdad, con una memoria impecable, y una lucidez absoluta en su planteamiento. Los dedos se mueven con envidiable agilidad para la edad, y conservan esa capacidad para generar matices y colores bellísimos, siempre comandados por una inteligencia musical de primer orden. Con todo, obviamente, porque lo contrario sería ya sobrenatural (ya es milagroso todo lo que escuchamos), dicha agilidad no es ya la de antaño, y la limpieza y claridad se resienten cuando la demanda excede lo que los medios permiten ahora.
Todo lo dicho quedó ya apuntado en la obra que abría el programa: la hermosa Fantasía K. 397 de Mozart. Cuidada sonoridad y genuina libertad (fantasía, en fin, haciendo honor al título) en el Andante inicial. Exquisito, dulce canto en el Adagio siguiente, y sonriente desenfado en el Allegretto final. Los dos pasajes de florituras cadenciales en Presto nos llegaron con cautela (tal vez demasiada para la indicación) en el tempo y sin la medida última de la claridad, aunque sí con plena y lograda expresividad. Mozart, en suma, que tuvo globalmente el encanto y sensibilidad que demanda.
Una sabrosa muestra del último Beethoven, la Sonata op. 109, nos permitió disfrutar de algunos de los momentos más hermosos de la tarde. El Vivace ma non troppo inicial tuvo la libertad y fantasía que la música pide, aunque por momentos no la claridad y limpieza deseables. Llegó con arrojo el Prestissimo, decidido y enérgico antes que trepidante, para dar paso al último tiempo, un andante molto cantabile ed espressivo con variaciones en el que el vaso desplegó un nivel de profundidad expresiva que extrajo todo el contenido interrogador de esta partitura crepuscular, llena de misterioso lirismo. Es difícil decir mejor de lo que lo hizo Achúcarro la preciosa primera variación, o la deliciosa cuarta.
Cerraba el concierto la colección de 24 Preludios op. 28 de Chopin. Tomó Achúcarro el micrófono para resaltar brevemente no sólo la maravilla de organización estructural de la serie y su cuidado ordenamiento por tonalidades mayores y menores por quintas, sino sobre todo para resaltar la perfección de un ‘todo’ en el que se aúnan y contraponen climas y atmósferas expresivos diversos, a menudo dibujados con tanta perfección como concisión: bastan cuatro pinceladas del mejor Chopin para conseguir más que otros en muchas páginas de música.
Achúcarro ha sido siempre un gran intérprete de la música de Chopin, que admira y ama, y, en los parámetros apuntados antes, lo escuchado ayer no fue la excepción. Cabe guardar en la memoria los momentos de exquisitez expresiva y cantable, de matiz e intensidad cuidadísimos, de bellísimas sonoridades (ese aspecto tan esencial de los pianistas y que no tantos consiguen) como los disfrutados en los preludios nº 2, 4, 6, 7 (bellísimo en su fugaz brevedad), 13, 15 (emocionante) o 20. Otros, donde el compositor polaco demanda una más juvenil bravura, en los que abundan indicaciones como molto agitato o presto con fuoco, nos llegaron con arrojo, aunque sin esa medida última de trepidación y claridad.
Achúcarro es un artista, ya se dijo al principio, enorme. Y querido, adorado más bien, por el público, que reconoce con facilidad el inmenso mérito que tiene, a estas alturas de su carrera, enfrentar un programa como el ofrecido ayer, y más cuando en el mismo se nos regalan momentos deliciosos como algunos de los descritos. Lo reconoció así el respetable, puesto en pie y ovacionando con cariño y calor al pianista bilbaíno, que fue muy explícito en sus gestos de agradecimiento al público y ofreció tres piezas de regalo, entre las que destacó el hermoso Nocturno en do sostenido menor op. post. del propio Chopin.
Mucho arte hay en esos años, qué duda cabe.
Rafael Ortega Basagoiti