MADRID/ El bello percutir de las arpas sonorosas
Madrid. Iglesia de las Mercedarias Góngoras. 27-IV-2019. Ciclo El Canto de Polifemo. Las arpas sonrosas (Laura Puerto y Manuel Vilas). Obras de Cabezón, Des Prez, DE Carreira, De Modena, Gracia Baptista, Guerrero, Palestrina, et al.
Nacho Castellanos
Las reuniones dentro de la gruta del Polifemo han supuesto de siempre un extraño éxtasis de esos en los que el alma está más ausente que presente, y en donde los asistentes, salen con la sensación de vivir en la pureza más frágil. Durante todo el año, diferentes intérpretes y maestros de tañir el afecto han pasado por las galerías más recónditas de estas cavernas, deleitando al exquisito oído musical del gigante barbudo, pero hasta él mismo sabía que el recital de aquella tarde suponía dar un paso más allá dentro de su cantar.
Dos arpas de dos órdenes parecían observarse atentamente en la planta mayor de las Mercedarias Góngoras de Madrid, formando una estampa tan simétrica como sugerente. Laura Puerto y Manuel Vilas presentaban su formación a dúo, “Las arpas sonorosas”, que por primera vez en unas cuantas centurias juntaba a dos arpistas ibéricos para interpretar las bellas polifonías renacentistas cantadas por ambos instrumentos a la par. El repertorio trazaba una senda por las grandes piezas de la polifonía ibérica, flamenca o italiana, bajo el título de “Tañendo con voz sonora”. El modelo de concierto que proponen “Las arpas sonorosas” dista bastante del prototipo de concierto actual. Ellos narran lo que van a interpretar, explican por qué lo hacen y de esta forma, acercan el repertorio a la comprensión de los allí presentes. Atrás quedan los conciertos en donde la barrera intérprete-espectador es algo frio y distante, y el público se enfrenta a un programa del que no sabe su por qué, junto a unas notas al programa que nunca lee. Mientras Manuel Vilas narraba las hazañas singulares que habían dado origen a las sucesivas piezas, Laura Puerto declamaba los textos que todas estas polifonías encierran, pero de los que las arpas jamás podrán degustar.
Deslumbró la intabulación del Ancol que col partire, de Antonio de Cabezón, y el Tiento sobre “Con que la lavare” de Antonio Carreira. El equilibrio sonoro también se reflejó en un programa muy bien pensado, que no solo abarcaba música de la península y de algunos autores europeos, sino que también reflejaba la música que se hacía en tierra firme. La agrupación “arpística” se atrevió incluso a experimentar con esta mezcolanza de culturas, cogiendo un fragmento del Magnificat de Hernando Franco y recitando mientras tanto un texto en náhuatl del fraile franciscano Bernardino de Sahagún, reflejando de esta forma la aculturación entre la lengua indígena y la música de los conquistadores. De los alamos vengo de Vásquez, fue otra de las grandes protagonistas de la noche, que con su melodía juguetona y pegadiza sirvió de coda final para uno de los conciertos reyes del cíclope Polifemo. Para deshacer este embrujo singular y retornar al público a la bonita noche madrileña, ofrecieron como bis una intabulación de La canción de los pajarillos, de Josquin des Prez, autor con el que la velada dio inicio con la polifonía a cuatro Tu pauperum refugium, y con el que, cual exordio circular, cerraban la velada.
Cuando Manuel Vilas y Laura Puerto deciden conversar, arpa en hombro, se produce una extraña simbiosis de sonidos que va más allá de un mero diálogo instrumental. Su escucha está tan equilibrada, que incluso observándolos, da la sensación de estar viendo a un único solista etéreo cantando las cuatro voces de la polifonía. Cada respiración, cada cesura o cada fin de frase quedan resumidas en una mirada de complicidad entre los intérpretes. No es una agrupación al uso —dada la escasez de arpistas de dos órdenes hoy en día—, pues teniendo en cuenta lo joven e innovadora que es, ha conseguido forjar un sonido diferente, propio, y del que en un futuro, seguramente, se identificará directamente con “Las arpas sonorosas”. De esta forma, concluyó otra de las citas musicales en las cavernas del gigante barbudo, que paso a paso, concierto a concierto, alumbra la senda musical de la capital madrileña como si de un sendero iluminado por mil luciérnagas se tratase.