MADRID / Fabulosa Hilary Hahn en un excelente concierto de la Sinfónica de Washington con Noseda
Madrid. Auditorio Nacional. 18-II-2024. Ibermúsica 23-24. Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (DC). Director: Gianandrea Noseda. Solista: Hilary Hahn, violín. Obras de Simon, Korngold y Shostakovich.
La Sinfónica Nacional de Washington, que se presentó con Ibermúsica hace ya algo más de cuatro décadas (aunque esta es solo su séptima actuación en Madrid), es una orquesta casi centenaria (fundada en 1931), que no se encuentra entre las famosas cinco grandes de Estados Unidos (Filadelfia, Chicago, Boston, Nueva York y Cleveland, y a esas quizá habría que añadir también Los Ángeles), pero sí tiene una historia importante y, desde los setenta, ha contado con directores titulares significados: Antal Dorati, Mstislav Rostropovich, Leonard Slatkin y Christoph Eschenbach, que precedió al que es su titular desde 2017, el milanés Gianandrea Noseda (1964), formado inicialmente en Milán y más tarde muy ligado al hoy denostado Valery Gergiev, que le llevó como principal director invitado al Mariinski de San Petersburgo. El maestro italiano ha sido director titular de la Orquesta de Cadaqués, y con ella ha visitado el ciclo de Ibermúsica en catorce ocasiones. Sus otras presencias en el ciclo (3) han sido con la Sinfónica de Londres, de la que es principal director invitado.
El concierto que se comenta es el primero de los dos que tienen lugar en Madrid, encuadrados en una gira europea de la formación, la primera que realiza con su actual titular, que transcurre en España (Madrid, Zaragoza y Barcelona), Alemania (Berlín, Nuremberg, Frankfurt, Colonia y Hamburgo) e Italia (Milán) durante la segunda quincena de febrero.
En el primero de los programas, un estreno en Madrid: el de Wake up! Concierto para orquesta del afroamericano Carlos Simon (Atlanta, 1986), compositor residente del Kennedy Center (donde desarrolla su actividad la orquesta) que hasta ahora ha mostrado en su música influencias diversas, desde el gospel (bajo cuya influencia creció) hasta el jazz, la música contemporánea o las bandas sonoras, con una preocupación por la justicia social y la lucha contra el racismo como sustratos importantes en su producción. Wake up! Concierto para orquesta es un encargo conjunto de las Sinfónicas de Washington y San Diego, y ha sido recientemente estrenada (en noviembre de 2023 en San Diego, y en enero de 2024 por la Sinfónica de Washington, que la ofrece por primera vez en España en esta gira). Cuando quien esto firma redactó las notas al programa de este concierto, hace meses, nada se sabía sobre la partitura, aún en proceso de elaboración.
Tras el estreno en otoño, el compositor sí ha proporcionado apuntes sobre la obra en su página web. Y dicha información confirma que, también en esta obra, la preocupación social de Simon es sustrato esencial de la misma. Señala el músico que se ha inspirado en el poema Awake, asleep, del poeta indio-nepalí Rajendra Bhandari (Kalimpong, 1956), que advierte del peligro de permanecer dormidos en un mundo de grandes problemas sociales, pero también de cómo un despertar colectivo proporciona una importante dosis de reflexión. Dice Simon: “Mi objetivo al escribir esta obra no era sólo despertar a una sala adormecida con el sonido de la orquesta, sino dejar que quienes la escuchen se pregunten: ¿Estoy dormido? Por estas razones, elegí componer un motivo rítmico de dos notas que actúa como una “llamada de atención” a lo largo de la composición, como si la orquesta le dijera a la sala y al público: “¡DESPIERTEN!”.
Los primeros versos del poema (Dormir entre los despiertos es más difícil que permanecer despierto entre los dormidos, el sueño puede ser contagioso, un sueño lleva a otro, otro, …. y otro, hasta que estalla una epidemia de sueño. Durante la pandemia de sueño el déspota canta a la paz) son bastante ilustrativos sobre la idea que subyace en la partitura de Simon, de unos 20 minutos de duración, compuesta para una orquesta importante (Flautín, 2 flautas, 2 oboes, 2 clarinetes, 2 fagots, 4 trompas, 3 trompetas, 2 trombones, trombón bajo, tuba, cuerdas, arpa, y una nutrida plantilla de percusión, que además de timbales, incluye, entre otros instrumentos, xilófono, platillos (de varios tipos), árbol de campana, gong, triángulo, cascabeles, cajas chinas, caja, bombo y crótalos).
