MADRID / Estupendos Rana y Gimeno
Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 19-I-2022. Temporada de Ibermúsica. Beatrice Rana, piano. Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. Obras de Chin, Rachmaninov y Franck.
El virus está convirtiendo las visitas de artistas y orquestas foráneos en una película de suspense. Las dos orquestas italianas incluidas en el ciclo de Ibermúsica, Filarmónica de la Scala y Santa Cecilia de Roma, han aplazado sus visitas. Por fortuna, la primera cita sinfónica del año en el ciclo mencionado, a cargo de la Filarmónica de Luxemburgo (decimocuarta visita española) con su director titular, el valenciano Gustavo Gimeno (1976), que a su vez cumplía ayer la docena de actuaciones en el ciclo, se desarrolló con total normalidad, dentro de la gira española que los ha llevado a Zaragoza y lo hará a continuación a Las Palmas y Tenerife.
Abría el programa una partitura singular, titulada Subito con forza, de la coreana Unsuk Chin (1961). Los apenas cinco minutos de música requieren una plantilla masiva. Se demandan (partitura visible en la página del editor Boosey & Hawkes) maderas a 2, parejas de trompas y trompetas, timbales, piano, dos percusionistas más que se encargan de una panoplia instrumental variadísima: el primer se ocupa de vibráfono, crótalos, platillos, marimba, bombo, triángulo, caja, pandereta y gong, y el segundo de xilófono, marimba, campanas tubulares, látigo, güiro, 3 cajas, platillos, pandereta y bombo. A fe que no les falta tarea. La plantilla de cuerda tampoco es precisamente corta: se demandan 14/12/10/8/6 o, como mínimo, 10/8/6/5/3. Ayer me pareció contar un contingente intermedio (aunque desde la distancia puedo equivocar algún número): 12/10/8/8/6.
Subito con forza surge como encargo al hilo de las conmemoraciones del 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, y el contundente acorde inicial de la obertura Coriolano que abre la obra, bien que salpicado con un bullicio de la abundante percusión, es una mención inequívoca. Más adelante las alusiones beethovenianas resultan más oblicuas, y de hecho el pasaje inmediatamente subsiguiente de la cuerda en pianissimo parece evocar más el Stravinski de El pájaro de fuego. La obra se mueve en curioso y entretenido juego de colores y timbres, buscando con cierta frecuencia esos contrastes explosivos tan caros al compositor de Bonn. Gimeno y su orquesta la presentaron con entusiasmo y brillantez.
La joven italiana Beatrice Rana (Copertino, 1993) era ayer la solista de la segunda obra del programa, la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov. El título no deja de ser algo engañoso, porque esta pieza concertante es en realidad una serie de variaciones (24) sobre el último (también el número 24) Capriccio de Paganini para violín solo, tema que también fue utilizado por otros para propósitos similares (Brahms y su op. 35 a la cabeza), aunque su división relativamente clara en tres grupos con tempo básico que sigue el esquema rápido-lento-rápido (variaciones 1-10, 11-18 y 19-24) bien podría encontrarse en un concierto con solista propiamente dicho.
Rana es una de las más brillantes virtuosas de su generación, y en visitas anteriores (con Ibermúsica ha actuado hace cinco años, junto a la orquesta de Cadaqués y Gianandrea Noseda, pero también la hemos escuchado en el ciclo de Scherzo en 2019) nos ha deslumbrado con una técnica y un mecanismo de primera, y lo ha demostrado en sus acercamientos a páginas del nivel de la Petruchka de Stravinski (ofrecida en el mencionado recital de Scherzo). La dinámica es anchísima y está manejada con inteligencia. El sonido es grande y lleno, quizá no tan aterciopelado en el forte como el de alguno de sus colegas de generación (pienso en el británico Grosvenor), pero en todo caso de gran belleza. Y su capacidad de cantar desde el teclado con el mejor gusto es evidente y se demostró de nuevo ayer en muchos momentos.
Los hubo en abundancia en la lectura de la joven italiana. La preciosa evocación de la variación XII, la deliciosa XVII y sobre todo la hermosísima elegía de la XVIII, para el que suscribe la más conocida y conseguida de la obra, son quizá las mejores muestras. Pero también hay que destacar la exquisita leggierezza de la XIX, como la envidiable agilidad de la VI o la XV. Y, por supuesto, brillante el virtuosismo de las variaciones XXI a XXIII, verdaderamente espectaculares y despachadas con pasmosa facilidad.
Admirablemente apoyada por Gimeno, que a su vez dibujó con extremo acierto la parte orquestal en momentos decisivos, como la mencionada variación XVIII, la interpretación bien pueda calificarse de extraordinaria. Lástima que, por estas endiabladas, pero no siempre evitables coincidencias programadoras, la obra se repita, y en la misma semana, por la Sinfónica de RTVE con otro joven talento del teclado (Bezhod Abduraimov) como solista. El éxito de Rana fue de los grandes y la italiana regaló una preciosa y elegante lectura de El cisne de Saint-Saëns, en el arreglo de Leopold Godowsky.
