MADRID / Irresistible vitalidad de Haendel en manos de Haïm y la ONE

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 14-V-2022. Orquesta Nacional de España. Directora: Emmanuelle Haïm. Lenneke Ruiten, soprano. Miguel Colom y Alejandra Navarro, violines. Ángel Luis Quintana y Javier Martínez Campos, violonchelos. Antonio García Araque, contrabajo. Robert Silla, oboe. Héloïse Gaillard, flautas de pico. Quito Gato, tiorba. Elisabeth Geiger, clave. Obras de Haendel.
Hubo unos años, tras la lógicamente impetuosa irrupción del movimiento históricamente informado en la interpretación de la música anterior al Romanticismo, en que parecía poco menos que una herejía la ejecución de tales repertorios con instrumentos modernos, de forma que muchos pianistas dejaron de acercarse a Bach y muchas orquestas modernas abandonaron todo lo que no fuera de Beethoven en adelante, con alguna concesión esporádica a Mozart y, bastante menos, a Haydn.
Mientras ese añorado genio llamado Nikolaus Harnoncourt, que raramente daba puntadas sin hilo o hacía afirmaciones sin fundamento, hacía crecer a su Concentus Musicus desde los apuros de unas limitaciones técnicas evidentes en sus inicios hasta un nivel superlativo de perfección ejecutora, se hizo también consciente de que, dado el puñetazo en la mesa en cuanto a limpiar de telaraña postwagneriana la ejecución de dicho repertorio pretérito, lo más importante era el cómo (sobre todo en determinados instrumentos) más que el con qué. El director criado en Graz se adentró así con Mozart y Haydn con la orquesta del Concertgebouw, y más tarde (mediados de los 80, ahí están las grabaciones) incluso con Bach con la misma orquesta.
Pero lo importante, como él mismo resaltó, pasó a ser acercarse lo más posible a las pautas de estilo, evitando tocar Bach como si fuera Chaikovski. Como tantas veces, la puerta que Harnoncourt abrió de una patada la mantuvieron abierta otros: Hogwood, Brüggen o, más recientemente, Pinnock o Koopman, visitantes todos ellos del podio de grandes orquestas modernas, donde dirigen o dirigieron repertorios de su especialidad (y, alguno de ellos, también mucho más modernos).
Con todo, eso sucede con relativamente poca frecuencia. Orquestas como la Nacional están habituadas a repertorios más modernos, y su inmersión en el estilo barroco es esporádica. Tiene por ello el mayor interés que de vez en cuando, podamos escuchar el repertorio barroco dirigido por una especialista como la francesa Emmanuelle Haïm (París, 1962). Haïm, que ya dirigió hace años a la Nacional, tiene una formación de una solidez envidiable: organista, clavecinista y más tarde directora de orquesta, ha tenido la ocasión de estudiar y trabajar con luminarias como André Isoir, Kenneth Gilbert, Christophe Rousset o William Christie, siendo luego asistente de Simon Rattle.
Pero Haïm no es solo una enorme experta en el barroco, y en Haendel en particular. Es sobre todo una personalidad que irradia y contagia energía, vitalidad, entusiasmo y liderazgo. Es de esas personas a las que, más allá de la gestualidad, es imposible no seguir. Más aún, es imposible no disfrutar de seguirla. Y tiene muy especial mérito que en los pocos ensayos a que los tiempos actuales obligan, sea capaz de impregnar a los músicos de una orquesta moderna, la Nacional en este caso, de un modo y sonido tan cercano al historicismo para este repertorio como el escuchado ayer. Haïm consiguió un sonido no solo precioso sino adecuado, con libertad para adornos en repeticiones y da capi, austeridad en el vibrato, agilidad de arcos y exquisito dibujo de inflexiones, matices y acentos, todo lo que contribuye a una traducción acertada de los affetti tan necesarios en este repertorio. Dice mucho de su poder de persuasión, y dice mucho del entusiasmo, bien palpable, de los músicos de la Nacional, que hicieron patente eso de que, a esta mujer es imposible no seguirla y no disfrutar con ello.
Así las cosas, el programa de este fin de semana tenía todos los ingredientes para ser un éxito rotundo. Digamos ya, inmediatamente, que lo fue. La primera parte la ocupaban el Concerto grosso op. 6 nº 1 HWV 319, y las Suites nº 3 y 1 de la Música acuática (HWV 350 y 348 respectivamente). La segunda estaba dedicada a una de esas cantatas profanas del músico de Halle, Il Delirio amoroso HWV 99.