El motivo rítmico de dos notas aparece, en efecto, inmediatamente, y se reitera de manera repetida en el curso de una música con mucha riqueza de ritmos irregulares y cambiantes, que también encuentra lugar para atractivos solos instrumentales, como los ofrecidos por flauta y clarinete sobre un fondo de percusión casi evanescente. Hay, claro está (forma parte de la sacudida de despertar que persigue el autor) momentos de contundencia sonora, con rotundos impactos de metal y percusión, pero la música, de un colorido muy cinematográfico, luce una interesante variedad de climas, incluyendo remansos líricos bien logrados.
La dirigió con su proverbial intensidad Noseda, siempre de mando claro, preciso y firme. Consiguió una notable prestación orquestal, presidida por una percusión sobresaliente y unos metales brillantes y poderosos. Muy logrado el clímax sobre el agitado trémolo de la cuerda, con el motivo de dos notas sobrepuesto con contundencia, y brillante tramo final, de rotundo impacto. La obra fue recibida por el público con calurosos aplausos, recogidos también por el compositor, presente en el concierto y, por lo que supimos, en toda la gira.
El Concierto para violín de Erich Wolfgang Korngold, dedicado a Alma Mahler y estrenado por Jascha Heifetz en 1947, completaba la primera parte del concierto. Obra nacida en los momentos finales de la II guerra mundial (1945), es la primera de Korngold no destinada al cine, pero está salpicada de temas de sus propias músicas para diversas películas, siendo la sección central contrastante del segundo movimiento una inserción compuesta específicamente para el concierto, que se ha ido incorporando cada vez más al repertorio de los grandes violinistas. Sin ir más lejos, el gran Leonidas Kavakos lo ofreció a principios de la temporada 2022-23 de la Orquesta Nacional.
Partitura que se mueve en un clima de general lirismo, con un colorido atractivo, también muy cinematográfico, que se escucha con agrado. El solista tiene pasajes de evidente demanda (uno casi en forma de cadencia, mediado el primer movimiento), además de un último tiempo decididamente festivo, vibrante y exigente en cuanto al virtuosismo. La Romanza central se antoja el momento más conseguido e intenso de la obra.
La solista de la ocasión no necesita presentación. Decir que Hilary Hahn (Lexington, 1979) es una de las mejores violinistas del panorama actual parece hasta corto tras escuchar una nueva y arrolladora demostración como la escuchada en la tarde del domingo. Hahn es un super talento que está en plena madurez de una carrera de apabullante brillantez. Destacamos, con ocasión de su última visita (2019, en este mismo ciclo, con una memorable interpretación del Concierto de Sibelius), que ya hace tiempo parece pluscuamperfecta en cualquier aspecto técnico que se considere: afinación, sonido, naturalidad y justeza de vibrato, facilidad de arco y ataques. Y también mencionamos que su riqueza de expresión es cada vez mayor. Hace mucho tiempo que Hahn toca el violín como los ángeles, pero ahora cada vez consigue emocionar más con lo que dice en su interpretación.
No puedo sino reiterar lo dicho entonces. Bastaron los primeros compases para quedar boquiabiertos ante el sonido de extraordinaria belleza, poderoso y aterciopelado a la vez, matizado con exquisitez y afinado con absoluta precisión, capaz de una dinámica anchísima y manejado por un arco realmente mágico. Todo este prodigio técnico y sonoro fue puesto al servicio de un discurso de una expresividad exquisita, emocionante. Fue una maravilla la semi-cadencia mencionada en el primer tiempo (el pasaje indicado Risoluto) con dobles cuerdas de precisión milimétrica. Perfectas las octavas después, y trepidante final del movimiento.
Hermosísimo también el segundo, un canto lleno de melancólico lirismo, con unos armónicos que eran en sí mismos una maravilla tras otra. Levedad inalcanzable de los pianissimi, que sin embargo se escuchan perfectamente, porque no pierden un ápice de presencia y redondez. El allegro assai vivace final, muy vivo, transmitió toda la sonriente alegría de la música más efusiva y extrovertida de la pieza, y al mismo tiempo sirvió para demostrar de nuevo que el arco de Hahn es capaz de una variedad y limpieza de ataques asombrosa.
