MADRID / El amor de David y Jonathas, la locura de Saúl
Madrid. Teatro Real. 27-IX-2024. Petr Nekoranec, Gwendoline Blondeel, Jean-Christophe Lanièce, Lucile Richardot (La Pythonisse), Etienne Bazola, Lysandre Châlon (Achis). Coro y conjunto Ensemble Correspondances. Director musical : Sébastien Daucé. Charpentier: David et Jonathas, versión de concierto.
David et Jonathas se pudo componer solo después de la muerte de Lully (marzo 1687), que mantuvo el monopolio hasta el final por privilegio en l’Académie royale. En el Colegio Louis-le-Grand, de los jesuitas, se pusieron poco después funciones didácticas que consistían en una obra teatral en latín interpretada por los estudiantes aristócratas, más una tragedia musical; todas basadas en vidas de santos, asuntos romanos o bíblicos. Así su pudieron representar “tragégies en musique”, hasta entonces impedidas por el monopolio de Lully. Las piezas en latín se han perdido, aunque se conservan títulos acompañados de algunos datos. Y de las piezas musicales solo se conserva la música de David et Jonathas (carece de orquestación, claro) “gracias a André Danican Philidor, llamado el mayor, bibliotecario del rey, que la copió en 1693, es decir, dos años después del estreno” (Catherine Cessac, ver su espléndido estudio en una obra más amplia de varios autores [1]: https://books.openedition.org/pur/28951). Las funciones debían de tener una duración considerable al entreverarse tragedia latina y tragédie en musique, aunque no sepamos cómo se desarrollaba la secuencia entre ambas obras. Quedan, pues, algunas opciones: atenerse solo a la obra de Charpentier y el padre François Bretonneau, que precisa de una edición; o añadir a esta edición, para la escena, situaciones que se deducen de la pieza latina desaparecida, titulada Saül. El asunto de ambas se basa en la Biblia, Jueces XI. La elección de Charpentier fue la de aligerar y hacer más cantábile y menos rígidos los recitativos, los intercambios verbales entre los personajes.
Ha llovido mucho desde que se estrenó David et Jonathas en la Opera de Lyon, 1981, editada y dirigida por Michel Corboz, que la grabó en disco (Erato, 3 LP, con un libreto muy documentado). La puesta en escena fue de Jean-Louis Martinoty; el reparto era de lujo: Paul Eswood, Colettte Alliot-Lugaz, René Jacobs… Y desde entonces han evolucionado los criterios sobre instrumentación original, que ya tenía en cuenta Corboz según el nivel de conciencia de hace más de cuarenta años. Un momento importante para fijar criterios sonoros, de articulación, de color fue el del gran defensor de Médée, de Charpentier William Christie, con Les Arts Florissants [2], en un registro de 1988 (Harmonia Mundi). Una diferencia entre ambos: la escena de la sibila la coloca Corboz al principio, según la tradición deducida y según la copia que ha sobrevivido; Christie la coloca en medio del climax, tercer acto, con un criterio teatral muy sabio. Así puede verse en la toma de su versión en Aix-en-Provence de 2012, puesta en escena de Andreas Homoki, con Pascal Charbonneau, Ana Quintans y Neal Davies (DVD BelAir). Sería prolijo señalar ahora la considerable cantidad de nuevas puestas en escena, versiones de concierto y grabaciones de esta tragedia lírica (Corréas, Haïm [3], Walker; y Daucé, claro está), si bien esto nos indica que David et Jonathas ha sido firmemente recuperada para el repertorio barroco (los franceses lo llaman el Clasicismo francés, lo que va de Lully a Rameau). Pero no olvidemos que el pionero fue Corboz, en Lyon.
Caën, Nancy, Champs-Elysées en París… La versión de Daucé ha recorrido desde finales del año pasado unos cuantos escenarios. Era con la puesta en escena de Jean Bellorini, que ha recibido elogios y descalificaciones. División de opiniones, más que polémica. Bruno Serrou ya nos envió su propia crónica parisiense, no del todo desfavorable para la escena, con fecha 1 de abril, pueden consultarla. La que hemos visto en el Teatro Real es la misma versión, pero sin escena, un concierto bellísimo. Nos libramos de ver al rey Saúl, enloquecido, en camisón; aunque se echa de menos en esta hermosa revisión de Sébastien Daucé un poco de agilidad escénica, siquiera un semi montado. Pero la belleza de la obra, el rigor y el arte de Daucé, las hermosas voces del reparto, son aportación suficiente, aunque el estatismo (a veces matizado por la pareja protagonista, felizmente) no ayuda a la comprensión plena de la tragedia.
