MADRID / El Barroco español refulge en el Palacio Real

Madrid. Palacio Real. 4-III-2020. La Guirlande. Director y flauta travesera: Luis Martínez Pueyo. Obras de Casellas, Nebra, De Jerusalem, Hernández Illana, Locatelli, Martín Ramos e Iribarren.
La música de la primera mitad del siglo XVIII español es como la gallina de los huevos de oro: la cesta está repleta de ellos, pero hace falta alguien que se moleste en agacharse y los recoja. Por suerte, una nueva generación de músicos, de musicólogos, de programadores y, también, de público no tiene inconveniente en arremangarse y empezar la recolección. Buen ejemplo de ello es el concierto ofrecido el pasado miércoles, dentro de XXX Edición del Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS), en la capilla del Palacio Real por La Guirlande, uno de esos grupos jóvenes que han irrumpido con fuerza en el actual panorama de la música antigua.
Un programa integrado por obras de compositores tan poco conocidos para el público no demasiado especializado como Jaime Casellas, Ignacio de Jerusalem, Francisco Hernández de Illana, Juan Martín Ramos o Juan Francés de Iribarren no deja de entrañar riesgos. Pero la música se encargó de poner las cosas en su sitio, porque, en contra de la opinión generalizada, España no era un páramo cultural en aquella época. Quizá no todo lo que trajeron los borbones fue bueno (o quizá, algo de lo que trajeron los borbones no fue del todo tan malo), pero en cuestiones musicales hay que convenir España salió ganando —y mucho— con la llegada masiva de compositores italianos que arribaron a nuestro país con el cambio de dinastía. No solo por su propio legado, sino por la influencia ejercida en los autóctonos.
El concierto comenzó con Inmenso amor, tono a solo con flauta al Santísimo Sacramento del catalán Casellas, quien desarrolló un magisterio de algo más de treinta años en la Catedral de Toledo. Quizá fue la obra vocal menos brillante del programa, acaso porque el propio Casellas fue el menos italianizado de este ramillete de músicos seleccionados por La Guirlande (se conservan en Bolonia varias cartas suyas en las que critica la excesiva influencia italiana en la música de Josep Durán, homólogo coetáneo suyo en la Catedral de Barcelona). Pero lo que vino a continuación fue realmente soberbio: Cristal bello, aria para flauta a solo con violines y bajo al Santísimo de De Jerusalem y Stella, napolitano que hizo prácticamente toda su carrera en los territorios de Nueva España; Erizada la noche, cantada al Nacimiento con violines del excepcional músico alcireño Francisco Hernández Illana; Sígueme, pastor, cantada a los Santos Reyes con violines y flauta obligada del salmantino Martín Ramos y, ya a modo de propina, Aplaudan de las ondas, cantata al Santísimo de otro compositor realmente soberbio, el navarro Juan Francés de Iribarren.
Entre las obras vocales (algunas de las cuales, con presencia de traverso, pues es precisamente en ese momento cuando se empieza a escribir en España música para el mencionado instrumento), La Guirlande introdujo varias piezas instrumentales: la Sonata de 8º tono de José de Nebra (muy scarlattiana, magníficamente interpretada por el clavecinista Joan Boronat), unos Versos de segundo tono de De Jerusalem (donde la violinista australiana Lathika Vithanage evidenció por qué está considerada una de las mejores especialistas en su instrumento que han surgido en los últimos años, bien secundada en esta ocasión por su colega Aliza Vicente) y la Sonata nº 6 op. 2 en Sol menor para flauta travesera y bajo continuo de Pietro Antonio Locatelli, que permitió la posibilidad de exhibirse al director del grupo, Luis Martínez Pueyo, siempre con una emisión admirablemente cuidada, cristalina y refinada.
La soprano Alicia Amo cantó con esa exquisita dulzura que es característica en ella, salvando sin mayores complicaciones los escollos técnicos que se le presentaron (algunos de ellos, ciertamente peliagudos). Es una voz perfecta para estas “músicas a lo divino”, que no siempre son de celebración, sino también de dolor, como quedó patente en la cantada de Hernández Illana (¡qué manera de remarcar la gélida noche de Navidad con los roncos sonidos del violín, del violonchelo y del clave, muy en el estilo descriptivo que emplea Vivaldi en su Invierno de las Cuatro estaciones). Tanto la cantante como el grupo estuvieron a un nivel altísimo, sin la más mínima fisura ni decaimiento: magníficos los dos violines, espléndida la flauta travesera y suntuoso el bajo continuo conformado por el antes mencionado Boronat, Ester Domingo (violonchelo) y Pablo FitzGerald (archilaúd y guitarra).
Eduardo Torrico
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