Huelga decir que el éxito fue apoteósico. Se venía haciendo abajo el auditorio, con toda la razón. Después de unas cuantas salidas, Hahn explicó que iba a ofrecer la pieza titulada Shards of light (fragmentos de luz), escrita también por Carlos Simon. Pieza encargada por la orquesta para esta gira, Hahn explicó que la concepción de la obra surgió de una conversación con Simon sobre cómo se “capturaban” las ideas, fueran estas para componer o para interpretar, cuando, por así decirlo, están sobre nuestras cabezas. Música elegante, refinada, muy sugerente, nuevamente traducida por Hahn con especial encanto. Siguieron, faltaría más, las ovaciones, y Hahn nos regaló otra perla: la Sarabande de la Partita nº 2 BWV 1004 de Bach. Lo dicho: esta mujer está en otra categoría. Una maravilla.
La segunda parte la ocupó una de las sinfonías más populares de Dmitri Shostakovich: la Quinta, que casualmente apareció también en el primer concierto de esta orquesta para Ibermúsica, allá por 1982, de la mano de uno de sus distinguidos intérpretes, Mstislav Rostropovich, que además era amigo muy cercano del compositor. También se ha escuchado, hace no muchos años, al director que la ofrecía hoy, en un concierto (2016) con la Sinfónica de Londres. Encontramos aquí un Shostakovich que sentía el aliento cercano de la amenazante represalia estalinista tras las críticas del régimen a su Lady Macbeth de Mtsensk, y nos lleva desde un ambiente de doliente misterio y luego desgarro en el primer movimiento a la amarga sonrisa del segundo, el sereno dolor del tercero y el triunfalismo del último, rotundo en muchos momentos y especialmente en su último tramo. Triunfalismo que suena, seguro que intencionadamente, artificial, y tras el que subyace, indudablemente, una intensa amargura y contenida rebelión. Acertó en su día Alex Ross en el New Yorker, al afirmar que “la urgencia de Shostakovich por desafiar a la autoridad siempre estuvo modulada por su instinto de supervivencia”, algo bastante humano, por otra parte.
Noseda la dirigió con intensidad, riqueza de contrastes y absoluta claridad de exposición. Rotundo el comienzo de la cuerda (una sección que evidenció a lo largo de la velada más plausible cohesión y redondez que deslumbrante presencia) en el Moderato inicial, luego apropiadamente misterioso. Bien edificada la tensión creciente hasta el allegro non troppo, y de gran intensidad el episodio indicado Largamente. Se lucieron los solistas de flauta, oboe, fagot y también la concertino. Amargamente sarcástico, muy bien dibujado el Allegretto, con distinguidas contribuciones de clarinetes, fagot y trompas. Adecuadamente doliente, muy bien matizado el Largo, en el que también se graduó bien por la batuta la tensión hasta el impactante Largamente – ff, con un tramo final que probablemente marca el punto de mayor dramatismo de la obra, con ese estremecedor pasaje de la cuerda en pianissimo, apenas audible, sobre las inquietantes notas de la celesta. Vivo, en fin, el Allegro non troppo final, apropiada y hasta crudamente efectista, esa suerte de traducción de lo que decía Rostropovich: “aquel que piense que este triunfo es una glorificación, es idiota – sí, es un triunfo para idiotas”. Imponente y rotunda la coda, que Noseda tradujo en el punto justo de anchura, sin exagerar.
La Sinfónica Nacional de Washington respondió con envidiable entrega, precisión muy notable y bonita sonoridad a la diáfana e intensa demanda de su director. Brillan más sus metales (redondos, nunca ásperos, pero poderosos) y madera, muy ágil, segura y de atractivo timbre, que la cuerda, en todo caso notable. El éxito para esta vibrante interpretación de Noseda fue muy grande, y aunque el concierto se había prolongado lo suyo (eran casi las 22:00), las insistentes ovaciones obligaron a un regalo que, casualidades de la vida, hemos escuchado esta misma semana en otro ciclo: Nimrod, la novena de las Variaciones Enigma de Elgar, en una interpretación correcta que hubiera ganado en intensidad emotiva con un tempo algo más reposado. Un excelente concierto, que alcanzó lo fabuloso en la contribución de una solista, Hilary Hahn, que parece de otra galaxia.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Scott Suchman)