MADRID / Excelente Beethoven de Frang y Orozco-Estrada
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 2-III-2022. Ciclo de conciertos La Filarmónica. Vilde Frang, violín. Orquesta Sinfónica de Viena. Director: Andrés Orozco-Estrada. Obras de Beethoven.
Cuando en enero de 2020 nos visitó por última vez Andrés Orozco-Estrada (Medellín, 1977), justo antes de la explosión pandémica, lo hizo al frente de la orquesta de la que entonces era titular, la Sinfónica de la Radio de Fráncfort, para este mismo ciclo de la Filarmónica. Comenté en aquella ocasión que el colombiano es un magnífico director, uno de los mejores de su generación, creo incluso que por encima de algún maestro de vecinas latitudes que tiene más respaldo mediático, pero no creo que más enjundia artística y técnica. Formado en Viena, anunciamos en aquella reseña que Orozco-Estrada volvía justamente a esa ciudad para hacerse cargo de la titularidad de la segunda orquesta de la ciudad: la Sinfónica. Y es con esta orquesta con la que nos ofreció ayer un estupendo concierto dedicado íntegramente a Beethoven.
Parece que decir “la segunda orquesta de la ciudad” al hablar de esta formación es menosprecio, y nada hay más alejado de la realidad. Para empezar, porque hablamos de Viena, capital musical del planeta. Y, además, la primera orquesta de esa capital es nada menos que la Filarmónica, que no solo es la primera de la capital austriaca sino, con pocas dudas, una de las primeras del planeta. Pero es que además, esta ‘segunda’ orquesta, ya más que centenaria (se fundó en 1900 bajo el nombre Wiener Koncertverein), ha visto desfilar por su podio a maestros que son historia, leyenda incluso, de la dirección de orquesta, como Hans Swaroski (docente y maestro de directores como Abbado, Mehta, los hermanos Fischer, Sinopoli, Jansons o los españoles Gómez Martínez, López Cobos o García Navarro), Josef Krips, Herbert von Karajan, Wolfgang Sawallisch, Carlo María Giulini, Gennadi Rozhdestvenski, Rafael Frühbeck de Burgos o Georges Prêtre. Ello por no hablar de que, entre sus invitados, se cuentan nada menos que Otto Klemperer, Carlos Kleiber, Lorin Maazel, Zubin Mehta o Sergiu Celibidache. Menuda nómina. Entre los músicos que han sido miembros de la orquesta se cuenta nada menos que Nikolaus Harnoncourt, que la dirigió después en Madrid hace años.
El Concierto para violín de Beethoven, fruto del año 1806 (es decir, cuando ya han salido de sus manos las cuatro primeras sinfonías, entre otras muchas obras) y único destinado por el compositor de Bonn a ese instrumento, tiene engañoso aspecto de menos técnicamente cruel que otros, como Brahms o Sibelius. Pero, con un despliegue melódico de formidable riqueza y variedad, deja al solista expuesto como pocos. Es eso que podríamos llamar, a efectos de ejecución, un concierto ‘peligroso’ para el solista, porque cualquier desliz, cualquier desequilibrio, queda rápidamente en evidencia. Es de los que ponen constantemente a prueba la afinación, la redondez del sonido, la justeza de su vibrato, la variedad equilibrada del fraseo y la riqueza y anchura del matiz. Y no hay artificios capaces de disimular carencias o deslices en estos aspectos.
La encargada de lidiar el miura de la ocasión era la espigada violinista noruega Vilde Frang (Oslo, 1985), suponemos que con su Stradivarius (el Engelman de 1709 en préstamo de la NIppon Foundation) en la mano. Es la todavía joven noruega una intérprete ya consolidada, y ayer lució generosamente las virtudes que le han llevado a la elite de los violinistas. El sonido es muy bello, redondo y lleno, el vibrato parece siempre moverse en coordenadas de equilibrio y, en obras como el Concierto de Beethoven, se despliega con mesura. Maneja, algo que como se dijo es primordial en esta partitura, la afinación con general precisión. Su dinámica es amplia y de cuidada gradación, y su discurso musical parece consistente, fluido y de envidiable expresividad.
