MADRID / El Cuarteto Quiroga como guardianes del canon
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 8-II-2024. Liceo de Cámara XXI. Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia, violín. Cibrán Sierra, violín. Josep Puchades, viola. Helena Poggio, violonchelo). Veronica Hagen, viola. Obras de Gourzi, Schubert y Mozart.
Los primeros compases del Cuarteto nº14 ‘La muerte y la doncella’ D 810 de Schubert establecieron el marco de lo que iba a acontecer. Esas frases, habitualmente dichas con furia en otras tantas interpretaciones recientes, eran enunciadas por los músicos del Cuarteto Quiroga con firmeza pero sin encrespamiento. Ni siquiera en las reiteradas exposiciones las burbujas expresionistas hicieron acto de presencia, ayer durante el concierto que celebró en el Auditorio Nacional de Música los 20 años de existencia del conjunto. De alguna manera, la formación madrileña se erige, sin abanderarse por ello, de guardiana de un canon, de un cierto canon desde luego. Su Schubert no es ni revolucionario ni remachadamente romántico. Se busca la filigrana y la severidad, se persigue un melodismo sin aristas y no por ello rebajado de tensiones.
Llevan años trabajando esta obra y de ello dejaron buena muestra en su ejecución. El segundo movimiento, Andante con moto, fue un prodigio de precisión, también de sonoridad, oscura, llena de matices, con misterio. Los cuatro atriles parecieron uno solo en la solidez armónica con la que transitaron este remanso nada plácido de la pieza. En el Scherzo y en el posterior Presto conclusivo retornó ese tono esbelto que caracteriza su versión, haciendo uso de un rubato profuso pero no excesivo y que, en todo caso, adornó dramáticamente una lectura muy suya pero poco discutible.
La sintonía del Quiroga con la violista Veronica Hagen es muy entendible si tomamos en consideración las no pocas semejanzas estéticas entre los primeros y el Cuarteto Hagen. Por eso salió tan compacto el Quinteto de cuerda nº4 K 516 de Mozart. Fue, se insistirá, una aproximación que no buscó ni la ligereza ni la ampulosidad; sin roces, con una afinación calibrada y ensayada hasta el más mínimo detalle, en la que además se advirtió un delicado esmero en la exposición de las dinámicas, ya en el Allegro inicial, ya en el muy contrastado Adagio ma non troppo. Pudo echarse en falta algo de rusticidad, pero no es ese el terreno de juego de este cuarteto. Hubo también espacio para las individualidades, con frases muy bien afirmadas por el violonchelo de Helena Poggio y, desde luego, por una Veronica Hagen que, en total fusión, hizo cantar a su viola con una expresividad acrecentada por su compañero de instrumento Josep Puchades.
Los mecanismos burocráticos y las afinidades personales que determinan algunos estrenos son inescrutables. De alguna forma llegó a la compositora griega Konstantia Gourzi (1962) el encargo conjunto del Quiroga y del Centro Nacional de Difusión Musical de la escritura de su Cuarteto nº4 ‘Still flying’, op. 105 (2023) que se dio a conocer al inicio de este recital. Dividido en ocho breves movimientos conecta en forma de organización interna y en lenguaje con su Cuarteto nº 2 P-ILION, neun Fragmente einer Ewigkeit, del año 2007. La obra presentada mostró una voz quejumbrosa de lirismo tardo romántico en la que algunas frases acaban deshilachándose por medio de sonidos en flautando y rápidos rozamientos del arco por las cuerdas. El carácter fragmentario hace que la pieza tenga la posibilidad de rearmarse en cada uno de los movimientos, aunque predomina en ella las atmósferas sobre la profundidad; recordando algunos pasajes a esquejes de Shostakovich, Schnittke y de otros tantos. Hubo mucha atención a los distintos planos y a los énfasis que Gourzi había dispuesto aquí y allá en diversos episodios más convulsivos. Es de desear que los músicos del Quiroga se decidan a aventurarse, puntualmente, en propuestas contemporáneas más decididas.
Ismael G. Cabral
(fotos: Rafa Martín)