MADRID / Jaroussky encandila a un público entregado
Madrid. Auditorio Nacional. 28-XI-2023. Philippe Jaroussky, contratenor. Le Concert de la Loge. Julien Chauvin, violín y dirección. Forgotten arias. Obras de Hasse, Valentini, Traetta, Bernasconi, Ferrandini, Jommelli y J.C. Bach.
Hace aproximadamente veinticinco años un jovencito que apenas llegaba a la veintena irrumpía en el mundo de la música barroca de la mano del gran Gérard Lesne y su Seminario Musicale grabando un oratorio de Alessandro Scarlatti, Sedecia re di Gerusalemme, junto al propio Lesne, Mark Padmore y Peter Harvey, todos ellos en plenitud de facultades. Entonces su registro era de soprano y sorprendía la madurez y calidad de su interpretación. Su ascenso fue meteórico y vendrían años gloriosos marcados por su legendaria colaboración con el polémico Jean-Christophe Spinosi y el Ensemble Matheus, dejando registros vivaldianos para la historia. Si los discos eran deslumbrantes, los conciertos lo eran aún más y tuvimos la suerte de disfrutar de sus asiduas visitas a España –memorables conciertos en Madrid y, sobre todo, en Valladolid, en aquel espejismo maravilloso que convirtió a la ciudad del Pisuerga en una meca de la música barroca–. Después llegaría la exploración de repertorio, con interesantes descubrimientos de Porpora o Caldara. Haendel tendría que esperar un poco más. Menos interesantes resultaron sus colaboraciones con L’Arpeggiata, en una época en la que el grupo de Christina Pluhar había comenzado una deriva más comercial. Por contra, sus incursiones en la melodía francesa resultaron deliciosas –maravillosos conciertos en el Ciclo de Lied de la Zarzuela–. Hoy ese joven es una estrella rutilante y en sus recitales se crea esa atmósfera de gratitud desbordada por parte del público que generan algunos grandes artistas , en la que no sólo se aplaude el presente sino también el pasado. Y eso es lo que ha ocurrido en su concierto del Auditorio Nacional de Madrid.
Venía Jaroussky en esta ocasión a presentar el repertorio de su último disco, con un programa formado por arias desconocidas de compositores también ignotos (Valentini, Bernasconi), poco conocidos (Traetta, Ferrandini) o más populares (Hasse, Jommelli, J.C. Bach). Todas las arias se basan en libretos de Metastasio que fueron adoptados y adaptados por innumerables compositores, casi ad nauseam. Y todas ellas comparten ese estilo de raigambre napolitana que se fraguó en la década de 1720 de la mano de Vinci, Porpora, Leo, Pergolesi y el propio Hasse, que se impuso a modo de “estilo internacional” desde la década de 1730 y se diseminó por toda Europa (Francia aparte, claro). Música de texturas más simples, melodías pegadizas y de virtuosismo un tanto hueco, a mayor gloria de los divos de la época, que convirtió el género de la ópera seria en una fórmula repetitiva y esclerotizada . Pero, para ser justos, hemos de reconocer que en ocasiones la inspiración de los compositores sublima el caduco molde para conseguir páginas de gran belleza, como algunas de las arias que presentó Jaroussky junto a Le Concert de la Loge, el grupo que dirige desde el violín Julien Chauvin y que, ya les adelantó, estuvo soberbio.
Precisamente Le Concert de la Loge abrió el concierto con la obertura de la ópera Demofoonte de Hasse, en una interpretación plena de vigor e intensidad. Mejor aún fue su prestación en la Fuga y Grave para cuerda en sol menor, una excelente pieza que muchos conocimos gracias a un disco dedicado al sajón por la mítica Musica Antiqua Köln a finales de los 90. La lectura de Chauvin, llena de dramatismo y claridad contrapuntística, superó a la del grupo que dirigía Reinhard Goebel, mucho menos delicada. Entre medias, Jaroussky abordó dos arias del mencionado Demofoonte, “Sperai vicino il lido” y “Misero pargoletto”, en las que aprovechó los pasajes más delicados y serenos para hacer gala de sus mejores virtudes, como el gusto en el fraseo o esa capacidad para apianar de forma admirable. Sin embargo, llamaba la atención las dificultades en los agudos y unos graves inaudibles que intentaba solventar haciendo uso frecuente de la voz de pecho, algo a lo que siempre se había resistido pero que ahora utiliza con resultados no siempre satisfactorios. Impresiones que se confirmaron en la bella “Se mai senti spirarti sul votro” de La clemenza di Tito del napolitano Michelangelo Valentini y en “Gemo in un punto e fremo” de L’Olimpiade de Tomasso Traetta, compositor que nos descubrió hace ya tiempo Christophe Rousset con su magnífica grabación de Antigona pero que luego no ha recibido la atención que parece merecer. Jaroussky para entonces ya se había metido al público en el bolsillo, aprovechando los da capo para girarse hacia los espectadores sentados en los laterales y en la parte posterior de la sala, detalle que realizó de forma sistemática durante todo el concierto.
