MADRID / Extraordinario hacer musical

Madrid. Fundación March. 5-II-2020. Ciclo “Beethoven: El cambio permanente”. Thomas Demenga, violonchelo. Eunyoo An, piano. Obras de Beethoven.
Magnífica la tercera entrega del interesantísimo ciclo “Beethoven: el cambio permanente” que se lleva a cabo entre enero y febrero en la Fundación March. Tras la amena entrevista de Juan Lucas a Pablo L. Rodríguez, que acaba de darse una buena inmersión en la efeméride beethoveniana en la ciudad natal del compositor, el concierto se dedicaba a una buena selección de la obra para violonchelo y piano del genial músico. Lo hacía de la mano del violonchelista suizo Thomas Demenga, con su Guarneri-Soyer de 1669, y la coreana Eunyoo An, formada en Alemania y pianista del Trio Lux.
En el programa, una primera parte dedicada a obras del Beethoven veinteañero (1796) que viaja a Berlín en la corte de Federico Guillermo II de Prusia, notable violonchelista, y compone entonces las dos Sonatas Op. 5 (se ofreció en el concierto la segunda) y dos series de Variaciones sobre temas de La flauta mágica de Mozart: las 12 Variaciones sobre “Ein mädchen oder Weibchen” Op. 66 y las 7 Variaciones sobre “Bei Männern, welche liebe fühlen” WoO46. En la segunda parte, las dos Sonatas Op. 102, compuestas en 1815, nos llevan a un Beethoven bien diferente, que entiende el género de una forma mucho más libre y visionaria, que se mueve a menudo en un terreno de interrogadora ambigüedad, como en el precioso, pero a menudo casi enigmático y futurista allegro fugato final de la Op. 105 nº 2 que cerraba el programa, y que tiene resonancias que la acercan a la fuga conclusiva de la Op. 110 pianística, seis años posterior.
Thomas Demenga es un violonchelista bien reconocido, con una larga y brillante trayectoria, de esos que no deja de crecer y evolucionar, interpretativamente hablando. Su acercamiento nunca es caprichoso y jamás resulta rutinario, y está servido con un instrumento de un sonido absolutamente primoroso, bellísimo, con cuerpo en todas las gamas de volumen, siempre redondo y de especial riqueza de colorido. Cuanto un instrumento como ese cae en manos de un músico como Demenga, inteligente, técnicamente brillante y capaz de sacar lo mejor de lo que tiene en las manos, el resultado no puede ser más que sobresaliente. Si además tiene al lado una pianista, como fue el caso, estupenda, de extraordinaria técnica, cuidado sonido, perfecta compenetración y entendimiento y sensibilidad de envidiable paralelismo, tenemos la mezcla perfecta para un resultado, como apunté al principio de la reseña, magnífico. Pueden destacarse muchos momentos, sin duda.
En la primera parte, con el piano llevando en buena medida la parte del león (algo que también ocurre en las primeras Sonatas para violín y piano, que en realidad son para piano y violín), lucieron ambos un fraseo de gusto envidiable (la décima variación de la Op. 66, el precioso canto de la última de esa misma obra, el estupendo adagio sostenuto ed espressivo que abría la Op. 5 nº 2), pero también un gracejo y vivacidad sobresalientes (variación 5 de las WoO 46, Si prenda il tempo un poco più vivace). En la segunda, el comienzo delicado de la Op. 102 nº 1, respondiendo perfectamente a la indicación de Beethoven (teneramente), el exquisito Adagio con molto sentimento d’affetto de la Op. 102 nº 2, con una emocionante, muy recogida, transición al movimiento final, desplegado con todo el carácter interrogador, visionario, incluso casi ominoso en algunos momentos, por el perfecto dúo que ayer compusieron ambos artistas.
Fue una de esas sesiones en las que de principio a fin asistimos a un extraordinario hacer musical. El éxito fue grandísimo y el público que llenaba la sala obtuvo una recompensa tan inesperada como apabullante: una intensa y vibrante lectura del segundo movimiento de la Sonata Op. 40 de Shostakovich, donde si ambos lucieron a magnífica altura, debo confesar que me sorprendió especialmente la descarnada intensidad conseguida por la coreana An. En suma, magnífico concierto por obras e intérpretes, y, para quien esto firma, con una grata sorpresa añadida: el descubrimiento de una pianista a la que me gustaría escuchar más.
(Foto: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)