MADRID / Franz Schubert Filharmonia: frasear, medir, cantar y regular
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 13-III-2022. Franz Schubert Filharmonia. Alexei Volodin, piano. Director: Tomás Grau. Obras de Brahms y Chaikovski.
Se presentaba en Madrid este conjunto Sinfónico con su nueva denominación referida a uno de los más ilustres compositores del primer Romanticismo. No es mala enseña. El conjunto, antes llamado Orquesta Sinfónica Camera Musicae, está constituido por jóvenes instrumentistas, en su gran mayoría españoles (y catalanes, por más señas), aunque el concertino en esta ocasión era polaco: Krzysztof Wisniewski, que pertenece a la Orquesta Nacional.
La agrupación (algo más de sesenta músicos con la base de cinco contrabajos), que toma forma de vez en cuando, ya que la mayoría de sus componentes integran otras agrupaciones, en varios casos, foráneas, muestra una excelente conjunción, un buen equilibrio entre familias y ofrece un espectro tímbrico muy atrayente, espejeante en una cuerda pulcra y bien avenida, que toca con pasión controlada. Maderas estupendas, con el clarinetista Jordi Cornudella y la fagotista Pepa Fusté como elementos más representativos. Metales algo más desiguales y en algún caso agrestes, aunque presididos por un trompa de altura como Pablo Hernández, que tocó muy bien el solo del Andante cantabile de la Sinfonía de Chaikovski: densidad y belleza de sonido, puede que a falta de una dinámica más refinada.
Con estos mimbres, tan bien trabajados por Tomás Grau, se asistió puntualmente al pianista Alexei Volodin en una versión briosa, espectacular, vibrante del Concierto nº 2 op. 83 de Brahms. El solista posee técnica sobrada para salvar con solvencia y seguridad las arduas dificultades que presenta la compleja partitura: octavas, trinos, ataques, saltos interválicos, frases encendidas. Pudo con todo en un empleo muy juicioso de sus grandes manos, que iban seguras a cada nota. Brillo y fulgor a partes iguales. Potencia y, en el Andante, buena fusión con el solo de violonchelo, excelentemente tañido por Bruno Hurtado.
Ligereza y soltura en el Allegretto grazioso, en el que la orquesta sonó a veces ingrávida y las manos del pianista volaron raudas, como a lo largo de toda la sesión, bien que no siempre acabara por penetrar en la sustancia más lírica y trascendente de la obra, de la que se nos brindó una lectura más eléctrica que serena, vertida quizá en exceso hacia lo más aparente y superficial, aunque siempre sostenida por el puntual acompañamiento. Volodin regaló como bis la Serenata op. 3 nº 5 de Rachmaninov.
Grau, director serio, de brazos bien abiertos y acompasados, que sabe subdividir cuando a mano viene, de dibujo elegante y sugerente, conoce el secreto de dejar fluir la música sin constreñirla, la delinea con cuidado y controla con habilidad la distribución de dinámicas y de un discreto rubato. Y algo muy interesante e importante: sabe calibrar volúmenes, administrar y estratificar planos cuidando el balance y dejando abierta la posibilidad de que las voces se escuchen y las texturas se suelden sin apelmazarse.
De esta manera los pentagramas chaikovskianos manaron de forma natural desde el mismo comienzo, con mínimos desajustes. Coda urgente en el Allegro con anima y exposición tranquila, no morosa, del cantábile de la trompa en el segundo movimiento. Segundo tema soñador y ralentizado los justo en el clímax, con una cuerda apasionada y presta. Discreto y bien ralentizado Vals y análisis detallado de las evoluciones temáticas del Finale, cuyos distintos episodios fueron expuestos con claridad y a lo largo de una exposición cada vez más acelerada. Contundente cierre. Ante los aplausos, un bis: una cuidada exposición del crescendo continuo de Nimrod. El número más conocido de las Variaciones Enigma de Elgar.
Arturo Reverter
(Fotos: Rafa Martín)