MADRID / El encuentro Mahler-Gerhaher

Madrid. Teatro de la Zarzuela. 30-IX-2019. XXVI Ciclo de Lied. Christian Gerhaher, barítono. Gerold Huber, piano. Obras de Mahler.
Ya Gerhaher dedicó en este ciclo un programa a Mahler. Ahora lo ha vuelto a cumplir con dos series completas —Canciones del camarada errante y Canciones para los niños muertos— más un par de extractos de El cuerno de la abundancia. Es difícil no incidir en lugares comunes respecto a esta pareja de artistas. En el caso de Hubler, la tarea fue de especial compromiso porque, en parte, Mahler confía al piano el rol originalmente otorgado a una compleja orquesta, con lo cual el pianista ha de desplegar un complejo colorido de imitación instrumental, aparte de los momentos de máxima tensión, en que el teclado juega como tutti sinfónico. Todo lo resolvió Hubler con cimera maestría y sin abandonar su asociación con la voz, a veces como clima, otras como contrapunto, otras como sostén armónico.
En cuanto a Gerhaher, vaya por delante, en este repertorio —en cierta medida, pensado para una voz de mujer, de registro ambiguo entre agudo y medio— una curiosa adecuación vocal del solista. En efecto, más que un barítono, escuchamos a un equivalente masculino de la mezzosoprano, es decir que Gerhaher cantó como una suerte de ‘mezzotenore’. La voz se aclaró, eventualmente brilló tensamente, sin perder la dicción implacable de la declamación, el labrado del verso, el contorno de la estrofa y esa intensidad expresiva que carga la entrega de Gerhaher se diría que en cada sílaba. El control del volumen en los reguladores y la capacidad de orillar el grito y el susurro, son especialidades de la casa. No cabe olvidar que Mahler, en su exasperación tardorromántica, orilla con frecuencia el gesto expresionista.
En las dos series cerradas, el cantante hubo de presentar a dos personajes. El errante es un enamorado que oscila entre la gratificación, la desesperación y el reproche. Es decir: estamos ante un personaje, que Gerhaher, de pronto, incorporó a su persona. Lo mismo en cuanto a los niños difuntos, cuya endecha es más bien materna, o sea que la voz del ‘semitenor’ ha de evocar a una mujer que se ha quedado sin hijos. En resumen: una antología personalísima por una gran personalidad del canto camarístico. Lo subrayó la propina, la pequeña escena de contenido patetismo que propone Urlicht.
Blas Matamoro
[Foto: Elvira Megías. Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)]