La segunda parte del concierto se dedicaba a la Sinfonía en re menor de César Franck, obra que, en este año en el que se cumplen 100 del nacimiento de su autor, quizá escuchemos con frecuencia (la mencionada Sinfónica de RTVE la presentó bajo la batuta de Chloé Van Soeterstède en otoño de 2021). Recoge sobre la misma Ibermúsica en su web palabras bien ilustrativas de Gimeno: “Es una composición muy original, un híbrido entre un marco alemán sinfónico muy claro, donde se escucha Beethoven o Wagner, e influencias de franceses como Saint-Saëns o Berlioz. Quizás en los últimos 20 o 30 años no se ha interpretado mucho, pero si tomas nota de cuántos grandes directores la dirigieron a mediados del siglo XX entiendes por qué es parte del repertorio. Tiene profundidad, muchas capas y contrastes. Es, seguramente, una de las mejores obras de Franck”. Nada que añadir a lo que apunta Gimeno, amén.
Esta nueva visita de Gimeno coincide felizmente con el merecido reconocimiento en los premios ICMA a su reciente disco dedicado a Francisco Coll (también premiado). El maestro valenciano, cada vez más solicitado y, con pocas dudas, una de las batutas españolas de más evidente y justa proyección internacional, tras su brillante debut con la Filarmónica de Berlín, demostró ayer que esa reputación y esa creciente demanda de su presencia en podios de orquestas de primera fila está perfectamente justificada.
Gimeno, que ha crecido, y de qué manera, como asistente del llorado Mariss Jansons y también de maestros de la talla de Haitink y Abbado (total, casi nadie), es un músico de primera y un director de una enorme solidez técnica. El mando firme y decidido, el gesto atento, variado y diáfano, con una batuta flexible que marca con precisión y una mano izquierda que dibuja, planifica y sugiere planos, matices y acentos. La gestualidad, expresiva y manifiesta, pero no excesiva, siempre en la mejor disposición de servir un discurso musical elaborado con envidiable consistencia y coherencia.
Tuvo nervio y colorido su acercamiento a la partitura de Chin, cuidado ensamblaje y canto elocuente el acompañamiento en la de Rachmaninov, e inteligente y muy sólida construcción la sinfonía de Franck. Una interpretación sin caprichos ni sorpresas, respetuosa con el carácter, bien planificada, con adecuada y contrastada energía en el allegro non troppo del primer movimiento tras el sugerente dibujo del lento inicial. Muy bien construido el desarrollo, la reexposición obtuvo de la batuta la brillante solemnidad que la música reclama. Adecuadamente evocador el segundo movimiento, probablemente el mejor realizado de los tres, con los pasajes en trémolo de la cuerda en la sección central dibujados con la necesaria nitidez y muy bien conseguido matiz. Vibrante el tercer movimiento, con clara exposición de la fusión de motivos previos, y con un brillante final, dotado de la grandeza y nervio adecuados.
Respondió con solvencia la Filarmónica de Luxemburgo, una formación de estimable entrega que sin embargo no alcanzó la mejor de las precisiones en algunos momentos. Así, en el ataque en ff la octava sobre el La de violines y violas que aparece en el quinto compás del primer tiempo, y que se repite más adelante varias veces a lo largo del mismo, no se consiguió la precisión de entonación deseable. El viento en general, y el metal en particular, pudieron haber sido más sutiles en su materialización de algún pianissimo en ese mismo movimiento. Lucieron buena clase el corno inglés y la madera en general en el segundo movimiento, y la propia cuerda empastó con acierto los complicados pasajes mencionados de ese mismo tiempo.
Interpretación pues, admirablemente construida y realizada con solvencia, por una orquesta a la que probablemente es complicado sacar mejor partido que el conseguido ayer por su titular, evidentemente querido y ovacionado por sus músicos. El éxito fue grande y los aplausos arrancaron dos propinas: la primera, más previsible, Danza húngara nº 1 de Brahms, dibujada por Gimeno con brío y buen rubato, y la mucho menos habitual: el Presto final del Concierto rumano de Ligeti, interpretados con un colorido e impulso rítmico envidiables y en el que lució buen carácter zíngaro el concertino de la formación. Propina que su maestro Mariss Jansons llevó a los Proms en 2013 con la Sinfónica de la Radio de Baviera, y obra bien querida por el propio Gimeno, que la ofreció íntegra en el concierto con la Sinfónica de San Francisco (noviembre del pasado año). El resumen es sencillo: un precioso concierto para empezar el curso sinfónico de Ibermúsica, con gran y merecido éxito de sus protagonistas.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Joern Neumann / Kölner Philharmonie)