Otra L’Olimpiade, en este caso del desconocido Andrea Bernasconi, abrió la segunda parte con “Siam navi all’onde algenti”, típica aria de paragone en la que se comparan los sentimientos del personaje con un barco abandonado a su suerte frente a una tempestad, ya saben. Aquí aparecieron algunos alarmantes síntomas de cansancio en la voz de Jaroussky que nos hacían temer lo peor; afortunadamente el bravo contratenor francés aguantó, ayudado por la sabia dirección de Chauvin atento a no cubrirle con la orquesta (aunque hubo algunos momentos en que esto fue inevitable).
Giovanni Battista Ferrandini ha pasado a la historia por un equívoco, que se mantuvo durante mucho tiempo, que atribuyó una obra suya -el magnífico Pianto di Maria- nada menos que a Haendel. Otra curiosidad relacionada con Ferrandini es que una obra suya, Catone in Utica, sirvió para inaugurar esa joya del Rococó que es el Teatro Cuvilliés de Múnich. Jaroussky ha rescatado de este autor el aria “Gelido in ogni vena”, tan extensa como su homónima vivaldiana pero inferior en calidad, aunque no exenta de un dramatismo que el contratenor francés intentó destacar a pesar de que la meliflua sección B del aria no lo pone fácil. Aquí hubo algunos momentos destacables en el bello da capo, en los que Jaroussky demostró que es un maestro en el manejo de los silencios y la tensión dramática.
Un merecido descanso para Jaroussky nos permitió disfrutar de nuevo de Le Concert de La Loge interpretando un allegro y ciaccona de Jommelli (chacona relativamente famosa gracias a un disco de Antonio Florio y La Cappella della Pietà de Turchini en la serie Tesoros de Nápoles del sello Opus 111). De nuevo dejaron ver que son una formación de primerísimo nivel, con una energía contagiosa y una gama de matices capaz de sacar todo el jugo posible a una música que, sin ser compleja, puede llegar a ser muy atractiva si se toca con el gusto y la pasión que exhiben los franceses. Todos los instrumentos destacaron, logrando un equilibrio poco habitual.
Volvió el contratenor para cerrar el concierto con dos arias de sendas óperas sobre el Artaserse metastasiano. Primero “Per quel paterno amplesso” de Johann Christian Bach, compositor al que Jaroussky dedicó un disco hace unos años y donde ya se aprecia un estilo claramente pre-clásico. Después “Fra cento affanni” de la versión de Jommelli, que llevó al público al delirio.
Fuera de programa llegó lo menos afortunado de la noche. El deseo de agradar de Jaroussky hizo que cantara la celebérrima “Che farò senza Euridice” primero y una de sus arias de cabecera, “Vedrò con mio diletto”, de Il Giustino de Vivaldi, después. Al escucharle ahora, uno no pudo evitar acordarse con nostalgia de los tiempos en que Jaroussky conseguía que el tiempo se detuviera al comienzo del da capo de ésta última, sosteniendo de forma casi inverosímil la nota sobre la primera palabra y llevando casi al éxtasis a sus admiradores. Y también vino a la memoria aquél “Alto Giove” de Porpora que cantaba de una manera sólo al alcance de los elegidos. En cualquier caso, aunque la voz haya perdido el brillo y la calidad cristalina que tenía, aunque tenga evidentes problemas para abordar algunos pasajes de coloratura, Jaroussky sigue siendo un gran artista y el público se lo reconoció puesto en pie.
Para el abajo firmante el concierto tuvo cierto aire de despedida. Hay cosas que ya no volverán, es ley de vida. A cambio, es posible que ganemos un buen director.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Elvira Megías)