MADRID / ‘El rey que rabió’, una chanza festiva
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 3-VI-2021. Chapí. El rey que rabió. Enrique Ferrer, Rocío Ignacio, María José Suárez, Rubén Amoretti, José Manuel Zapata, Carlos Cosías, Igor Peral, José Julián Frontal, Sandro Cordero, Pep Molina, Ruth González Mesa, Alberto Frías, Antonio Buendía. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Iván López Reynoso. Directora de escena: Bárbara Lluch.
1891 fue un año de grandes éxitos para la zarzuela. El teatro Apolo conoció los más resonantes; allí se agolpaba la gente esperando la cuarta hora, es decir, la quincuagésimo sexta representación de la Leyenda del monje, obra en que había dado una nueva y vigorosa muestra de su talento el ilustre Chapí, ‘el Goya musical de estos tiempos’, como dijo Enrique Sepúlveda en sus Recuerdos de la villa de Madrid. Pero también en 1891 se estrena en el coliseo de la calle Jovellanos -el lunes 20 de abril a las ocho y media de la tarde- dirigida por el propio compositor, una zarzuela grande en tres actos –con vínculos con la opereta francesa y vienesa- denominada cómica, que supuso el éxito más espectacular de aquel año glorioso: El rey que rabió, de Chapí, Ramos Carrión y Vital Aza, título en el que colaboraron por última vez ambos libretistas. A partir de entonces, y ya por separado, cada uno de ellos escribiría muchas páginas -algunas memorables- del género chico.
Echando mano del viejo argumento del rey que se disfraza para conocer cómo viven auténticamente sus súbditos, Chapí abandona el contenido dramatismo de La tempestad y La bruja y apuesta por la chanza festiva y de innegable eficacia. De los diecinueve números de que consta la partitura, el público aplaudió, puesto en pie, el cuarteto de la dimisión, la romanza de Rosa y, muy especialmente, el coro de doctores ‘El perro está rabioso o no lo está’, que recuerda a las sátiras de Molière. Vital Aza, que además de humorista era médico -y de los contrarios a la pedantería tan empleada por los galenos de corte- aprovecha para lanzar una sátira contra la medicina de la época. El rey que rabió se mantuvo en cartel hasta el 15 de junio, y el 11 de diciembre de ese mismo año se repondría en funciones de tarde y noche, con más éxito si cabe que al estrenarse la temporada anterior, permaneciendo activa hasta el 19 de febrero de 1892 en el mismo teatro.
Con esta chispeante partitura, que el público madrileño tuvo oportunidad de disfrutar hace doce e años en versión de Luis Olmos, el Teatro de la Zarzuela ha querido despedir su temporada lírica 2020/21. Se trata en esta ocasión de una nueva y muy elogiable producción, firmada por Bárbara Lluch, responsable también del notable montaje de La casa de Bernarda Alba, que presentó en este mismo escenario en la temporada 18/19. Lluch orienta su propuesta escénica subrayando los aspectos de cuento fantástico o de farsa del libreto, sin renunciar a la sátira burlesca al poder, y lo hace con una visión luminosa y colorista, con un acertado juego de espejos, con personajes grotescos y deformados propios del esperpento. La escenografía de Juan Guillermo Nova, el vestuario de Clara Peluffo y la iluminación de Vinicio Cheli coadyuvan a este montaje imaginativo y chispeante, que no deja de seducir al espectador.
En el aspecto vocal, destacan cuatro personajes principales: el rey, encarnado por el tenor Enrique Ferrer, que defendió su rol con discreción; Rosa, a quien da vida la soprano Rocío Ignacio, lo más destacable del elenco y quien ofreció los mejores momentos de la velada; y dos figuras cómicas interpretadas por José Manuel Zapata (como el plañidero Jeremías) y el bajo Rubén Amoretti (como el General). Ambos cantantes-actores, poseedores de una innegable vis cómica, supieron despertar la hilaridad en el respetable. El espectáculo, no carente de buenas dosis de histrionismo, se complementó con otros actores cantantes, entre los que cabría destacar a Ruth González como criado del rey.
El debut en el foso de la Zarzuela de Iván López Reynoso al frente de la ORCAM, dubitativo en un principio y con algún que otro desajuste que supo encauzar, se saldó positivamente. El director mejicano encaró bien una partitura rebosante de musicalidad, ofreciendo un pastoral Nocturno, sencillo y poético, a modo de intermedio, donde sorprendieron las exigencias de matiz. Notables las intervenciones del coro, que en esta graciosa partitura adquiere un gran protagonismo.
El montaje cuenta con un segundo reparto encabezado por Jorge Rodríguez-Norton, Sofía Esparza y Miguel Sola.
En definitiva, un estupendo final de temporada que el público agradeció con calurosos aplausos.
Manuel García Franco