MADRID / Estreno y triple presentación de Alsop, Soltani y la ORF

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 16-III-2022. Ibermúsica 21-22. Kian Soltani, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Radio Viena (ORF). Directora: Marin Alsop. Obras de Eisendle, Schumann y Dvorák.
En la gira española que la llevará a Zaragoza (17), Barcelona (18), Alicante (19) y San Sebastián (20), la estadounidense Marin Alsop (Nueva York, 1956) se ha presentado por primera vez con Ibermúsica, como también lo hacen la orquesta vienesa de la que es titular desde 2019 y en la que acaba de renovar dicha titularidad hasta 2025, y el joven violonchelista austriaco-iraní Kian Soltani (Bregenz, 1992).
Interés añadido el del estreno en España de la obra de la joven compositora austriaca Hanna Eisendle (Viena, 1993) titulada Heliosis, encargo de la propia orquesta vienesa, que conoció su primicia a nivel mundial por dicha formación apenas unos días antes (el 11 de marzo) del concierto madrileño. Eisendle, directora ella misma y alumna, entre otros, de la propia Alsop, desarrolla una intensa actividad en el podio y en el piano, además de como compositora.
En Heliosis, como señala la propia compositora, el ritmo es el centro de todo. Desde el arrollador comienzo. Comenta Alberto González Lapuente en sus interesantes notas que Eisendle ya anticipaba que la obra iba a ser, incluso antes de materializarse su composición, una “pieza bastante loca”. La misma Eisendle se refiere más tarde a una “escena de verano” pero “como hollín sucio, sofocante y pegajoso, como arrojado en el desierto”. Lo cierto es que estamos ante una música de contagioso impulso rítmico, brillante en la tímbrica orquestal, con detalles no habituales como el muy atractivo solo de contrafagot, o la utilización de las cuerdas, que tocan sobre y detrás del puente. Partitura, pues, colorista, llena de contrastes, movida, desinhibida y sin pretensiones de trascendencia, pero sin duda con un lenguaje que, precisamente por su colorido, tiene indudable gancho en cuanto a “llegar” al público.
Alsop es, con pocas dudas, la decana de las directoras de orquesta actuales. Más allá de los pioneros logros de figuras como la excepcional Nadia Boulanger, más meritorios por las muy negativas connotaciones de la época en que se lograron, la neoyorquina, junto a Simone Young (1961) empezó a sonar cuando a la escena aún no habían saltado los nombres más jóvenes, desde De la Parra a Gražinytė-Tyla, pasando por Mälkki, Canellakis, Lyniv, Bihlmaier o Mallwitz. Y lo hicieron antes de que otras contemporáneas suyas, como Equilbey (1962), Haïm (1962) o Stutzman (1965) surgieran, de manera más pausada, desde el mundo historicista, que algunas (caso de Haïm) aún cultivan de forma exclusiva (o casi). Ganadora del concurso Stokowski en 1989, y premiada también poco después en el Koussewitzky, tuvo como maestro y mentor nada menos que a Leonard Bernstein.
La neoyorquina es una maestra con buen oficio y sus maneras con la batuta -y con su lenguaje corporal en general- tienen resonancias de su extraordinario maestro. El gesto es diáfano en la indicación, atento en lo expresivo y con las manos y batuta ayudadas con cualquier otra parte del cuerpo que proceda, bien para resaltar el ritmo, bien para contagiar a sus músicos de su propia y envidiable vitalidad, bien para (la cara adquiere aquí protagonismo esencial) apuntar matices o acentos más allá de lo que las manos alcanzan. Alsop es sin duda una directora que transmite energía, mucha. Y lo hace con tanta convicción como magnetismo, más allá de que el mensaje musical que nos llega parezca dotado de especial personalidad o carisma.
Se apreció todo ello en la brillante traducción de la obra de Eisendle, en la que la neoyorquina se movió (nunca mejor dicho) como pez en el agua. Si para Eisendle, al menos en esta obra, el ritmo es la esencia, bien puede decirse lo mismo para Alsop, que dibujó con gran precisión y con su contagiosa energía el vibrante ritmo de la partitura. La joven compositora austriaca, presente en la audiencia (lo estará en toda la gira), recibió satisfecha la calurosa ovación del público, complacido con la desenfadada página.
