MADRID / Excelente Brahms de Daniel Harding

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 12-V-2022. Brahms: Sinfonías nº 2 y 4. Temporada de conciertos de La Filarmónica. Orquesta Sinfónica de la Radio de Suecia. Director: Daniel Harding.
Son ya 15 los años que el británico Daniel Harding (Oxford, 1975) lleva, con varias prolongaciones incluidas, al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Suecia. Harding, trompetista en sus orígenes, piloto titulado (su plan de tomarse un sabático para pilotar durante un tiempo para Air France se vio truncado por la pandemia), más tarde asistente de Rattle en Birmingham y de Abbado en Berlín, declaró en su momento no haber recibido clases formales de dirección. Uno le ve y tiene la impresión de que no parece que le hayan hecho falta. Es de esos directores en los que se cumple una vieja afirmación de Karajan (que no creo que sea aplicable con carácter general): se es o no se es director de orquesta, pero no se aprende. Entre los directores de su generación no es frecuente encontrar maestros que reúnan una serie de características fundamentales para tener éxito en el podio.
Harding tiene las ideas muy claras, la arquitectura de las obras nítidamente dibujada en su cabeza, pero también una minuciosa atención a detalles y planos sonoros. Sabe dónde quiere ir y cómo conseguirlo. Sus interpretaciones tienen un raro equilibrio entre la solidez de un criterio musical irreprochable y la necesaria personalidad que hacen que su interpretación tenga el sello individual justo. Todo ello es, por supuesto, importantísimo, pero quedaría posiblemente corto si la capacidad de transmisión con la orquesta no es buena. Y la de Harding no es buena, es extraordinaria. Pocos directores en la actualidad se expresan con tan cristalina claridad como él. El gesto, siempre elegante, es diáfano en la intención y obtiene inmediata respuesta de su orquesta, que evidentemente (no le han prolongado tantas veces el contrato ni aumentado su poder gestor por casualidad) le tiene en gran estima.
Es, de hecho, tan expresivo, que en ocasiones hasta le sobra una de las manos para dibujar lo que está demandando, bien con la derecha, que maneja una batuta de rara pero exquisita flexibilidad, bien con la izquierda, capaz de dibujar matices, expresiones o acentos con tanta precisión como ajustado carácter. Porque Harding nunca exagera. Es expresivo, mucho, e intenso, nada frío, pero tampoco teatral ni excesivo. No es extraño que su hacer en el podio tenga tan pronta respuesta de su orquesta.
En esta gira española, Harding y su orquesta han ofrecido completo el ciclo brahmsiano, bien que repartido en distintas localidades. En Madrid, correspondían las sinfonías pares, Segunda y Cuarta. Harding se acerca a ellas con una plantilla muy nutrida, partiendo de un generoso contingente en la cuerda grave (10 violonchelos, 7 contrabajos), lo que parece razonable en una música que necesita un soporte rotundo en esa sección. La Segunda, a veces referida como la más pastoral de las sinfonías del compositor de Hamburgo, esconde una cierta melancolía en los dos primeros movimientos, muy bien traducida por Harding, con los chelos (probablemente la sección más consistente de la cuerda sueca) luciendo un admirable canto en ambos. Tuvo exquisita elegancia el amable tercero, expuesto con encanto en el matiz y muy atinadas inflexiones, además del escrupuloso respeto por las pausas de respiración indicadas por Brahms. Acertó también el británico en conseguir mayor vibración en el movimiento en el que más se demanda, el último, con una coda admirablemente construida, en la que sólo tal vez pudo haberse contenido un relativo exceso en los metales.
Pero si el nivel de la Segunda ya fue excelente, el de la Cuarta fue realmente extraordinario. Desde esa maravilla de canto inicial, estupendamente dibujado, aunque los violines de la orquesta sueca, algo cortos de presencia (pese al número: conté 17 primeros) no sean lo mejor de la formación, hasta la sobresaliente construcción de la colosal chacona final, el maestro británico ofreció una interpretación de una intensidad difícil de resistir (la coda del primer tiempo, con un empuje final casi furtwängleriano, fue magnífica). Solemne y dramático el Andante moderato, con una cuerda grave que lució su solidez, y excelentes pp de maderas y metales. La pequeña pausa justo antes de las últimas frases creó, una vez más, una tensión muy especial. Tuvo brillantez y apropiada animación el Allegro giocoso, en el que la cuerda, pese a verse algo apurada en la agilidad exigida desde el podio, salió suficientemente airosa. Dije ya que la chacona había estado muy bien construida. Brillaron en ella los solistas de flauta, clarinete y oboe, pero también, en el arrebatado tramo final, la orquesta entera.
Es la formación sueca una orquesta de notable nivel, que además (ahí se ve el magnífico trabajo del director británico) se entiende con su director a las mil maravillas. Dispone de una sección de madera notable, un metal de rotunda redondez (quizá con las trompas un punto ásperas en algún momento) y una cuerda grave de bonito sonido y excelente empaste. Los violines lucen buen sonido, aunque el empaste no es siempre el ideal, especialmente en los momentos de mayor exigencia de agilidad.
Concierto magnífico, en todo caso, con un maestro de primera, de los que uno desea volver a ver pronto.
Rafael Ortega Basagoiti