Dispuso Haïm un contingente de cuerda de 7/6/5/4/2 más, según obra y momento, pareja de oboes y trompas, fagot, tiorba y dos claves, uno de ellos ejecutado por ella misma, además de la solista invitada a cargo de tres flautas de pico. Desde el mismo comienzo del Concerto grosso fue evidente que asistíamos a un Haendel solemne en el inicial A tempo giusto, y después vitalista, alegre y chispeante en los allegros posteriores, siempre con perfecto diálogo entre concertino, brillando en él muy especialmente Colom y Navarro, y ripieno. Una vez más, los primeros atriles de la cuerda de la Nacional demostraron su gran categoría. Preciosos los dos últimos Allegro, dotados de una contagiosa vitalidad.
Tuvieron exquisito sabor de danza y envidiable elegancia las dos Suites de la Música acuática. Festivos, sonrientes los dos Rigaudon, solemne la Sarabande, elegantes y refinados los Minuetos y vibrantes las Gigues en la Tercera suite, en la que contribuyó la primera de varias interpretaciones magníficas la flautista Héloïse Gaillard, muy especialmente en la primera de ellas.
En el Adagio e staccato de la Primera suite ofreció el siempre estupendo Robert Silla la primera (también habría más de él) aportación exquisita de su sobresaliente categoría como oboísta, con envidiable fantasía en los adornos introducidos. Destacable igualmente la pareja de trompas (Salvador Navarro y Pedro Jorge García) en sus más que comprometidas intervenciones (Menuets, Air), y la de oboes en el Hornpipe final.
La soprano holandesa Lenneke Ruiten (Velsen, 1977) fue la encargada de protagonizar la cantata Il delirio amoroso HWV 99, pieza, como tantas otras de la época italiana, demostrativa del inmenso talento dramático de Haendel. Más allá del libreto de Pamphili sobre la desdeñada Clori, hay que disfrutar de la colosal imaginación de Haendel para dibujar climas y atmósferas, así como para presentar papeles solistas instrumentales de gran relevancia, además del otorgado a la cantante. Así, la sinfonía inicial es una pieza concertante para oboe, en la que Silla ofreció una preciosa interpretación, con adornos oportunos e imaginativos. Lo propio puede decirse de la primera aria, Un pensiero voli in ciel, con una partitura muy expuesta para el concertino, que lo es más cuando se adorna con profusión (Ruiten se produjo con igual generosidad; personalmente, creo que hubiera limitado un poco la brillantez de algún adorno, pero es una cuestión muy personal), como hizo Colom ayer, con su característica brillantez.
Lo apuntado para oboe y violín se reprodujo en la aria Per te lasciai la luce, en la que se lució Ángel Luis Quintana, siempre con sonido bello y poderoso, exquisitamente dibujado. Ruiten, en fin, lució una voz ligera, bien timbrada y de buena respuesta en la agilidad, puesta a prueba por Haendel en bastantes momentos a lo largo de la cantata. Se mostró sensible en los matices e imaginativa (con el punto de exceso en la mencionada Un pensiero voli in ciel) en los adornos. Sube con facilidad al agudo aunque cuando ha de forzar el volumen (como en alguno de los adornos mencionados) el timbre pierde algo de redondez. En todo caso, ella y los músicos de la Nacional ofrecieron, bajo el estupendo mando de Haïm, una sobresaliente interpretación de esta deliciosa cantata.
El éxito fue, como cabía esperar, grandísimo. Haïm, se mete al público en el bolsillo con la misma facilidad que a los músicos, por su espontánea naturalidad y simpatía. Tras muchas y repetidas ovaciones, la francesa pidió silencio para presentar un último regalo haendeliano: Il volo così fido, aria para soprano con flauta (sopranino) de pico obligada procedente de la ópera Riccardo primo re d’Inghilterra HWV 23, como homenaje a la llorada Teresa Berganza, oportuno por cuanto la colosal mezzosoprano madrileña tenía a Haendel entre sus favoritos. Se lucieron nuevamente Ruiten y Gaillard en esta música deliciosa, para cerrar una velada de la que uno no podía salir de otra forma que no fuera… sonriendo. Precioso concierto.
Rafael Ortega Basagoiti