Porque es, en efecto, una tragedia. Es la bien conocida paranoia, y también hybris, del rey Saúl frente a la estrella emergente, joven, bella, del guerrero David. El amor entre los dos amigos titulares podría prestarse a la ambigüedad, pero la plena femineidad de Gwendoline Blondeel (Jonathas) frente a Petr Nekoranec (David) convierte sus escenas en poco menos que dúos amorosos.
Sébastien Daucé y el Ensemble Correspondances consiguen un equilibrio que a veces bordea lo emotivo. Gracias a la rigurosa exposición de la música, en una edición adecuada para la escena y, desde luego, para el registro audio o audiovisual, sin que se indique cuál es. No importa, porque se trata de la aproximación sonora más plausible a lo que podemos considerar como criterios de época. Y eso es mucho, en esta época en que se empieza a poner en cuestión (recordemos a Taruskin) lo relativo a instrumentos y sonido originales. Sorprendente, después de habernos dejado la honra y la piel (es un decir) en reclamarnos partidarios de la aventura que iniciaron Harnncourt y los holandeses; cuando menos. La belleza emotiva surge también porque en esta historia el conflicto se da en Tierra santa; de fondo, el conflicto entre judíos y filisteos; en primer plano, en conflicto entre belicistas (Joabel) y pacifistas (casi todos los demás, empezando por el entusiasta coro del comienzo). Sobre ello, la soberbia y la hybris de Saúl, que es castigado por la divinidad y el destino en la carne de su hijo, en su propia carne y en la pérdida de la corona a favor del joven que despertaba, con sus virtudes y el amor a su hijo, todos sus recelos, manías y actos trágicamente equivocados. Puede parecer “muy de actualidad”. Lo es en la medida en que siempre tenemos guerras, pero lo es más por la geografía en que se desarrolla. Claro está, buena parte del público habrá tenido en cuenta que dentro de unos días se cumple un año del insensato ataque de Hamas, carente de escrúpulos con su pueblo, al que parece que considera carne de cañón para “buena causa”; y del comienzo, previsible pero no tan cruel y con tanto ensañamiento, de la represalia del gobierno israelí de extrema derecha, salvado de su impopularidad precisamente por su enemigo. Aparte de eso, no hay que exagerar las aportaciones de actualidad de ésta ni de otras manifestaciones artísticas.
En el marco de la limitada versión (por ser de concierto) en la que cabe imaginar una peripecia, aunque no verla, nos deslumbraron las voces protagonistas. El primer lugar, el contratenor checo Petr Nekoranec, un David lleno de fuerza y matices, lo que no le resta dulzura y entrega fraterna, gran equilibrio; y la ya mencionada soprano Gwendoline Blondeel, que tarda en aparecer en escena. Los partidarios del criterio histórico para las obras del Barroco nos movemos en diferentes niveles y matices; habrá quien no perdone a Gwendoline algún que otro vibrato, aunque nunca los exagera. Pero su arioso, hacia el final, “A-t-on jamais souffer une plus rude peine? » fue de lo mejor de la velada. Algo joven para el papel, el barítono Jean-Christophe Lanièce construye de manera perfecta la locura de Saúl, en poderío vocal y en capacidad de hacer evolucionar el papel y la situación. Lucile Richardot fue un contundente Pitonisa, aunque también asumió otros papeles. Etienne Bazola (Joabel) y Lysandre Châlon (Achis) representaban con gran capacidad vocal las dos posturas enfrentadas de fondo, la belicista y la apaciguadora, la intrigante para con David y la comprensiva de este héroe. No en vano es Châlon (Achis) quien proclama al final la victoria y el reinado de David ante la muerte de Saúl y Jonathas.
El Coro del Ensemble es magnífico: limitado en número, como el conjunto instrumental, con voces que se convierten repentinamente en solistas, conscientes sus miembros de la dimensión histórica y artística de su cometido conjunto.
El Ensemble Correspondances tiene una temprana vocación por Charpentier. Pero van poco a poco. Antes o después, llegará su Médée. A juzgar por lo que vimos y oímos en el Real, Sébastien Daucé y su agrupación son ideales para una nueva incursión en la ópera que recuperó William Christie con insistencia. La velada fue un éxito, el público (que acaso concedía en parte con el de Adriana Lecouvreur de estos mismos días) supo diferenciar códigos y valores. El éxito de esta única función de la ópera de Charpentier es el éxito de una obra histórica que precisa, para revivir, de las manos y el concepto de un grupo como el de Sébastien Daucé.
Santiago Martín Bermúdez
[1] Plaire et instruire. Le spectacle dans les collèges de l’Ancién Régime. Universidad de Rennes.
[2] El nombre de Les Arts florissants es el de una recopilación así titulada, compuesta por Charpentier. Christie la grabó en 1982 (Harmonia Mundi). Ahí “se apoderó” Christie del nombre para su conjunto.
[3] Se vio en Cuenca la versión de Emmanuelle Haïm, 2004.