Cualidades todas ellas que pudimos apreciar ayer en una excelente lectura del Concierto beethoveniano, con un primer tiempo en el que hubo buenas dosis de energía y canto, con traducción acertadísima de los pasajes de más evocador lirismo. Pudo, si acaso, achacarse que, en ese manejo de una dinámica muy ancha, alguna frase se adelgazó en su inicio a un punto en el que me pregunto si los espectadores más alejados llegaron a escucharla. Y, como principal objeción, hay que señalar que al firmante le resultó inexplicable el severo (creo que probablemente más de tres cuartas partes) corte efectuado a la preciosa cadencia de Fritz Kreisler.
Tuvo buena cualidad cantable el Larghetto, planteado a un tempo adecuadamente moderado, sin decaimiento, y muy apropiado nervio el Rondó final, con un estribillo fraseado con acierto y oportuno respeto por las distintas indicaciones de articulación del mismo. También aquí se presentó una versión algo (poco, porque tampoco la original es extensa) abreviada de la cadencia, nuevamente de Kreisler.
El público acogió con calor la estupenda interpretación de Frang, que finalmente concedió un hermoso regalo, también traducido de forma sobresaliente: el arreglo para violín solo que el propio Kreisler realizó de la melodía haydniana que se terminaría convirtiendo en el himno alemán: Gott, erhalte Franz den Kaiser! Hob. XXVIa: 43.
La segunda parte se ocupaba íntegramente por la Séptima sinfonía del gran sordo, con pocas dudas una de las más conseguidas y vibrantes del ciclo. Orozco-Estrada, próximo a lo históricamente informado pero sin veleidades fundamentalistas, se acerca a la obra con una perspectiva decidida y enérgica antes que arrebatadamente apasionada del primer movimiento, al que dota de un envidiable impacto rítmico, cualidad que también comparte el tercero. El famoso allegretto llegó con excelente canto y cuidado matiz, y en el cuarto, atacado decididamente con apropiada inmediatez tras la conclusión del tercero, se apreció con claridad el matiz con brio que Beethoven añadió a la genérica prescripción de allegro.
Acertó, creo, Orozco-Estrada al identificar este movimiento vibrante, eléctrico, apremiante y con una fuerza rítmica irresistible, como la lógica culminación de la obra, como el destino de lo que le precedió. Magnífico de principio a fin, fue especialmente destacable la coda, admirablemente construida en su nervioso intercambio entre violines primeros, segundos y violas, sobre el enérgico ostinato de la cuerda grave.
La Sinfónica de Viena confirmó su excelente clase, asentada sobre una cuerda de una solidez, empaste y empaque envidiables. Abro paréntesis: aunque anecdótico, llamó la atención de este crítico el procedimiento peculiar de afinación, iniciado en el concertino, al que luego siguió el oboe y posteriormente el resto de la orquesta. Aunque supongo que tiene su fundamento, creo que es la primera vez, en décadas de escuchar a formaciones sinfónicas de todo el planeta, que veo algo similar. Cierro paréntesis. La madera tiene un nivel más que notable aunque no excepcional, y entre los metales escuchados ayer, son probablemente los trompas (excelentes en todo caso) lo menos destacado.
La prestación orquestal fue, en todo caso, sobresaliente. Me referí, con ocasión de la anterior visita de Orozco-Estrada comentada antes, a su dirección minuciosa, atenta, cuidada en el detalle y dotada de una especial vibración, que se expresa con mando firme y nítido, con un lenguaje corporal evidente y un gesto facial que ayuda aún más a que la claridad de sus intenciones se transmita a sus músicos de forma tan diáfana como magnética, con ese liderazgo natural que, señalé entonces y reitero ahora, impregna inmediatamente a sus músicos.
El éxito, como cabía esperar, fue grande. Y si hace un par de años el colombiano nos regaló una delicia straussiana (la polca rápida Ohne sorgen), ayer hizo lo propio con la famosísima Pizzicato polca op. 234. La interpretaron los vieneses bajo su mando con delicioso gracejo en el rubato y envidiable empaste. Una maravilla, en fin, este sonriente regalo vienés que me obliga a recordar lo que apunté entonces: el colombiano haría una estupenda labor en el evento de año nuevo. De momento, demostró, aunque ya lo había hecho en Fráncfort, que además de ser un formidable traductor de Richard Strauss, es un estupendo intérprete de Beethoven.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Cristina Asensio)