MADRID / Imperial Perianes

Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 18-IV-2023. XXVIII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Javier Perianes, piano. Obras de Clara y Robert Schumann, Brahms y Granados.
Nueva visita de Javier Perianes (Nerva, 1978) al ciclo de Grandes Intérpretes. Como siempre, cita bienvenida y muy esperada, porque el onubense se ha convertido, con toda justicia, en uno de los nombres más celebrados del piano contemporáneo de nuestro país, y también del panorama internacional, en el que desarrolla una brillantísima carrera. Cita, además, del mayor interés, porque los suyos son programas bien armados y fundamentados, siempre interesantes por contenido y diseño, y poco proclives a la convención.
No fue la excepción el de ayer, que tenía todos estos ingredientes. La primera parte, centrada en torno al género de la variación, pero además girando con tino sobre el trío del matrimonio Schumann y su amigo y protegido Johannes Brahms. Una pieza, la cuarta de las Bunte Blätter de Robert (obra que interpretó en este mismo ciclo Grigory Sokolov en febrero de 2020, muy poco antes de que el malhadado virus causara la catástrofe que no olvidaremos), era el centro de gravedad, porque es la base para las Variaciones sobre un tema de Robert Schumann op 20 firmadas por Clara en 1853, y también para las más ambiciosas Variaciones sobre un tema de Schumann op 9 del veinteañero Brahms (1854-5) que, aunque consideradas por su autor como “pequeñas variaciones sobre un tema de él dedicadas a ella”, tienen en realidad bien poco de “pequeñas”, como acertadamente señala Arturo Reverter en sus notas.
Las Variaciones op 20 de Clara Schumann son buena muestra de su gran categoría como pianista (variaciones como la quinta o la séptima no ocultan una demanda de cierta brillantez sobre el teclado) pero también un lenguaje que tiene muchos puntos en común con el de Robert. Es palpable la proximidad estética, pero también, como es lógico, la emocional. Música de notable aliento lírico y bien imaginativa. Las op 9 de Brahms se acercan también a ese mundo de delicado lirismo que destila el tema escogido de las Bunte Blätter, pero tienen, desde luego, el lenguaje inconfundible del entonces veinteañero músico de Hamburgo, además de mayor dimensión (entre otras cosas por su propia duración, en torno al doble, y también en número, dieciséis frente a las siete de Clara), y son todo un testimonio de su dominio en el género, que más tarde habría de alumbrar piezas magistrales como las Variaciones sobre un tema de Handel op 24 o los dos libros de variaciones sobre un tema de Paganini op 35.
A estas dos partituras unió Perianes, para completar este trío de partituras no especialmente frecuentadas, el segundo movimiento (Quasi variazioni: Andantino de Clara Wieck op 14) de la Sonata nº 3 de Robert Schumann que, en este caso, parafraseando a Brahms, podríamos describir como “variaciones de él sobre un tema de ella”. Y está bien escogido ese extracto de la sonata, no sólo porque el tema proceda de Clara, y porque su carácter y canto sea muy vecino del tema de las Bunte Blätter mencionado, sino porque su inclusión sirve para cerrar ese círculo musical y emocional que tenía el matrimonio Schumann con su protegido y amigo Brahms.
Tras esta primera parte, en una temporada dedicada al centenario de Alicia de Larrocha, no podía faltar el recuerdo a una obra que fue una de las señas de identidad de la catalana, que siempre será recordada como una intérprete de referencia de la misma: las Goyescas de su paisano Granados. Un verdadero miura, desafío gigantesco para cualquier pianista, en cualquier dimensión que se considere. Es música no solo de enorme demanda técnica, sino de complejo desentrañamiento en la textura, en los matices, en la diferenciación de voces y en la construcción de un discurso que ha de obedecer a un torrente de indicaciones de todo tipo (hay pasajes de la partitura en los que en apenas cuatro compases hay ocho indicaciones), de matiz, de tempo, de fraseo o de expresión. Música extremadamente diversa en atmósferas, que van desde la exaltación apasionada hasta la sutil evocación de la más delicada melancolía o, como en El amor y la muerte, el drama más desolado. El desafío, por tanto, es de los de órdago.
