MADRID / Excelente Sinfónica de Bamberg
Madrid. Auditorio Nacional. 12 y 13-II-2020. Julia Fischer, violín. Sol Gabetta, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Bamberg. Director: Jakub Hrusa. Obras de Dvorák, Brahms, Beethoven y Saint-Saëns.
Es un placer continuado comprobar, de la sabia mano de la Ibermúsica de Alfonso Aijón y Llorenç Caballero, la excelente salud de las orquestas alemanas. La que nos acaba de visitar, Sinfónica de Bamberg, es una formación que, fundada en 1946, parece relativamente “reciente” si uno la compara con la decana Gewandhaus de Leipzig. Pero ha gozado en su historia del liderazgo de ilustres batutas, entre las que hay que destacar las de Joseph Keilberth y Eugen Jochum, casi nadie al aparato. Desde 2016, es su titular el checo Jakub Hrusa (Brno, 1981), considerado, creo que con acierto, como uno de los mejores directores de la generación llamada a ocupar los podios más importantes en los próximos años.
En la doble actuación madrileña, la formación alemana ha acompañado a dos solistas también jóvenes y de brillante trayectoria. El primer día hizo los honores la germana Julia Fischer (Munich, 1983), que afrontó el complicado, no muy frecuente y no especialmente agradecido Concierto para violín de Dvorák, que, como relata Luis Gago en sus acertadas notas, nunca llegó a ser especialmente popular, aunque ha contado (como hizo Richter con el tampoco muy transitado Concierto para piano), con algún abogado más que distinguido como David Oistrakh. Fischer, una superdotada capaz de pasar del violín al piano (y cuando digo al piano me refiero al Concierto de Grieg, que no es obra al alcance de cualquiera), es sobre todo una violinista de primera, sin la menor duda.
Sonido grande, hermoso, rico en colores, con el vibrato justo, extraído por un arco ágil, con una mano izquierda de afinación precisa (impecables siempre las octavas, por poner solo un ejemplo), y articulación clarísima. Todo ello al servicio de una fina, exquisita sensibilidad artística para el fraseo, el adecuado manejo de la agógica y la precisa diferenciación dinámica. Difícil encontrar hoy una intérprete más convencida de las virtudes de esta partitura que la joven alemana, que cantó con la mejor efusión lírica, matizó con delicadeza el hermoso segundo tiempo y resaltó con acierto la luminosa alegría del allegro giocoso ma non troppo final. La secundó Hrusa con cuidada atención y buen entendimiento, aunque es cierto que, especialmente en el segundo movimiento, algún pasaje de las trompas pudo haber sido más ajustado a la indicación pp demandada por el compositor (y respetada con escrupulosa belleza por Fischer).
La magnifica labor de la joven y brillante violinista alemana obtuvo un grande y merecido éxito, y ella regaló el Capriccio nº 17 de Paganini, endiablada partitura (como toda la colección del italiano) que fue despachada con pasmosa facilidad y asombrosa perfección técnica, pero sobre todo con una elegancia musical sobresaliente. Fischer es una de esas personas que vive la música de la manera más intensa. En un detalle bastante inhabitual (yo no recuerdo nada similar en un solista de renombre internacional) que habla bien alto de lo profundo de su vocación, de su gusto por disfrutar y de su entendimiento lejano al divismo, se insertó en la sección de primeros violines de la orquesta, en uno de los atriles intermedios, para tocar, como uno más, la Primera Sinfonía de Brahms en la segunda parte, de la que más adelante comentaré con más detalle.
La argentina Sol Gabetta [en la foto] (Villa María, 1981) es uno de los nombres más ilustres entre los actuales solistas de violonchelo. Es artista de sonido bellísimo, no grande en el volumen (a veces, de hecho, un punto corto en los ff, lo que de hecho estrecha el rango dinámico, aunque los pp sean de una delicadeza estremecedora), pero técnicamente extraordinaria, con un arco siempre ágil y seguro, y un canto que siempre consigue una intensidad expresiva sobresaliente. Conviene especialmente a estas cualidades de canto elegante y sensible, de sonido dulce y hermoso, un concierto como el Primero de Saint-Saëns, que encadena tres movimientos, sin solución de continuidad, de marcada expresividad lírica, lejos del carácter más épico que hubiera demandado una partitura de fuste más enérgico como el Concierto de Dvorák, convertido con justicia en el más popular del repertorio para este instrumento. Gabetta se sumerge en esa lírica expresividad con lo mejor (que es mucho) de su rica paleta de matices y con un sonido de belleza verdaderamente excepcional.
