MADRID / Excepcional Chamayou, con Jaime Martín y la Orquesta Nacional
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 18-XI-2022. Bertrand Chamayou, piano. Orquesta Nacional de España. Director: Jaime Martín. Obras de Luc, Saint-Saëns y Rimski-Korsakov.
El séptimo concierto del ciclo sinfónico de la Nacional nos traía, para abrir el programa, un estreno absoluto, el de la obra (encargo de la OCNE) titulada Profondissima quiete, de la compositora argentina afincada en España María Eugenia Luc (Rosario, 1958). Recoge Teresa Cascudo en sus informativas notas las palabras de la propia compositora respecto a esta página: “Propone un viaje imaginario, sumergiendo al oyente en un universo sonoro bucólico, que recorre paisajes de dimensiones insondables donde la naturaleza se expande respirando la lentitud de su devenir, enmarcada por el más profundo silencio”.
Hay, en efecto, en la partitura una cierta tensión (Cascudo la menciona poco después referida a la que se da entre el paisaje real y el “viaje fantástico más allá de todo límite”), una suerte de misterio indefinido de notable estatismo, serenidad y, en cierta medida, una sensación de intemporalidad, trasunto tal vez de esa quietud a la que se refiere el título. La atmósfera pareció bien captada por una traducción cuidada de la Nacional bajo la dirección de Martín, que llamó a la compositora al escenario tras la conclusión de la obra para recibir la ovación del público.
El siguiente ingrediente de interés era la presencia del pianista francés Bertrand Chamayou (Toulouse, 1981), solista del Quinto concierto para piano y orquesta de Saint-Saëns, probablemente uno de los más conocidos (junto al segundo) del ciclo, y favorito de muchos pianistas, con cierto Sviatoslav Richter entre ellos. De la música de Saint-Saëns se podrán decir muchas cosas, pero desde luego no que está falta de elegancia, refinamiento y afinada elaboración. Consumado virtuoso, es exigente —mucho, de hecho— con la parte solista, como oportunamente destaca Cascudo, sobre todo en los movimientos extremos, y muy especialmente en el último.
Quienes hemos escuchado a Chamayou hace algún tiempo hemos admirado no sólo su excelencia —muchísima— técnica, sino su sonoridad y su exquisita sensibilidad, que van a esta música como anillo al dedo. Nos maravilló en su día una interpretación soberana de los Años de Peregrinaje de Liszt, y ayer, desde el mismo comienzo, reiteró esa magnífica impresión. Desplegó el francés un pianismo brillante, fluido, de enorme agilidad y cristalina articulación, con un virtuosismo que no por espectacular se alejaba de una exposición de exquisito gusto (tremendo el pasaje agitato del primer movimiento). El sonido llegó siempre redondo, con belleza y presencia, admirablemente matizado.
Extraordinario también el dibujo del segundo, estupendamente cantado, y nuevamente brillante el tercero, festivo y con un tramo final de cortar la respiración. No es este concierto, plagado de inflexiones de tempo, especialmente fácil de cuadrar, y menos en estos tiempos que corren en que para los conciertos con solista se dispone del tiempo justo de ensayo (o menos que eso). Por ello es encomiable lo conseguido por Martín con una excelente respuesta general de la Nacional, especialmente lucida en la cuerda durante el segundo movimiento, pero también en la arrolladora trepidación final.
El éxito del francés fue, como cabía esperar, enorme. En medio de una intolerable catarata de toses y con algún móvil de pertinaz instinto criminal, regaló una preciosa traducción de la Pavana para una infanta difunta de Ravel, otro de sus autores favoritos. En dos palabras: una maravilla.
La segunda parte se ocupó con la archiconocida suite Scheherazade de Rimski-Korsakov que, por esas desgraciadas coincidencias programadoras, aparecía recientemente en los programas de la Sinfónica de RTVE (la semana que viene se produce otra: los Chichester Psalms de Bernstein, programados no hace mucho también en el ciclo de la formación televisiva).
El cántabro Jaime Martín (Santander, 1965), principal director invitado de los conjuntos nacionales desde esta temporada y flamante premio nacional de música este mismo año, planteó una lectura colorista, convincentemente evocadora de la suite del compositor ruso, con un dibujo narrativo contrastado y bien construido. Respondió en general bien la Nacional, con brillantez en muchos momentos de los movimientos extremos y correcta efusión en el tercero. Hay que destacar las contribuciones del concertino Miguel Colom, magnífico en sus comprometidos y variados solos (para él asigna la partitura la parte del león en lo que a solistas se refiere), pero también las estupendas del violonchelista Ángel Luis Quintana, el flautista Álvaro Octavio, el oboísta Robert Silla o el clarinetista Enrique Pérez Piquer. Gran éxito, en cualquier caso, para director y orquesta, y muy especial, y justo, para su concertino.
Rafael Ortega Basagoiti
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