MADRID / El León de Oro: sobre las cenizas de Victoria, su música
Madrid. Monasterio de las Descalzas Reales. 20-XI-2021. Temporada Musical de Patrimonio Nacional (Ciclo Musica Sacra en las Capillas Reales). El León de Oro. Director: Marco Antonio García de Paz. Obras de Tomás Luis de Victoria.
Fallecido a los 63 años, víctima de una enfermedad que jamás sabremos cuál fue, Tomás Luis de Victoria (1548-1611) pasó los veinticuatro últimos años de su existencia en el Monasterio de las Descalzas Reales, erigido en Madrid por Juana de Austria, esposa de Juan Manuel, infante de Portugal y príncipe de Brasil. A la muerte, en 1576, de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, su viuda, María de Austria, decide trasladarse a la capital de España, cosa lógica, ya que era hermana del rey español Felipe II y de la antes mencionada Juana, que había muerto en 1573. Se instala en el monasterio que había edificado esta y, una vez allí, reclama la presencia de Victoria para que se convierta en su capellán. A pesar de no tener obligaciones musicales, el abulense tocaba el órgano en algunos servicios religiosos y, eventualmente, ejercía de maestro de capilla, lo cual suponía componer música. La parroquia a la que pertenecía Victoria era la vecina de San Ginés, donde consta su acta de defunción, pero tuvo el infrecuente privilegio de ser enterrado en las Descalzas Reales, cerca de los restos de Juana y María, fallecida esta en 1603. Una lápida, colocada en el interior del edificio en 1957 por iniciativa de la Capella Clásica de Mallorca, recuerda que en la cripta de las Descalzas Reales, en un lugar no identificado, las cenizas de Tomás Luis de Victoria esperan el momento de la resurrección y el comienzo de la vida eterna.
Sirva esta larga introducción, tal vez demasiado recargada de datos históricos, para explicar que no hay ningún sitio en el mundo que esté tan estrechamente vinculado a Victoria como las Descalzas Reales. Para los integrantes de un coro como El León de Oro, cuya bandera —aunque transite circunstancialmente por otros repertorios— es la polifonía renacentista española, ha tenido que ser una experiencia única, rayana casi en lo místico, poder cantar un programa íntegramente dedicado a Victoria en la iglesia de las Descalzas Reales, sobre los huesos, doquiera que estén, del que ha sido el compositor español más importante de la historia. Por mucho que las mascarillas anti-Covid nos privaran de contemplar sus rostros al completo, resultaba fácil apreciar y hasta sentir la emoción que embargaba a Marco Antonio García de Paz y a sus coristas en una ocasión tan especial. Esa misma emoción es la que fueron capaces de transmitir a los pocos privilegiados que pudimos asistir al concierto, porque, más allá de excelsitud de la música de Victoria, hoy en día hay pocos coros en España que sean capaces de llegar de forma tan directa y apabullante al oyente como lo hace El León de Oro.
La Primarii Lapidis del programa era la Missa Salve a 8, elaborada sobre una antífona homónima de 1576. Forma de una edición de misas (Missarum libri duo) que Victoria le dedica en 1583 a Felipe II, cuyo escudo figura en la portada. En la dedicatoria que abre el libro, el músico señala su intención de retirarse a un honrado descanso y a dedicar su alma a la contemplación divina. Solo cuatro años más tarde, sus deseos se verían cumplidos, cuando es requerido para convertirse en capellán de María de Austria. Como bien explica el propio García de Paz en el programa de mano, la Missa Salve abre nuevos caminos: por un lado, la composición de misas a múltiples voces (ocho, nuevo o doce) y varios coros (dos o tres); por otro lado, el inicio de un ciclo de misas basado en sus propias antífonas (a esta le seguirán la Missa Ave Regina y la Missa Alma Redemptoris Mater); las tres, con muy escasa presencia en la discografía victoriana. Con buen criterio, El León de Oro cantó previo a la misa la antífona homónima, la tercera obra del programa, tras los motetes Santa Maria succurre Miseris a 4 y Versa est in luctum a 6. Como conclusión, sonó otra antífona, Regina Caeli a 8, en sus dos partes.
Patrimonio Nacional había solicitado a El León de Oro que el coro no excediera en esta ocasión el número de veinticuatro. Pero, por lo señalado de la cita, García de Paz decidió traer hasta treinta, respetando, eso sí, la petición de la organización. Eso supuso una constante rotación y reubicación de los los miembros del coro (no era cuestión de que nadie se quedara sin cantar), que en modo alguno afectó a la homogeneidad del sonido, que habría sido, sin dudarlo, mucho más redondo si hubieran podido desprenderse de las mascarillas.
Tiene mucho mérito —que no siempre le es reconocido— la labor que Marco Antonio García de Paz y la primera soprano, Elena Rosso (como responsable del coro femenino Aurum y del coro infantil Peques del LdO, de los que ha de nutrirse en el futuro El León de Oro), vienen realizado desde hace más de veinte años. Se trata, como bien señala su fundador, de un “coro de autor”, que le permite trabajar de manera concienzuda y reposada cada nuevo proyecto, hasta considerarlo lo suficientemente maduro como para exponerlo en público. Su adecuación estilística al Renacimiento es absoluta. Se ve en cada detalle el mimo con el que García de Paz y su coro trabajan la música. No es de extrañar, pues, que Peter Phillips, fundador de The Tallis Scholars, aceptara encantado ser su director invitado. Ha habido en los últimos años en España, háganme caso, pocos proyectos musicales tan honrados e irreprochables como el de El León de Oro. Y lo mejor de todo es que, tras cada concierto suyo, la sensación a la que se llega es que este coro no conoce límites.
Eduardo Torrico