MADRID / Farinelli, el cantor de reyes
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 15/17-II-2020. Bretón, Farinelli. Maite Beaumont, Rodrigo Esteves, Nancy Fabiola Herrera, Leonardo Sánchez, David Menéndez, Manuel Fuentes, Houari López Aldana. Emilio Gutiérrez Caba. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Guillermo García Calvo.
Demos la bienvenida, más de un siglo después de su estreno, a la recuperación de un título olvidado, como tantos otros de nuestro patrimonio, en este caso operístico, que el Teatro de la Zarzuel nos ha hecho llegar en versión de concierto.
Farinelli es una ópera en un prólogo y tres actos que su autor, el salmantino Tomás Bretón, antes de su estreno el 14 de mayo de 1902 en el Teatro Lírico de Madrid, denominó ‘comedia lírica’. Su libretista, el escritor sevillano Juan Antonio Cavestany, partió al parecer de unas supuestas Memorias no publicadas de Farinelli (1705-1782), el más célebre castrato de la historia, y de elementos dramáticos de una novela de Scribe titulada Carlo Broschi, que junto a otros de su invención proporcionan no escaso número de situaciones musicales.
Carlo Broschi (Farinelli) se ganó con su talento vocal la admiración de los reyes Felipe V y Fernando VI de España, tras ser traído a Madrid por la desesperada Isabel de Farnesio en 1737 con una astronómica cifra de 3,000 libras de pensión para aliviar la enfermiza melancolía de Felipe V. Ciertamente, su voz era incomparable. A juicio de Johann Joachim Quantz, compositor y flautista alemán al servicio de Federico II de Prusia, Farinelli tenía ‘una penetrante voz de soprano, completa, rica, luminosa y bien modulada. Su entonación era pura, su vibración maravillosa, su control de la respiración extraordinario y su garganta muy ágil, por lo que cantaba los intervalos más amplios rápidamente y con la mayor seguridad’.
Farinelli es una obra compuesta en plena madurez, cuando Tomás Bretón cuenta cincuenta y dos años de edad. El por qué de la elección del tema, muy alejado de los grandes dramas históricos o realistas que gustaban a su autor, sigue siendo un misterio. El personaje es visto desde la ficción, y ni siquiera es presentado como una gloria de nuestra monarquía. Tras las escasas representaciones vinculadas a la fecha del estreno –con la crisis económica del Teatro Lírico como telón de fondo- el Farinelli de Bretón fue juzgado como ‘quizá su mayor obra escénica’ por Rafael Mitjana. También Patrick Barbier la considera la mejor ópera basada en el célebre cantante.
La ópera presenta seis personajes y una estructura en tres actos, precedidos de un prólogo, que narran una historia inverosímil de los amores imposibles entre Farinelli y Beatriz, una célebre e inventada cantante italiana de la época, que emplea el nombre artístico de Elena Pieri, con la que no se puede casar porque resulta ser su hermana. Un tema muy propio para el drama interior y para el lirismo, contrapunteado por momentos cómicos y escenas de gran aparato escénico.
Escuchada la partitura, nos sorprende la singularidad de la misma por sus bellezas musicales. El estilo es ecléctico, bebiendo principalmente de las fuentes del clasicismo, aunque combinándolo con ritmos españoles, con cromatismos wagnerianos y con técnicas veristas, lo que demuestra que Bretón estaba al tanto de las principales corrientes europeas de su época. Otro rasgo a destacar en Farinelli es la importancia del coro, presente en buena parte de la obra. A todo ello podemos añadir la sabia construcción de un discurso dramático fluido y sin interrupciones.
La uniformidad del reparto vocal fue fundamental para realzar la valía de la obra de Bretón. La mezzo Maite Beaumont (Farinelli), a quien ya escuchamos recientemente en este teatro en el homenaje a Montserrat Caballé, hizo una creación de su papel, bien dibujado de sus desdichas y angustias, con gran musicalidad y sentimiento además de un agudo muy convincente. Nancy Fabiola Herrera (Beatriz) bordó sus intervenciones, dotando al personaje de gran intensidad y comunicada emoción. A buen nivel el resto, con un Rodrigo Esteves (Jorge), de voz asentada aunque algo tenso; David Menéndez (doctor), de poderosa voz baritonal, que exhibió los momentos bufos de la partitura junto a Manuel Fuentes (director de orquesta), quien mostró una buena voz de bajo. Por su parte, el joven tenor mejicano Leonardo Sánchez (Alberto) lució una voz de agradable timbre, demostrando ser un cantante muy a tener en cuenta.
Más que solvente la dirección musical del nuevo director titular del teatro, el madrileño Guillermo García Calvo, que negoció la partitura con coherencia y control y a quien la ORCAM siguió con gran atención. También a buen nivel las intervenciones del coro titular. De la narración de los textos introductorios a cada uno de los actos se hizo cargo el veterano actor Emilio Gutierrez Caba, sin especial énfasis.
En suma, una recuperación muy acertada, dado el excelente material escénico y musical que la obra atesora, que el público supo valorar al final con un aplauso entusiasta.
Manuel García Franco