MADRID / Dmytro Choni, gusto por el siglo XX
Madrid. Auditorio Nacional (Sala de Cámara). 16-II-2022. XX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Dmytro Choni, piano. Obras de Debussy, Ligeti, Schumann, Scriabin, Prokofiev, Adès y Ginastera.
En tiempos particularmente turbulentos para su país, el ucraniano Dmytro Choni (Kiev, 1993), triunfador en el Concurso Internacional de Piano de Santander en 2018, abrió el fuego del XX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo. La primera consideración que hay que hacer sobre su recital es que el programa era tan denso, retador y atrevido como poco conexo, sin que pueda establecerse en él un hilo conductor (algo que tampoco tiene por qué ser criticable, es una mera constatación). Con la excepción de la última de las Noveletten op. 21 de Schumann, fruto de 1838, todo el repertorio presentado se centró en los últimos ciento veinte años, desde los años 1903-7 de la Sonata nº 4 de Scriabin y las dos obras de Debussy (la segunda del libro II de las Images, Et la lune descend sur le temple qui fut, y L’Isle joyeuse) hasta las más recientes Mazurcas op. 27 de Thomas Adès (2009), pasando por los Sarcasmos op. 17 de Prokofiev (1912-14), la Sonata nº 1 de Ginastera (1952) o el nº 5 del primer libro de Estudios de Ligeti (1985). Programa, como se ve, variado, muy inclinado al siglo XX, de altísima exigencia técnica, mecánica y de concentración.
La segunda consideración se refiere al asunto, que ya creo haber comentado en alguna otra ocasión, del piano. En primer término, bien podría decirse que el mismo gran cola que parece muy adecuado para la sala sinfónica, con más de dos mil personas de aforo, puede resultar en excesiva sonoridad en la de cámara, que cuya capacidad es menos de un tercio de la anterior. Creo que un instrumento algo más pequeño cumpliría perfectamente el cometido, más aún teniendo en cuenta el poderío con el que muchos intérpretes de hoy se desempeñan. Otra materia, que quizá merecería algún análisis, es el hecho de que, ya antes de terminar la primera parte, la afinación quedara visiblemente (audiblemente, más bien) alterada, persistiendo la afectación, como cabía esperar, durante toda la segunda parte. El registro agudo del instrumento (desde el Do5 hacia arriba, para entendernos) fue el más perjudicado. Parece, al menos al que suscribe, algo raro que un piano moderno en el debido estado se desafine, incluso aunque la pulsación sea hercúlea en su fortaleza, en menos de lo que dura una parte de un recital.
Desde una perspectiva general, hay que decir que Choni evidenció, como tantos otros colegas de su generación, un nivel extraordinario de técnica y mecánica. Muy capaz de sonoridades delicadas, como en Et la lune descend sur le temple qui fut, dibujado con etérea sonoridad, atinado matiz y resonancias evocadoras de otras páginas debussianas, como La catedral sumergida. La gama dinámica es anchísima, como muchos rotundos y poderosísimos fortissimi evidenciaron más tarde, aunque también, como luego apuntaré, no siempre tiene la diferenciación deseable. El sonido es lleno y atractivo en general, aunque en los ff tiende ocasionalmente a cierta dureza. El mecanismo es de gran agilidad y precisión, aunque la articulación no siempre consigue la claridad que sin duda puede alcanzar, quizá algo afectada por el arrebato al que después me referiré.
Choni es joven aún, y como alguien que ha dejado bien atrás el sufrimiento por los problemas de precisión mecánica, luce su gran virtuosismo con facilidad. Sin embargo, se echó de menos, en muchos momentos, la penetración en los recovecos que la música esconde. L’Isle joyeuse tuvo así más fogosidad que sutileza, más arrebato que refinada alegría. El Estudio de Ligeti fue dibujado con acierto en el rubato y buena claridad en el discurso, además de indiscutible rotundidad en el fff demandado en algún momento. Sin embargo, la variada y a menudo intrincada textura schumanniana de la última Novelette pareció un tanto superficial y confusa, como si ese arrebato, ese torrente impetuoso antes apuntado, hubiera tapado los ramalazos, que también los hay, de ensoñación y lirismo. Algo parecido podría decirse de la Sonata de Scriabin, dibujada con más acierto en la atmósfera de su primer tiempo que en el segundo, de arrollador virtuosismo, como respondiendo muy literalmente a la explícita indicación (Prestissimo volando) pero en el que tal vez sobró intensidad en el músculo (el comienzo, por poner un ejemplo, no respondió al prescrito pp).
La segunda parte se abrió con una contundente traducción, muy en el lado percusivo en muchos momentos, de los Sarcasmos de Prokofiev, en los que de nuevo brilló un virtuosismo espectacular, pero en los que tal vez faltó algo de acidez, quizá tapada por la contundencia y por una dinámica no siempre bien diferenciada (en más de una ocasión mf igualado a f). Lo mejor llegó en los dos últimos, con un estupendo staccato y un buen toque leggiero en el cuarto, y un quinto arrollador, rotundo pero con magnífico final en ppp. Notables las tres bonitas (y más que complicadas) Mazurcas de Adès, con especial mención del acertado dibujo rítmico de la primera y la sugerente atmósfera planteada en la última. La Sonata de Ginastera, en fin, es partitura tan fascinante como endemoniada. Y Choni, sin atisbo de cansancio, la presentó con el poderío que había ya lucido en todo el recital. Impetuosa, con buena expresividad en el Adagio molto appassionato, resultó arrolladora en un rotundo y agresivo final.
El éxito fue considerable y Choni ofreció dos propinas: una bagatela (creo que la primera de su Op. 1) de su compatriota Valentin Silvestrov (1937) y la Soirée de Vienne de Alfred Grünfeld, una paráfrasis de concierto sobre valses de Strauss de aromas próximos al Liszt más pirotécnico. Recital interesante, sin duda, el ofrecido por este joven pianista cuya progresión procede seguir con atención.
Rafael Ortega Basagoiti