MADRID / Éliane Radigue, vanguardia ‘stricto sensu’
Madrid. CentroCentro. 23-II-2023. Julia Eckhardt, viola. Yannick Guédon, voz. Caroline Profanter, difusión sonora. Obras de Éliane Radigue.
Sucedió hace unos días con la propuesta electroacústica de Eduardo Polonio en el Auditorio 400 del Museo Reina Sofía y volvió a pasar ayer en CentroCentro en una sesión centrada, fundamentalmente, en la artista sonora Éliane Radigue (1932). Esto es, la creación electrónica tiene un público en ocasiones, incluso considerablemente mayor del que goza la música contemporánea instrumental. Así ha podido comprobarse en estos dos conciertos, dos picas en Flandes, centrados en creadores esenciales para entender la música de nuestro tiempo.
El mayor arrojo que han tenido los comisarios de esta nueva edición del ciclo VANG, Sergio Luque y Victor Barceló, ha sido el de poner un especial énfasis en el sonido y sus consecuencias, como pudo apreciarse en este homenaje a Radigue, la gran dama de la música francesa; también sucederá de manera muy destacada en las próximas citas centradas en John Cage, Julius Eastman y Michael Pisaro.
Radigue lleva sus últimos años creativos apartada por completo de los sintetizadores y los circuitos abrazando una especie de epifanía con el sonido acústico de los instrumentos pero también, y no menos relevante en este viraje, claudicando ante la constatación de la existencia de un amplio número de músicos que sienten veneración por la escucha de su obra y a los que ahora ella corresponde con una miríada de piezas. “Lo más simple, lo mejor”, axioma que guía un proyecto creativo en el que cada obra se basa en una imagen individual –asociada al agua- evocada tras un período de reflexión por cada músico. No hay partitura, sí una comunicación con la propia Radigue y, sobre todo, una búsqueda intuitiva quizás, esto sí, muy basada también en lo que otros ya han hecho. “Habrá tantos solos como voluntarios dispuestos a adentrarse en esta experiencia compartida [entre lo improvisatorio y lo previsto], convirtiéndose a su vez en fuentes”.
Julia Eckhardt, en la viola, y Yannick Guédon, realizaron entonces una concentrada aportación a la prolífica serie Occam Ocean, ella (autora de un ensayo de total referencia sobre la retratada, Intermediary Spaces) cercenando todo atisbo de vibrato para ofrecer un sonido crudo y continuado, haciendo evolucionar su arco desde el puente hasta la clavija; él avanzando desde el susurro hasta una suerte de canto difónico. La grandeza de ambos radicó en mantener el control del volumen, en no imponerse uno sobre el otro, en aniquilar cualquier veleidad virtuosa; desde luego en sostener la concentración y lograr traspasar ese estado meditativo a quienes escuchaban.
Ocurre sin embargo que, aun valorando la relevancia y el interés de las aportaciones instrumentales de Radigue, en ellas sobrevuelan un buen número de referencias, de Alvin Lucier a LaMonteYoung, de Charlemagne Palestine a Jean-Claude Eloy. No sucede así en cambio con sus imponentes y reconocibles obras electrónicas; Caroline Profanter se encargó de la difusión sonora de dos de ellas, Biogénesis (1973) es música para sonidos pregrabados (latidos de corazón y sintetizador ARP 2500). Himno a la “perpetuación de la vida”, la obra, pese a su aparente luminosidad, es de una suciedad ominosa y el punteo del latido genera una ansiedad creciente. Su audición compartida en un espacio casi a oscuras, frente a un escenario vacío, agrandó la experiencia de vivir en comunidad estos sonidos, si bien la audición concentrada y a solas de una música como esta supone otra hábil forma de abordarla. Más nebulosa, Danse des Dakinis (1998) incluye como única referencia el vago sonido de un arroyo que fluye; sin ningún interés paisajista Radigue vuelve a sumir a quien penetra en ella en un estado calmo pero donde hemos de estar vigilantes.
Ismael G. Cabral
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