MADRID / Fanlo & Amorós: Distintas y matizada luces

Madrid. Auditorio Nacional. 26-XI-2019. Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música. Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música. Iagoba Fanlo, violonchelo. Pablo Amorós, piano. Obras de Schubert, Boulanger, Debussy, Prieto y Pejacevic.
En la siempre variada y sustanciosa temporada de la Autónoma se ha dado paso a la actuación de este ya acreditado dúo de violonchelo y piano constituido por dos artistas de talla, bien avenidos, buenos músicos, cuya eficacia y nivel ha podido comprobarse desde hace meses a través de conciertos y grabaciones, y que han confirmado en esta interesante sesión con mayoría de creadoras femeninas y con la interpretación de algunas partituras de infrecuente escucha.
Aunque la velada se abrió con una composición bastante habitual en el repertorio, la Sonata Arpeggione de Schubert, destinada en origen a ese insólito y hoy desaparecido instrumento ideado en 1823 por Johann Georg Stauffer, en la que el violonchelo ha de desarrollar con sus cuatro cuerdas las armonías previstas para seis. Lo hizo a conciencia Fanlo, serio, severo, que, tras un comienzo ligeramente dubitativo, se fue imponiendo con seguridad de tono, fraseo ceñido y afinación. Las fantasiosas elongaciones del Allegro moderato, la belleza melódica del Adagio y el animado discurrir del centelleante Allegretto, en donde la variedad temática del músico vienés brilla sin mácula, fueron expuestas con naturalidad y elegancia, con un piano cristalino y elocuente.
Como base, claro, el hermoso, cálido, redondo, denso y sonido del instrumento de cuerda, un Guillamí de 1746 —al que hay que saber hacer hablar, por supuesto—, que fue el arma que nos introdujo en el mundo francés, en donde apreciamos una mayor identificación de los dos intérpretes con los pentagramas. Primero, las esbeltas y bien labradas Tres piezas para violochelo y piano de Nadia Boulanger, de exquisito trazado, surgidas de la mano de una de las pedagogas más influyentes del siglo XX. Después, la caleidoscópica Sonata de Debussy, con sus elegantes volutas, su ligereza y sus veladas referencias a España; sus claroscuros, su llamada a ecos populares, todo en el seno de una escritura concentrada cuajada de sabores y de olores. Aspectos captados fidedignamente por el arco perfumado y el sonido claro y acogedor del teclado.
Entre estas dos obras, de mujer asimismo, el Adagio y fuga de María Teresa Prieto, que nos contagia, a través de una escritura muy aromática, que bebe no poco de la generación del 27, un toque melancólico muy característico. En ella, los dos intérpretes supieron dar el giro estético necesario, lo mismo que se adaptaron al juvenil postromanticismo de la Sonata en Mi menor op. 35, una auténtica novedad, casi rareza, de la croata nacida en Budapest (1885-1923) Dora Pejacevic, compositora de amplios efluvios melódicos, de clásica construcción en cuatro extensos movimientos. En el segundo, Scherzo. Allegro, el chelista y el pianista alcanzaron altos grados de virtuosismo, con variado juego de matices y estupendo ensamblaje. Una hermosa pieza de José Buenagu —a quien deseamos una mejora de sus dolencias—, titulada A rising Life for a lost Life, dio cima a un concierto ameno, profundo y lleno de hallazgos.
Arturo Reverter
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