MADRID / El regreso del antihéroe madrileño

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 15-VI-2022. Barbieri: El barberillo de Lavapiés. Borja Quiza, Cristina Faus, Cristina Toledo, Javier Tomé, Gerardo Bullón, Abel García. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Director de escena: Alfredo Sanzol.
Desde la aparición de Los Bufos y la compañía de El Recreo, allá por los primeros años de la década de 1870, la normalidad de la zarzuela grande –que ya había acumulado más de quince años de continuidad- se vio seriamente herida, aunque no por eso dejó de mantenerse viva, como atestiguan las sendas gestaciones de dos obras fundamentales del género como El molinero de Subiza (1870), de Cristóbal Oudrid, muy poco o nada conocida del público de hoy, o El barberillo de Lavapiés (1874), de Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), muy diferentes entre sí, particularmente esta última que, sin duda, ha demostrado ser la cumbre del género en tres actos y nunca ha llegado a desaparecer de las carteleras.
Barbieri es no solo un compositor fundamental en la historia de la zarzuela, sino que, como repetidas veces se ha dicho, suele ser considerado como el pilar y promotor del género. Encontró su espacio en la vida musical española al intuir la posibilidad de que los compositores y libretistas volcasen su talento en la creación de obras con ‘lo español’ como punto de partida moviéndose musical y teatralmente en un entorno mistificado por el italianismo y enraizado en las músicas españolas y en los gustos del espectador medio. Si ya su simpática Gloria y peluca (1850) le otorgó el favor del público madrileño, Jugar con fuego (1851) consagraría popularmente el nuevo género. Entraría en una verdadera fiebre creadora en esa línea estilística dando a conocer Los diamantes de la corona (1854). Encontró, diez años después, un nuevo hito en la que para muchos es su obra maestra: Pan y toros (1864), sobre los turbulentos sucesos de la vida española del final del reinado de Carlos IV; obra completamente personal que encarna el ideal de la zarzuela española según se formula en la era romántica, por la utilización magistral que Barbieri hace de la música histórica española. Esta pieza maestra podrá disfrutarse en la temporada próxima del Teatro de la Zarzuela como conmemoración del bicentenario del nacimiento del compositor.
Pero, aunque las obras referidas puedan parecernos sus obras más redondas, con la perspectiva de sus más de catorce décadas, hoy, El barberillo de Lavapiés es considerada la obra cumbre en la historia de nuestro género. Estrenada en este coliseo el 18 de diciembre de 1874, se trata de una de las partituras más carismáticas de las que produjo el autor madrileño en cuya aventura le acompañó Luis Mariano de Larra (1830-1901) con su colaboración literaria, siguiendo los patrones establecidos en aquél momento: zarzuela histórica de grandes dimensiones, inspirada en determinados hechos del pasado reciente, con frecuencia en las conspiraciones populares y de la aristocracia para destronar a determinado primer ministro. La estructura de la obra descansa en varios dobles planos, el político –los seguidores de Grimaldi frente a los de Floridablanca-, el social –el pueblo y la aristocracia-, el moral -los buenos frente a los malos- y el amoroso –Lamparilla / Paloma y Don Luis / Marquesita-. Todo ello complementado por la sátira política que ya Arderíus y sus Bufos habían puesto de moda, traída de la corte francesa. Tanto literaria como musicalmente los amores de los primeros se convierten en protagonistas de la obra mientras que el resto de las tramas sólo son el pretexto. Probablemente este título fuera sugerido por Barbieri en evidente guiño a El barbero de Sevilla rossiniano, ya que el original de Larra era Lavapiés y Las Vistillas, dos barrios castizos madrileños. La correspondencia entre Barbieri y Larra indica la intervención del compositor en las directrices del libreto para evitar similitudes con Pan y Toros.
Merecía la pena que esta producción de 2019 del Teatro de la Zarzuela, de la que en su momento pudimos gozar, haya regresado para contento del público que el día de su reposición y las siguientes funciones, hasta el próximo día 26, se felicitarán de haber asistido. El montaje, aparentemente parecido al de hace algo más de tres años, se ha visto sometido a una reflexión con sutiles cambios por parte del equipo artístico que ha hecho que la obra se haya fortalecido y al que se une el elenco vocal y artístico -en su mayor parte- que ya debutó en su origen. En esencia, tanto la puesta escénica como la musical se han visto mejoradas. Alfredo Sanzol y sus colaboradores (Alejandro Andújar en la escenografía y el vestuario, que nos acercan a la época dieciochesca de Carlos III; Pedro Yagüe en los acertados contrastes de luz; y Antonio Ruz en la coreografía, recreando los bailes populares) logran armar un espectáculo que funciona de maravilla: vivo, ligero, juguetón, intencionado y bullicioso, con una habilidosa, moderna e inteligente dirección escénica por parte de Sanzol. Todo ello sobre un escenario desnudo, valiéndose de unos paneles movibles que crean espacios, calles e interiores. La sencillez al servicio del ingenio. La dirección de José Miguel Pérez-Sierra al frente de la orquesta titular fue enérgica, con nervio, y aunque en algún que otro momento imprimió demasiada velocidad, logró en su conjunto un excelente ensamblaje instrumental. Papel destacado el del coro, ya sea de parroquianos, costureras, estudiantes o guardias y cuya mayor dificultad vocal consiste en el diferente “tempo” de sus interpretaciones. Quizás algo falto de fraseo.
Vocalmente, la obra está defendida por un competente elenco vocal en el primer reparto. El papel principal de Lamparilla (“Fígaro callejero y entrometido”) vuelve a recaer sobre el barítono lírico Borja Quiza, obligado a matizar mucho su emisión de voz para lograr el clima emotivo necesario en cada momento, quien desarrolló una divertida actuación que supo resolver con efectos sonoros cómicos y permitió trasladar al auditorio el típico gracejo del chulo madrileño, acompañado, en excelente conjunción, por la soberbia interpretación de Cristina Faus (Paloma), mezzo lírica de voz pastosa y expresiva. Ambos tuvieron que bisar su dúo del segundo acto. Correspondieron la pareja aristócrata formada por la soprano Cristina Toledo (Marquesita del Bierzo), de voz musical y expresiva, aunque débil de volumen, quien tuvo que sustituir a María Miró por indisposición, y Javier Tomé, (Don Luis), tenor lírico de bello colorido vocal, aunque algo falto de expresividad. Por su parte, Gerardo Bullón, en el breve papel del conspirador Juan de Peralta, se hizo notar con su voz baritonal amplia y densa.
El regreso de esta producción nos deja el recuerdo de una gran tarde de teatro.
Manuel García Franco
(Foto: Javier del Real – Teatro de La Zarzuela)
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