MADRID / El Bach elocuente de Ignacio Prego

Madrid. Palacio del Marqués de Salamanca. Fundación BBVA. 20-V-2023. Ignacio Prego, clave. Obras de Bach (Suites francesas 4, 5 y 6) y Soler (Fandango).
Bach compuso las Suites francesas durante su etapa como kapellmeister al servicio del príncipe Leopold de Anhalt-Köthen (1717-23). Fue un periodo de abundante producción de música instrumental, seguramente motivado por los excepcionales músicos que tenía a su disposición en la corte y por estar dispensado de componer música religiosa debido al calvinismo que profesaba el príncipe; además de los famosos Conciertos de Brandemburgo, de estos años son las no menos célebres Sonatas y partitas para violín y las Suites para violonchelo solo, entre otras obras. También pertenecen a esta época una serie de colecciones para teclado, compuestas en parte con fines pedagógicos, como son la primera parte del Clave bien temperado, la Suites inglesas y las Suites francesas. Bach empezó a componer estas últimas hacia 1720 pero el ciclo no fue completado hasta 1725, ya en Leipzig, y sabemos que las obras fueron sometidas a continuas revisiones por parte del propio compositor. El nombre de Suites francesas no se debe a Bach, sino que es posterior y parece que la intención del título era diferenciarlas de las precedentes Suites inglesas (tituladas así también póstumamente); el caso es que tanto unas como otras son de clara inspiración francesa y no se debe sacar ninguna conclusión de los apelativos. El núcleo de cada suite está compuesto por cuatro danzas: allemande, courante, sarabande y gigue, tal y como quedó fijado por Louis Couperin y Froberger a mediados del siglo XVII. A ellas se añade un preludio en la Suite nº 6 y varias galanteries, danzas que podríamos calificar como más ligeras, siendo el menuet y la gavotte las más frecuentes, que varían en número y orden en cada suite. Las tres primeras están escritas en tonalidad mayor (fueron ejecutadas el día precedente por Silvia Márquez) y las tres últimas en tonalidad mayor, siendo estas las que corrieron a cargo de Ignacio Prego.
Hay intérpretes que tienen la virtud de ayudar al oyente a entender mejor la música y Prego es uno de ellos. Los asistentes al concierto del sábado -aprovecho para dar cuenta del respetuoso comportamiento del público que se dio cita en el Palacio del Marqués de Salamanca y es que la tasa de “criminalidad” en este espacio es mucho más baja que en el Auditorio Nacional, entiéndase este comentario dedicado a mi querido Rafael Ortega Basagoiti-; los asistentes al concierto, decía, seguramente se fueron al término del mismo con la sensación de comprender un poco mejor la música de Bach o, al menos, de haberla escuchado de una forma clara, coherente y brillante.
Ignacio Prego -no estoy descubriendo nada- tiene una especial afinidad con la música de Bach. Sus conciertos y grabaciones de las Variaciones Goldberg o de estas mismas Suites francesas, por no mencionar el más reciente registro con dos Partitas y una Suite inglesa, así lo atestiguan. Afinidad y conocimiento habría que decir. Por ello no es de extrañar que su interpretación se traduzca en un discurso sonoro perfectamente articulado, con una pulsación precisa, firme, pero con una estudiada flexibilidad con el fin de evitar la sensación mecánica de tantas interpretaciones bachianas. Los tempi son moderados, nunca apresurados en los movimientos vivos como las courantes o las gigas, o demasiado parsimoniosos en los lentos como las zarabandas, lejos de los amaneramientos en que caen algunos clavecinistas por querer ser originales. Gracias a esto los pasajes contrapuntísticos (menos complejos aquí que en otras obras de Bach) se pueden desplegar con claridad y el oyente puede apreciar más fácilmente las voces y las texturas. Prego no cae en la tentación del virtuosismo fácil y logra un encomiable equilibrio entre dominio técnico y expresión, pues sus alemandas tienen hondura y nobleza, en las zarabandas hay melancolía y en las galanteries se aprecia el aire juguetón de las danzas. Las melodías (y en las Suites francesas las hay a raudales) encuentran un fraseo adecuado, sereno o vibrante según los casos. Resumiendo, en el Bach de Prego todo se conjuga en un perfecto discurso lleno de sentido, que nos habla y nos emociona. Su interpretación de la Suites francesas estuvo a la altura de las mejores que se puedan escuchar hoy en día.
Después de casi una hora dedicada a la música de Bach el contraste llegó con el Fandango del Padre Soler, obra en la que la danza, en este caso de raigambre española, juega también un papel fundamental. Pero ahí terminan los puntos en común con las Suites del cantor de Leipzig pues, frente a la estilización a la que somete Bach a las danzas, Soler deja el material primigenio en un estado más reconocible, en forma de un obsesivo ostinato sobre el que se realizan toda serie de diabluras. Es una pieza que requiere un gran virtuosismo, con continuos cruces de manos. Prego, que no puede evitar ser elegante incluso tratándose de una obra de tanta exigencia, ofreció una versión contenida y técnicamente impecable. Sin embargo, quien esto escribe hubiera agradecido una interpretación más desmelanada, incluso más macarra si se quiere, que destacase más los ritmos quebrados y jugase más con el rubato. En cualquier caso, el público terminó encandilado y Prego ofreció tres propinas. La primera, el célebre ground en do menor de Henry Purcell, quiso dedicarla a la memoria de nuestro añorado Eduardo Torrico; quienes sabemos del aprecio y cariño mutuo que se tenían ambos no pudimos sino emocionarnos. Le siguieron la alemanda de la Partita para clave n.º 3 de Bach y la zarabanda de la Suite en re menor de Froberger, otro gigante del teclado barroco.
Imanol Temprano Lecuona
(fotos: Fundación BBVA)