MADRID / Evocaciones: conmoción y risa
Madrid. Auditorio nacional. Liceo de cámara. 25-II-2020. Hila Baggio, soprano. Cuarteto de Jerusalén. Obras de Schulhoff, Desiatnikov y Korngold.
Digámoslo desde el principio: el espectáculo (espectáculo y concierto, todo junto) fue espléndido, de un nivel altísimo, y ahora nos fijaremos en detalles. Pero el título del concierto no era exacto, si siquiera era del todo necesario: Yidis cabaret, de Varsovia a América. Solo las piezas de Leonid Desiatnikov pueden reclamarse de la tradición yidish, y la que abría el ciclo era Varshe, esto es, Varsovia. Porque no son esencialmente obra de Desiatnikov (que las preparó para Baggio y el Cuarteto Jerusalén), sino arreglos de piezas que circulaban con su carga de anonimato y nostalgia como testigos algo frívolos (felizmente) de una época que desapareció (por desdicha), como desaparecieron sus geografías y hasta las diversidades lingüísticas, además de millones de seres humanos. Si es cierto que un idioma es una ventana abierta al mundo (de nuevo Steiner), Europa Central y el este se mutilaron esas visiones.
Lo que sí es cierto es que podríamos forzar las cosas: un viaje de Varsovia, la Varsovia del inicio del asombroso recital de Hila Baggio; hasta América, la América que por entonces visitaba Erich Wolfgang Korngold, que iba y venía por sus primeros compromisos con Hollywood, cuando iba a hacer los arreglos para El sueño de una verano, encargo de Max Reinhardt. Esa América será lo que salvará a Korngold de lo que llegó a Viena a partir de marzo de 1938. Lo que llegó, sí, pero también de manera especial lo que estaba ya en Viena y no había salido del todo, solo en una odiosa parte. Varsovia podía parecer un crisol de polacos cristianos, de polacos judíos y de rutenos de origen. Pero el deseo ardiente del nacionalista polaco es quedarse solo, expulsar al otro, y en eso no es nada original. Tiene antecedentes, como tiene descendientes. ¿Será necesario que señale dónde, dentro de nuestras fronteras nacionales?
En fin, el periplo a veces peligroso desde Varsovia a América, pasando por Viena, Praga y otras ciudades convertidas súbitamente en trampas, es factible con estas obras. El checo Schulhoff es uno de esos compositores superiores que, de no haber sido asesinado en una acción de guerra del ocupante nazi contra la resistencia checoslovaca, habría sido uno de los grandes nombres de posguerra, y quién sabe si no hubieran sido él y otros colegas muertos en los campos los que hubieran equilibrado el avasallador desembarco de los jóvenes de la vanguardia. Los que se quedaron con todo, ya saben. El campo estaba libre.
Korngold y Schulhoff representan eso. En medio, las canciones yidish en las que se turnan la picaresca, el amor y hasta el costumbrismo, por no hablar del puro y simple delito, emparentado todo con las imágenes y las músicas de la Nueva objetividad (como Weill y Brecht, por ejemplo). La aportación claramente judía de Desiatnikov nos recuerda que estos compositores fueron judíos, y que ésa es la unidad fundamental de este repertorio. Pero que el otro aspecto es “Europa Central”, la Europa Central de esa otra vanguardia, muy anterior y nada abusiva, y que realmente era vanguardia porque iba por delante, pero no lo era porque no era una guerra ni una pelea: las vanguardias son para eso, para ir delante de la tropa a matar gente enemiga, ¿no? Pero, además, también son judíos los intérpretes, con lo cual tenemos una velada con ese grupo humano (que no es raza, que no es etnia) que ha dado músicos de primera fila desde muy pronto. Y no solo músicos, es bien sabido.
Dicho todo esto, hay que descender un poco al detalle. No es necesario señalar demasiado. En medio del recital, el arte de Hila Baggio, soprano israelí realmente maravillosa por su canto y también por su calidad de comediante, de actriz. Actriz que canta, cantante que actúa, una especie de semimontado, con ese disco viejo que se nos mostraba como restos de aquellos tiempos que ya no existen, con ese sombrero y ese caftán, negros, que sirven para la acción de cada canto. Lástima de textos, no los teníamos.
El comienzo mostró un Schulhoff que componía una auténtica Suite de danzas un año después de la de Bartók, muy distinta, pero también muy de Europa Central: (vals, serenata, danza checa, tango, tarantela). La estilización de la forma y la secuencia, que sugiere tanto el humor como la flexibilidad de los matices, fue desde el comienzo de la sesión la gran baza del Cuarteto Jerusalén. Como si hubiera sido bastante con estos minutos para triunfar ante un público que con estas piezas no especialmente populistas se hubiera entregado ya. La entrega total vino con el espectáculo de Hila Baggio y el Cuarteto, hasta el punto que al final de esta primera parte dieron una propina, una vieja canción yidish que se cantaba en familia y en las fiestas. Para concluir, en la segunda parte, con esa obra maestra del genio de Brno, el que compuso una de las más importantes óperas del siglo XX y partituras para películas casi siempre olvidadas (no así sus músicas). Aquí se desarrolló el gran arte del Jerusalén, en el rigor de la secuencia, en la alegría matizada del canto (porque Korngold canta, claro está) y en la descuidada alegría de la danza (ese vals final: porque, ¿saben ustedes?, Korngold danza, claro está). Para propina: el pizzicato del Cuarteto nº 4 de Bartók.
Uno de esos conciertos de los que sales con el alma subida a la azotea.
Santiago Martín Bermúdez