MADRID / De San Marcos a San Marcos, de Venecia a Madrid con Scaramuccia
Madrid. Iglesia de San Marcos. 4-III-2024. XXXIV FIAS. Ensemble Scaramuccia. Inés Salinas, violonchelo barroco; Fernando Aguado, clave. Javier Lupiáñez, violín barroco y dir. Venezia riscoperta. Música de T. Albinoni, G.A.V. Aldrovandini, G. Gentili, G.B. Reali, A. Vivaldi y anónima.
La iglesia de San Marcos es, como se sabe, una de las mejores obras de Ventura Rodríguez y uno de los más bellos templos de Madrid. Acogió anoche, en el marco del FIAS 2024, un espléndido concierto a cargo del Ensemble Scaramuccia, fundado y dirigido por Javier Lupiáñez. “Hay que seguirle la pista”, me dijo hace ya un buen puñado de años el siempre recordado Eduardo Torrico refiriéndose al músico y musicólogo español afincado en La Haya. Como tantas otras veces, no se equivocó. Lupiáñez y su grupo son una jugosa realidad que se miden de igual a igual con la mayoría de los ensembles de la música barroca europea.
Se caracteriza Scaramuccia por una incesante y encomiable búsqueda de partituras olvidadas para elaborar programas originales e innovadores que exhuman buena música a la par que sitúan en contexto obras más célebres y celebradas. En esta ocasión -varias de las obras sonaban por primera vez en vivo en España- la propuesta giraba en torno a la música veneciana de principios del siglo XVIII, adobada con alguna que otra geográficamente no muy alejada, de compositores apenas conocidos o, en caso contrario, con obras inéditas, conservadas en su mayoría en un manuscrito copiado y llevado a Viena en el Setecientos por un aristócrata italiano. Todas, por cierto, invariablemente hermosas.
Y así, pudimos escuchar en la madrileña iglesia de San Marcos una sonata anónima de principios del siglo XVIII de estructura y concepción peculiares, aunando música da chiesa y da camera. Siguió una sonata cronológicamente algo anterior de Tomaso Albinoni marcada por la teatralidad del compositor y los aires de danza. Giovanni Reali, compositor de biografía llena de incógnitas, pero musicalmente interesente, aportó una obrita de evidente impronta corelliana. De Giorgio Gentile, el músico que tuvo a sus órdenes en la veneciana basílica de San Marcos, entre otras celebridades, al padre de Vivaldi y a su todavía joven retoño, sonó una preciosa sonata para violonchelo, el instrumento que se emancipaba despacio, pero con firmeza, del bajo continuo. Del boloñés Giuseppe Antonio Vincenzo Aldrovandini se interpretó una sonata para violino e violoncello que concluye con una delicada sarabanda con ambos instrumentos tocando en pizzicato. Y culminó el concierto presentando -para más simbolismo, en el aniversario exacto de su nacimiento- la última obra incorporada al catálogo del Prete Rosso, (RV 829), una sonata cuya identificación corresponde al propio Lupiáñez. Un programa, en suma, que, como mostraba su título, se adentraba en recovecos prácticamente ignotos, proyectando esclarecedora luz sobre la música veneciana del entorno de 1700.
Es Lupiáñez un violinista que -además de un verbo cálido y punteado de humor, del que hizo gala en las presentaciones de las obras- posee una sólida técnica, frasea con elegancia y naturalidad y sabe jugar con la expresividad, saltando de la delicadeza a la energía con facilidad. Hubo momentos -en ciertos movimientos lentos- de pura poesía musical. Y, experto en la técnica del embellecimiento en la época, dejó apuntes deliciosos en este sentido. Inés Salinas es, igualmente, una excelente violonchelista. Y tanto en su papel de continuista como en su intervención solista en la sonata de Gentile o en franco diálogo con el violín en la sonata de Aldrovandini, dejó cumplida muestra de su valía. Y ambos se mostraron perfectamente integrados con Aguado, el clavecinista, justo y discreto -en el sentido que el término tenía en nuestro idioma en la época de la música interpretada- en todas sus intervenciones. Un concierto que si de algo pecó fue de breve, aun teniendo en cuenta la baja temperatura climatológica -que no musical- que reinaba en el templo.
No quiero terminar estas líneas sin recordar y aplaudir la inestimable labor de divulgación cultural -alta divulgación cultural- que viene ejerciendo año tras años el FIAS madrileño, ofreciendo gratuitamente -salvo en unos pocos casos- música y espectáculos de calidad a un público que, invariablemente, responde con entusiasmo y seriedad a tan magnífica oferta.
Manuel M. Martín Galán