Cuidó especialmente Hrusa, en esta ocasión, que la orquesta mimara la exquisitez de los matices de la argentina, que produjo una interpretación perfectamente ejecutada y seductora en la expresión. También hubo gran éxito para ella, y nos regaló una propina inhabitual que incrementó el asombro y admiración por su talla como intérprete: una pieza titulada Dolcissimo, del letón Peteris Vasks, en la que la argentina desplegó toda una panoplia de recursos técnicos y sonoros, armónicos y matices, finalmente acompañados por su propio canto igual de preciso y delicado, en una combinación que nos sumergió en una atmósfera etérea de sobrecogedora emotividad. Preciosa partitura y maravillosa interpretación. Quienes deseen pueden escucharla (aunque la grabación no pertenece al concierto de ayer) en este enlace de Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=1X_HLgJqha8
Jakub Hrusa, el titular de la formación, es maestro de mando preciso y enérgico, efusivo y entusiasta en su lenguaje gestual sobre el podio, tiene indudable carisma y conexión con la orquesta, a la que transmite con éxito un impulso y energía envidiables. Es maestro con las ideas claras, que planifica y desgrana con claridad y transparencia, y que construye los edificios sinfónicos con lógica y consistencia, minucioso en el detalle pero sin que ello le haga perder la perspectiva global, siempre sólidamente planteada y con intensidad expresiva envidiable. En el apartado sinfónico, el primer día se cerró con la Primera Sinfonía de Brahms, esa primera pieza del ciclo sinfónico del hamburgués que tuvo una larguísima gestación de más de veinte años. La produjo el director checo con majestuoso, enérgico inicio, respetando la repetición de la exposición en el primer movimiento y con sabia graduación de la tensión, culminada en un climax muy bien conseguido. Lírico, pero nada caído, el andante sostenuto, en el que, además del impecable concertino, brillaron los solistas de clarinete y oboe. Notable, aunque en algún momento (también en la primera parte) hubiera podido alcanzar matices más delicados, el solista de trompa. Amable y elegante el tercer movimiento, pero con adecuada vitalidad, sin edulcorar. Pudo haber tenido, creo, más oscuro misterio y flexibilidad el siempre enigmático inicio en adagio del cuarto, pero tuvo grandeza la llamada del trompa y adecuado brío, sin perder solemnidad, el bello himno de la cuerda que verdaderamente se erige en el núcleo del movimiento. Hrusa graduó de nuevo con gran acierto la intensidad en este movimiento, que adquiere en sus manos una energía extraordinaria, energía que no deja de crecer hasta un final trepidante, triunfal, sin concesiones, rotundamente afirmativo antes que grandilocuente.
La orquesta mostró una consistencia excelente en todas sus familias, aunque quizá cuerda y madera están un punto por encima de los metales, en todo caso muy notables. El éxito, grande igualmente, permitió otro regalo inhabitual: la Romanza, cuarto movimiento de la Suite Checa de Dvorák, exquisitamente traducida por Hrusa y la orquesta de Bamberg. El segundo día, antes del Concierto de Saint-Saëns, Hrusa ofreció una enérgica, sólida y muy intensa Obertura de Egmont de Beethoven, con un final electrizante, nuevamente acertado en la gradación de la tensión. Cerraba el concierto la Séptima Sinfonía de Dvorák, antepenúltima de un ciclo irregular en el que hay creaciones discretas y que, en el último tramo, precisamente inaugurado con esta partitura, alcanza categoría excepcional. Tiene la Séptima de Dvorák una especial riqueza de efusión lírica, ya desde el melancólico inicio en la cuerda grave, una intensidad especial en un impulso rítmico contagioso, que el compositor checo combina con inteligencia junto a su inagotable talento melódico para conseguir momentos de una belleza extraordinaria.
Tras el intenso primer movimiento, el segundo trae muchos momentos bellísimos en el canto de la cuerda, pero es tal vez la luminosa vibración del vivaz scherzo, con su contagioso aire danzable, la que nos gane más, antes del enérgico final, que reserva el mayor voltaje para su trepidante conclusión. Entiende Hrusa a la perfección este fresco, construido de principio a fin con una envidiable combinación de intensa energía, sensibilidad y exquisita recreación del torrente melódico del compositor checo. El creciente y decidido ímpetu final cerró el concierto en el mismo clima de merecido éxito que el día anterior, y el público obtuvo idéntico regalo dvorakiano. Los alemanes hacen las cosas musicales muy bien, y sus orquestas gozan, qué duda cabe, de una salud envidiable. Esta de Bamberg no está, quizá, entre las cinco mejores, pero es una orquesta estupenda. Y eso habla bien a las claras del altísimo nivel general.
Rafael Ortega Basagoiti