MADRID / Excelente Yoo, con Petrenko y la Royal Philharmonic
Madrid. Auditorio Nacional. Ibermúsica 22/23. 19-IV-2023. Royal Philharmonic Orchestra. Director: Vasili Petrenko. Solista: Esther Yoo, violín. Obras de Sibelius, Bruch y Prokofiev.
La Royal Philharmonic Orchestra, creada en 1946, es una de las tres formaciones fundadas por Sir Thomas Beecham (las otras dos fueron la Beecham Symphony Orchestra en 1909 y la London Philharmonic en 1932), que invirtió en ella la fortuna heredada del negocio farmacéutico de su abuelo, también llamado Thomas (1820 – 1907). Pero sobre esta historia ya vendrá otro artículo. La orquesta se presentó en España hace casi medio siglo (1974) y ha participado en los ciclos de Ibermúsica hasta en 25 ocasiones, aunque la última presencia, hace 9 años, parece ya lejana. En esta ocasión nos visitó con su reciente nuevo titular, Vasili Petrenko (San Petersburgo, 1976), que anteriormente ocupó el podio de la Royal Liverpool Philharmonic y a quien hemos tenido ocasión de ver hace poco con la Nacional. La solista del primero de los dos programas ofrecidos en Madrid era la joven estadounidense de origen coreano Esther Yoo (1994), que en 2012 se convirtió en una de las más jóvenes ganadoras de uno de los concursos de violín más prestigiosos del planeta: el Reina Elisabeth de Bruselas. El programa incluía repertorio bien conocido, pero no por ello carente de atractivo: Finlandia de Sibelius, Concierto para violín y orquesta nº 1 de Max Bruch y una buena selección de Romeo y Julieta de Prokofiev; en concreto, la Suite nº 2 completa y los números 2 (Escena), 5 (Máscaras) y 7 (Muerte de Teobaldo) de la Suite nº 1.
El breve poema sinfónico Finlandia es música de trazo firme, rotundo en el comienzo y el final, y decididamente exaltado y triunfal en la mayor parte de su curso. Proporciona ocasión para el lucimiento, aunque también para el exceso, de los metales, y exige también plenitud y agilidad a la cuerda. Demostró inmediatamente su magnífica calidad la de la orquesta británica, bien cohesionada, de sonoridad redonda y poderosa, y de envidiable agilidad de articulación. Los metales también evidenciaron pronto que no son lo mejor de la antigua orquesta de Beecham. Trombones y tuba evidenciaron su tendencia al exceso decibélico, remedando aquello que recomendaba con guasa Richard Strauss a los jóvenes directores: “no mire con demasiado entusiasmo a los metales, excepto para darles una entrada”. Las trompas también anunciaron una tarde menos redonda, y las trompetas, precisas en cuanto a las notas, mostraron una cierta tendencia a la estridencia. Petrenko, por su parte, dotó de impulso y júbilo a la exultante pieza, aunque queda la duda si parte del limitado refinamiento del viento pudo haberse modulado desde el podio.
Quien esto firma no había tenido ocasión de escuchar a Esther Yoo con anterioridad. Debo confesar que la sorpresa fue tan grande como agradable. La joven estadounidense evidenció, desde su perorata inicial, un sonido precioso, lleno, redondo, de vibrato justo y de una precisión milimétrica en la afinación, siempre segurísima. Sonido, además, de envidiable empaque y presencia. Más aún, Yoo tiene una claridad de dicción prodigiosa. Todo, incluso en los pasajes más rápidos, se oye con claridad cristalina. Acordes y pasajes de dobles o triples cuerdas suenan exactos y con ataques inmaculados, y la riqueza de matiz y color es francamente notable. Se podrá decir “tiene un Stradivarius”. Y es cierto, pero hay bastantes violinistas de élite que tienen en sus manos Stradivarius y no le extraen ese partido.
Yoo, además, mostró siempre un criterio y gusto musical envidiable, construyendo una interpretación de rica y efusiva expresividad del hermoso concierto de Bruch, un discurso apasionado en el primer movimiento, con un hermoso canto en el pasaje indicado un poco più lento, expresivo y lírico el segundo, y vibrante y jubiloso el tercero. Magnífica interpretación la suya, secundada por un cuidado y atentísimo acompañamiento de Petrenko y la orquesta inglesa. Destaquemos, dentro de una labor sobresaliente, los estupendos diálogos de Yoo con fagot y violonchelo solista en el segundo movimiento. La labor de Yoo fue recibida con comprensible calor por el público, y Yoo ofreció una brillante lectura del Souvenir d’Amerique op. 17 de Vieuxtemps, unas divertidas y espectaculares variaciones sobre la popular Yankee Doodle.
El ballet Romeo y Julieta de Prokofiev es una maravilla de principio a fin, y no es de extrañar que de la partitura completa se hayan extraído suites para su interpretación en concierto. Petrenko conoce muy bien el carácter de una música que sin duda siente como muy próxima. Y dirigió, con su gesto claro y siempre expresivo, una interpretación bien contrastada, de apropiada intensidad dramática cuando así se requirió (Capuletos y Montescos, Romeo en la tumba de Julieta, Muerte de Teobaldo), pero también envidiable agilidad y vivacidad cuando el carácter lo demandaba (La joven Julieta, Danza, Máscaras). La suya fue una lectura vibrante, muy bien construida y matizada.
Le respondió la orquesta inglesa confirmando lo que se adivinó ya en la página inicial de Sibelius. Magnífica cuerda, de envidiable agilidad, preciso empaste y redonda presencia a lo largo de toda la tarde, pero especialmente lucida en el vertiginoso Presto de La muerte de Teobaldo, el último número interpretado. Notables igualmente muchos solistas de madera, como el fagot en Fray Lorenzo (donde también lucieron los chelos), el oboe en la Danza, el clarinete en Romeo y Julieta antes de la partida o la flauta en Capuletos y Montescos y en La joven Julieta. Menos fino el metal, poco sutil en el matiz de trombones y tuba, algo estridentes las trompetas y un tanto inseguras las trompas, especialmente en Romeo en la tumba de Julieta. Pese a ello, Petrenko consiguió el adecuado estremecimiento final del adagio dramático en La muerte de Teobaldo, con las trompas esta vez más acertadas. Contundente y desgarrado, el final se recibió con calor por la audiencia. Tras varias salidas de Petrenko y el adecuado reconocimiento individualizado a las distintas secciones, llegó el regalo, que prolongó el clima de danza de la segunda parte del concierto, y de paso hizo un guiño al país visitado: el Grand pas espagnol del ballet Raymonda op. 57, de Glazunov. Un notable concierto, que sirvió, entre otras cosas, para comprobar la gran categoría de la solista y para certificar que la orquesta que fundara el baronet Beecham en los cuarenta goza de una salud musical más que estimable.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Rafa Martín/Ibermúsica)