MADRID / Frang y Jurowski, Britten y Mahler
Madrid. Auditorio Nacional. 27-XI-2019. Ciclo Orquestas y Solistas del Mundo. Vilde Frang, violín. London Philharmonic Orchestra. Director: Vladimir Jurowski. Obras de Britten y Mahler.
Si hace apenas unos días admirábamos el talento de la joven italiana Beatrice Rana en su recital para el ciclo de Grandes Intérpretes de Scherzo, hoy recibía el ciclo de Ibermúsica a otra joven de gran talento, la noruega Vilde Frang (Oslo, 1986), discípula de Blacher y Chumachenco y que ya llamó la atención, con apenas 12 años, nada menos que de Mariss Jansons, para su debut con la Filarmónica de la capital noruega. Se enfrentaba Frang, con su violín Vuillaume (1866), al nada fácil ni frecuente Concierto para violín y orquesta de Britten, que tiene registrado para Warner (junto al concierto de Korngold, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt y James Gaffigan). Y lo hacía reemplazando a la prevista Arabella Steinbacher, cuyo embarazo ha aconsejado un reposo en su nivel de actividad. Curiosamente, Steinbacher tiene también registrado este concierto, precisamente con Jurowski (Pentatone). El Concierto de Britten es una partitura interesante, algo atípica en un diseño que sitúa el momento de mayor agitación en el segundo movimiento, justo en el punto en el que la mayoría de los conciertos ofrecen el de mayor reposo.
En el primero y, en parte en el último, hay un importante papel para el canto más que para un carácter agresivo. Y es en esa faceta donde brilla más la noruega, cuyo sonido es dulce y de gran belleza, siempre bien matizado, de impecable entonación (impolutas las octavas y décimas) y con cristalina articulación, siempre ágil en el arco, muy bien manejado por ejemplo en los ricochet, y con una envidiable limpieza de ataque. Quien esto firma encontró su sonido un poco corto de volumen, pero pese a ello la endiablada cadencia final del segundo tiempo (uno de los momentos más bellos de la obra) estuvo admirablemente resuelta. En general, lectura de rica y variada expresividad, pero sin aristas de agresividad. Aproximación, en todo caso, planteada con sólido criterio y ejecutada de manera excelente, muy bien acogida por el público. Reservó este la acogida más entusiasta para el vibrante final de la Quinta de Mahler, que, aunque aparentemente “frecuente” en los programas, no aparecía en el ciclo de Ibermúsica desde hace cuatro años. No tuve ocasión de escuchar aquella interpretación (Andris Nelsons, Orquesta del Festival de Lucerna), pero sí puedo decir que la que nos ofreció Jurowski resultó, al menos para el firmante, plausible.
El director ruso prestó cuidada atención a los planos, y acertó en la construcción de los clímax, siempre dotados de la tensión adecuada. Sonaron con presencia y belleza las voces intermedias (buen brillo de las violas, por ejemplo) y la interpretación no anduvo corta de dinámica ni expresión. Al firmante le sorprendió la tendencia relativa, sobre todo en los dos primeros tiempos, a los tempi un punto demasiado calmados, pero Jurowski supo dotar de tensión interna al discurso como para que éste no decayera. Hubiera deseado, aunque eso es cuestión muy personal, un poco más de rubato en el segundo tiempo, en algunos momentos un poco más de ese “stürmisch bewegt” que demanda Mahler, y que por momentos pareció en exceso controlado, como también un poco más de chispa y desenfado en el por lo demás bien dibujado Scherzo, danzable y con humor, que quizá hubiera pedido también algo más de arrebato en el final. Bien cantado, expresivo, nostálgico pero no edulcorado, el famoso Adagietto, y decidido, con buen impulso, el rondó final, culminado en una coda perfectamente elaborada y ejecutada. La Filarmónica de Londres mostró sus bien conocidas virtudes y también sus conocidas áreas de mejora. Estupenda la cuerda grave pese a algún desajuste en el ataque inicial del segundo movimiento. Precisa, pero por comparación algo más falta de cuerpo, la sección de violines. Sobresaliente sección de maderas, correctas las trompas, con notable actuación del solista pese a algún momento de aspereza, y bien los metales, aunque el trompeta solista era algo proclive al exceso de volumen (Jurowski hizo en ese sentido más de una indicación de “freno”), y el solista de tuba resultara con diferencia el más indeciso y flojo de la tarde. Sobresalientes los demás.
En conjunto, la lectura de Jurowski, quizá más intelectual y analítica, más, si se quiere, una prospección al futuro que una mirada al pasado o a lo fronterizo de lo que tanto hay en su música, arrastra más por la belleza de la partitura en sí que porque la impronta del ruso en la misma despierte las más profundas emociones, lo que sí conseguía Bernstein o, en aquella legendaria interpretación hace años en el Real, Claudio Abbado. Aunque hubo momentos de encomiable intensidad emotiva, sobre todo en los dos últimos movimientos, el que suscribe echó en falta algo más de flexibilidad, de esos extremos tan mahlerianos, que paradójicamente son los que en muchos momentos otorgan continuidad en el hilo conductor. Lo que escuchamos, no obstante, tuvo más que suficiente intensidad y excelencia en la ejecución como para que la velada resultara muy notable y fuera disfrutada con entusiasmo por el público fiel de este admirable ciclo.
Rafael Ortega Basagoiti