MADRID / Ferrández y Urbánski, en un excelente concierto de la OCNE

Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. 24-X-2020. Orquesta Nacional de España. Pablo Ferrández, violonchelo. Director: Krzysztof Urbański. Obras de Beethoven y Chaikovski.
Quinto concierto del ciclo sinfónico de la OCNE, esta vez con el polaco Krzysztof Urbánski (Pabianice, 1982) en el podio, que ya visitó la temporada pasada, y el aliciente de la presencia solista del joven madrileño Pablo Ferrández (1991), magnífico violonchelista que, con todo merecimiento, se ha convertido en uno de los nuevos fichajes de Sony. El programa reunía una obra bien conocida de Beethoven (Obertura Egmont) junto a dos de Chaikovski, las también muy conocidas Variaciones sobre un tema rococó y la mucho menos habitual Suite para orquesta nº 4 “Mozartiana”.
Repasemos para empezar el protocolo de seguridad. Se maneja el auditorio, al menos en este concierto, con un aforo del 50%, con un plan de una butaca ocupada y una no ocupada. La orquesta, distanciada con mascarillas, a excepción de los vientos, que reemplazan las mascarillas por mamparas de metacrilato. Hay circuitos de entrada diferenciados para butacas pares e impares y el programa de mano sólo está disponible como PDF descargable por código QR. El personal presta la máxima atención a las medidas y se desempeña con ejemplar amabilidad.
Hay, sin embargo, dos aspectos que creo manifiestamente mejorables en este, por lo demás, buen protocolo de seguridad. La primera es la lógica de descartar por completo no menos de la mitad de los laterales de primer anfiteatro, más las sillas del coro y las dos tribunas laterales de fondo a ambos lados del órgano. Si el aforo incluyera esas localidades, el 50% actual quedaría más distanciado al distribuirse en más espacio, lo que es sin duda más seguro. No olvidemos que, cuanta más distancia mejor. No termino de entender por qué no se hace así. La otra cosa es la falta de una instrucción adicional para el público para evitar una práctica que en estas circunstancias entraña riesgo, y mucho. Se trata de las manifestaciones de entusiasmo en forma de gritos de “¡Bravo!” ¿Tanto cuesta aplaudir con entusiasmo, pero sin gritar, que es algo que está probado que emite muchos aerosoles? La ópera de Viena lo recomendó, con razón, hace tiempo. Aquí deberíamos hacer lo mismo. Cuesta muy poco añadir esa instrucción a las que se dan al público antes del concierto.
En cuanto al concierto en sí, Urbánski fue de menos a más. Su Egmont pareció un tanto pesante en el inicio, y bastante moroso, aunque con energía, en la sección principal. Solo la exultante coda adquirió el nervio y brío necesarios. Los gestos no siempre fueron claros en los ataques, y alguno de estos se resintió en su precisión, con algún que otro pequeño desajuste en la orquesta, que por lo demás respondió de forma excelente a las difíciles circunstancias en que tienen que desempeñar su labor. Las Variaciones sobre un tema rococó nos permitieron disfrutar del hermoso sonido, la excelencia artística y la formidable técnica del joven chelista madrileño Pablo Ferrández, en una nueva actuación sobresaliente en el auditorio de la capital.
Precioso sonido, lleno, redondo, rico en colores, preciso en la afinación, cálido en la expresión y con un arco de envidiable agilidad. La exigencia de virtuosismo solista de la partitura es francamente elevada, pero Ferrández muestra una seguridad absoluta y ofreció una interpretación que tuvo todos los ingredientes deseables: alegría, lirismo, pasión y melancolía. Si brillante fue la quinta variación y la prodigiosa cadencia, la sexta fue profundamente emocionante, con Ferrández destapando el tarro de las esencias expresivas y Urbánski descendiendo del podio para acompañar “pie a tierra”, como diciendo: todo tuyo. Vibrante la coda, y espectacular el éxito, con muy merecidos, pero, por las razones apuntadas antes, no apropiados “Bravos”. Impecable y preciso acompañamiento de Urbánski y excelente prestación de la Nacional, liderada por ese lujo de concertino llamado Miguel Colom. Ferrández expresó en un breve parlamento el regalo que para los músicos suponía poder interpretar de nuevo música en vivo, y, al frente de la sección de violonchelos de la orquesta, regaló otra hermosa interpretación de la Vocalise de Rachmaninov.
Entre los muchos talentos de Chaikovski estaba el de ser un maestro de la orquestación, y esta poco escuchada Suite es buena muestra de ello. Justamente apodada mozartiana, puesto que la música es del genio de Salzburgo. El ruso escogió para el propósito orquestador cuatro obras mozartianas para piano, tres de ellas originales para teclado (la Pequeña Giga K 574, el Minueto K 355, y las Variaciones sobre un tema de Gluck K 455) y la cuarta, una transcripción de Liszt del emocionante Ave Verum corpus K 618. La partitura, con una instrumentación colorista y luminosa, que culmina en un extenso movimiento final sobre las variaciones K 455, permitió a la Nacional mostrar las excelencias de sus músicos, con mención especial para el solista de flauta (Variación 3 en el último tiempo) y el ya mencionado Colom, que dibujó una preciosa interpretación del hermoso Adagio de la variación 9.
Concierto, pues, excelente en términos generales, especialmente en las dos obras de Chaikovski, y con éxito grande y merecidísimo de Ferrández, pero también de Urbánski en la obra que cerraba el concierto, que duró 75 minutos, algo apropiado en esta tesitura.