No vamos a descubrir a estas alturas el enorme talento de Perianes. Los medios técnicos son magníficos, no sólo en cuanto a precisión, sino, sobre todo, en cuanto a esa herramienta tan esencial que es el sonido. El de Nerva gobierna la dinámica con absoluta maestría, desde los pianissimi más adelgazados a los fortissimi más rotundos. Lo hace además con una diferenciación perfecta a lo largo de la gama: p nunca es lo mismo que pp y ppp es siempre un escalón menos que este. El sonido jamás pierde su redondez y belleza, el pedal siempre se presenta manejado con inteligente mesura, y el discurso siempre obedece a una construcción que se antoja tan natural, espontánea y fluida como absolutamente coherente y sólida, pero, a la vez, de una enorme riqueza expresiva y envidiable capacidad evocadora. Es el suyo un decir musical elegante y convencido, y por eso mismo engancha inevitablemente a la audiencia.
Lo hizo ya en esa primera parte de los Schumann y Brahms, en la que dominó un lirismo de hermosa expresión, exquisito matiz y rubato justo (como en la segunda variación de la obra de Clara Schumann, en la que también brilló la levedad de un magistral toque leggiero en la variación cuarta). De las muchas muestras de inverosímil levedad de matiz en esta obra, el ppp del final puede servir de buen ejemplo. Brilló en esta obra, como también en las Quasi variazioni de la Tercera Sonata de Schumann, la capacidad de canto de Perianes, verdaderamente extraordinaria y muy evidente en la última de las cuatro variaciones.
Pese al despiadado ataque de móviles y toses, las Variaciones brahmsianas llegaron con paralela perfección en cuanto a sonido, expresión y elocuencia del discurso. Además de lo ya mencionado en otros aspectos, merece la pena destacar el precioso efecto de pedal obtenido en la quinta variación, o la delicadeza conseguida en la séptima, tan próxima en el dibujo expresivo a alguna de las últimas obras para piano del compositor. Igualmente reseñable, en la hermosa variación undécima, el respeto escrupuloso por la demanda “dolcissimo” para el acompañamiento, de forma que el canto, maravillosamente dibujado, quede destacado sin forzarlo. Formidables las octavas en pp en esa misma variación, y de emocionante evanescencia el ppp final de la obra.
Granados, ya se comentó antes, nos lleva a otra dimensión. La densidad es mayor, la gama llega al fff, que en las obras de la primera parte no llega a aparecer, y conseguir la variada evocación que demanda el catalán, con la fantasía, el gracejo, la melancolía y el drama, es algo que no está al alcance de muchos. Quizá por eso no se afronta tantas veces en recital. La interpretación de Perianes fue, sencillamente, magistral de principio a fin. Ya desde Los requiebros tuvimos evidencia de la elegancia de un canto extraordinario, dicho, como demanda Granados, “con gallardía”. Brillantísimo comienzo a cuyo final se precipitaron los aplausos. La fascinación se prolongó en el Coloquio en la reja, expuesto con una asombrosa diferenciación de voces y con una sección Allegretto airoso que evidenció un gracejo envidiable. Cada acento, cada inflexión expresiva encontró su justa traducción en una pieza que tuvo también su tinte de melancolía. Qué difícil es conseguir ese “con dolore e appassionato” que pide Granados al final, y qué maravillosamente bien lo tradujo Perianes.
Apareció más tarde el salero, el impulso rítmico, en El fandango del candil, pero también el guiño de la sugerente insinuación, en una página brillante y apasionada. Otra vez tradujo con extremo acierto el de Nerva la petición de Granados de “con molta fantasía” para el siguiente número, Quejas o la maja y el Ruiseñor, en el que consiguió unas frases de un toque leggiero con un grado de levedad verdaderamente inverosímil. Espeluznante, de principio a fin, El amor y la muerte, donde la pasión, el drama, el misterio y lo fúnebre se dieron la mano en una traducción de escalofrío. Igualmente emocionante el Epílogo, culminado en un final de sublime levedad. Una interpretación maravillosa, en suma, de las que habría hecho aplaudir, a buen seguro, a la homenajeada Alicia de Larrocha.
Éxito enorme del pianista onubense ante un público que acudió en bastante cantidad pese a la competencia futbolera. Agradeció expresivamente las ovaciones, pero solo concedió una propina: el Intermezzo op 118 nº 2 de Brahms. El tempo pareció relativamente ligero para la indicación Andante teneramente, pero de nuevo nos deslumbró la finura de matiz, la elegancia expresiva del canto, y ese manejo magistral de las voces, y en especial de la voz intermedia, tan esencial en esta música del último Brahms.
Un resumen bien fácil: concierto soberbio de un pianista y un músico excepcional. Todo fue extraordinario, pero lo de las Goyescas queda para el recuerdo. Un Perianes imperial.
Rafael Ortega Basagoiti