Llegaba después el turno del Concierto para violonchelo y orquesta de Schumann, obra de madurez (1850), notablemente más conseguida que su hermana para violín, y que desde el principio nos gana con una melodía preciosa, llena de efusión lírica y en la que el chelo luce lo mejor de su timbre. Obra que se desarrolla sin interrupción entre los movimientos, y en la que es la muy inspirada parte solista la que gana la atención.
El joven Soltani, con su Stradivarius “London ex Boccherini”, cedido por la Beares International Violin Society, evidenció desde el encantador inicio un sonido cálido, de gran belleza tímbrica, no especialmente llamativo en cuanto a la potencia, pero de muy hermosa resonancia y matiz. Con precisa afinación y articulación generalmente clara (aunque las fusas en el pasaje inicial no lo parecieron tanto, probablemente más por la propia cortedad de volumen que por imprecisión en la articulación), el joven austriaco dibujó un Schumann de precioso vuelo lírico y exquisita línea cantable, algo muy evidente a lo largo de toda la interpretación, pero muy especialmente en el magnifico segundo tiempo, donde brilló su hermoso diálogo con el solista de chelos de la orquesta. Tuvo suficiente alegría y desenfado, más que nervio contagioso, el movimiento final, donde se apreció mejor la precisión de articulación de Soltani. Alsop negoció con oficio el no fácil y tampoco especialmente atractivo acompañamiento, con una labor correcta, atenta y cuidada antes que con especial encanto.
El éxito fue grande y Soltani anunció una propina poco habitual: el arreglo que él mismo había hecho para violonchelo y cuerdas de la canción popular ucraniana Encantadora Minka, una melodía sencilla y llena de melancolía que el violonchelista y la directora dedicaron a las víctimas de la invasión ucraniana y con el deseo de que sirva como mensaje de apelación a la paz. Ojalá sea así.
La segunda parte se centraba en la Séptima sinfonía de Dvorák, partitura algo atípica en el ciclo del checo, planteada con un austero pero evidente dramatismo y una proximidad a lo eslavo quizá menos evidente que en su sinfonía previa, tal vez influido por el comentario (una sutil indirecta) de su amigo Brahms, que entre preguntado y sugiriendo, apuntó: “imagino que su nueva sinfonía será bien diferente de la anterior”.
Alsop conoce bien la obra, que ha grabado con la orquesta de la que ha sido bastantes años titular, la Sinfónica de Baltimore. Su interpretación ayer fue entregada, precisa en el ritmo, bien construida, con desarrollos bien armados y clímax conseguidos en los movimientos extremos, y con la energía indudable que constituye su sello de identidad, aunque sin terminar de alcanzar ese punto de vibrante tensión que, especialmente el primer movimiento, parece emanar de la música. Bien lograda, en cambio, la efusión lírica del segundo tema del primer movimiento, y muy bien dibujado el canto del segundo. El scherzo tuvo el esperable acierto rítmico, pero quien esto firma echó en falta algo más de alegre desenfado y empuje en algunos acentos.
Pudo contribuir a ello una prestación orquestal no excepcional. Sabemos sobradamente que la Filarmónica de Viena está en otra liga, y la Sinfónica, a la que hemos escuchado hace bien poco, evidenció una excelente prestación, asentada en una cuerda de sólido empaque y excelente empaste. Esta orquesta de la ORF, por cuyo podio han pasado ilustres batutas, empezando por el propio Bernstein, pero también Sawallisch o Nagano, es, creo que con claridad, la tercera en la jerarquía vienesa. La cuerda tiene una bonita sonoridad, pero el empaste es a menudo menos preciso de lo deseable (muy evidente en el confuso comienzo del Scherzo de Dvorák) y tampoco el empaque consigue trasladar en toda su dimensión la grandeza de pasajes como los más exaltados de los movimientos extremos de la sinfonía, donde parece corta de presencia. Mejor, sin ser excepcional, madera y metales, con la excepción de las trompas, no siempre suficientemente seguras y precisas.
El éxito fue indudablemente grande, y Alsop y sus músicos regalaron dos propinas de sabor austríaco danzable pero diverso: el galop Cachucha de Johann Strauss padre y la sonriente y colorista Pussy-polka del compositor salzburgués Gerhard E. Winkler (1959). Un sonriente cierre para una muy agradable velada con variados ingredientes de interés.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)
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