MADRID / Incandescente Currentzis con MusicAeterna

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 17-V-2023. Ciclo de Conciertos La Filarmónica. MusicAeterna. Director: Teodor Currentzis. Obras de R. Strauss y Chaikovski.
Primera gira de una orquesta rusa tras la invasión de Ucrania por Putin. Y, como por desgracia era de esperar, primera polvareda, aunque más de medios y redes que de otra cosa. Incluso consultas elevadas al Ministerio por si había que suspender las actuaciones españolas de MusicAeterna. La respuesta: no hay veto de la UE a los artistas rusos ni a esta orquesta. Las actuaciones de Barcelona y Zaragoza se saldaron con notable éxito, aunque la prensa, generalista y especializada, avivó el debate, al que al menos buena parte del público parece un tanto ajeno. También el de Madrid, como lo demuestran que llenara de manera más que notable el Auditorio y que respondiera a lo escuchado como lo hizo. El debate sobre si se debe o no aplaudir la presencia del conjunto ruso por su financiación desde bancos o empresas rusas sancionadas es más complejo de lo que parece, y no es esta reseña, que debe ocuparse de lo artístico, el espacio para tenerlo.
El primer concierto ofrecía dos obras de intensa carga emotiva y dramática. El estudio para 23 instrumentos de cuerda titulado por Strauss Metamorfosis, compuesta en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, es una obra comprensiblemente transida de intenso dolor, el que siente el anciano compositor bávaro que contempla desolado la destrucción de la Ópera de Múnich, tantos años su “casa” musical, y la de su propio padre, largo tiempo solista de trompa en esa sede. Desolación también tras la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, paradigma del mal que el ser humano puede hacerse a sí mismo.
La Patética de Chaikovski, obra de gran carga emocional, es realmente una música más apasionada que declaradamente triste, con la excepción de su final desvanecido, que también resulta profundamente desolado. La elección de ambas obras, como la de la Novena de Mahler para el segundo programa, no es, sin duda, casual, sino más bien un deseo, como ha expresado Currentzis, de “compartir nuestro dolor, nuestras esperanzas y nuestros sueños”, con el público.
Currentzis, ya lo hemos comentado en alguna otra ocasión, es maestro, como todos aquellos que demuestran personalidad y poca proximidad al convencionalismo, que despierta entusiasmos y aceradas críticas en proporciones significadas. Lo que es extremadamente raro es que despierte indiferencia. Creo honestamente que su talento y preparación técnica son indudables. Sabe perfectamente lo que quiere y cómo obtenerlo, y no hay duda de que lo consigue. Otra cuestión es que lo que quiera guste o convenza a todos (especialmente si se está aferrado a una idea más o menos fija de una aproximación interpretativa, más aún si se piensa en cánones tradicionales, algo que en muchos aspectos Currentzis gusta de triturar). Y otra cuestión más es que su estética escénica despierte interés o rechazo. El greco-ruso tiene una faceta teatral, qué duda cabe. El greco-ruso es un espectáculo, y ayer volvió a quedar eso en evidencia, no solo por el hecho, ya conocido, de que la orquesta entera (excepto los chelos, por razones obvias) tocaran de pie, sino por detalles tal vez menos inmediatamente comprensibles como la “incorporación” progresiva de algunos instrumentistas a sus atriles en el comienzo de la obra de Strauss, desde lugares traseros de la tarima.
A esa teatralidad contribuye un gesto, una dinámica sobre el podio, decididamente hipertrofiada, que puede no ser, de hecho no lo es, del gusto general. Pero ese gesto, esas posturas, más allá de lo atractivos que resulten, funcionan de manera eficacísima para su fin último: transmitir a la orquesta sus deseos e indicaciones. Porque de lo que no cabe duda es de que la orquesta responde con precisión matemática a cada uno de ellos. Los ataques son de una precisión absoluta. El empaste, incluso en los momentos más exigentes (el allegro molto vivace de la Patética) fue perfecto, y los matices, de una amplitud realmente inverosímil. Basten como ejemplos el portentoso pppp del clarinete (antes también lo había lucido el fagot) al final del pasaje Moderato assai en el primer tiempo de la Patética, el mismo comienzo de la sinfonía o su escalofriante final, pero, en el otro extremo, los abrumadores clímax del primer tiempo (apabullante el pasaje en el que Chaikovski demanda largamente forte possibile) y del tercero. La volcánica interpretación de éste fue de tal intensidad que dejó al público apabullado. Al contrario que en otras ocasiones, no hubo aplauso alguno en ese momento (muy proclive al entusiasmo precipitado), solo asombro ante la intensidad de lo que se estaba escuchando.
Sí, puede decirse que alguna inflexión no estaba prescrita, que algún detalle de fraseo (como en la primera frase de la cuerda en el primer tiempo de la Patética, con alguna articulación no prescrita y tampoco, por ello, escuchada, al menos de forma habitual) pueda parecer hasta exagerado, pero todo el discurso consigue una intensidad y una coherencia muy especiales. Se apreció ya en el mismo comienzo, exquisitamente matizado, de la Metamorfosis straussiana, construida con extraordinaria sabiduría, en un arco adecuadamente crecido hasta el clímax. Magnífico el pasaje Più allegro y el acelerando posterior, presentado con una sonoridad llena y preciosa, para luego desvanecerse hasta un final en el que la desolación resulta estremecedora. Consiguió captar Currentzis la atención hasta el punto en el que, cuando terminó la obra, no se movió una mosca hasta que él no bajó los brazos.
El susurrado comienzo de la Patética, de inverosímil levedad en contrabajos y fagots, fue el preludio de una interpretación de las que te pone en el borde de la silla. Cada una de las inflexiones (muchas) prescritas por Chaikovski, cada juego incalzando-ritenuto, cada matiz, cada acento, fue ejecutado por una orquesta que sigue a su líder como un solo hombre, con una entrega, una energía y un entusiasmo verdaderamente difíciles de igualar. Tuvo pasión y dramatismo el primer movimiento, tremenda elaboración del clímax antes mencionado y emotividad el desvanecido final. Hermoso también el elegante y ligero segundo tiempo, con un canto precioso de los violonchelos y un pizzicato del resto de la cuerda que se escucha pocas veces con ese nivel de perfección. Muy vivo, sin concesiones, el allegro molto vivace. Decir de él que fue incandescente es quedarse corto. Electrizante, apabullante y ejecutado de manera brillante. Tremendo igualmente el tiempo final, emotivo (qué maravilla el sobrecogedor lamento de la cuerda sobre el que Chaikovski demanda con lenezza e devozione) y estremecedor en su tramo final. Nadie se movió, otra vez, hasta que Currentzis bajó, después de bastantes segundos, los brazos. Solo algún aficionado susurró por lo bajo: “¡Qué barbaridad!”. Con toda razón. Cuando al fin Currentzis dio por concluida la interpretación, atronaron las ovaciones. Éxito colosal del maestro y su excelente y entregado conjunto. No es de extrañar. La intensidad de lo escuchado lo merecía. Es un privilegio escuchar una obra tan archiconocida como la Patética en una interpretación de este nivel de tensión, con esta personalidad y con una solidez artística que admite poca discusión, más allá de que el gusto personal de cada uno pueda preferir otro acercamiento. Al que suscribe, Currentzis le convenció del suyo. Plenamente.
Rafael Ortega Basagoiti