MADRID / De lo hermoso a lo sorprendente (OCNE)
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 19-2-2021. Concierto sinfónico 16 de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Director: David Afkham. Solista: Daniil Trifonov, piano. Obras de Brahms y Beethoven.
Precioso programa el dibujado por Afkham en su nueva presencia con la orquesta de la que es titular: dos de las obras corales más celebradas de Brahms, la Canción del destino y Nänie, junto al Primer concierto para piano de Beethoven.
La Canción del destino evidencia el parentesco temporal con el Requiem alemán. Lo hace en el clima de serenidad lírica de las secciones extremas, que recuerda en muchos momentos a la emotiva música del oratorio fúnebre, pero también en la más intensamente dramática sección central. Afkham, que entiende muy bien la música de su compatriota, como ha evidenciado en otras ocasiones, dirigió con sensibilidad y con envidiable emotividad la bella partitura, consiguiendo una estupenda respuesta de los conjuntos nacionales, que siguen venciendo los obstáculos de distancias y mamparas con envidiable resultado. Mención especial para la muy notable prestación del coro nacional, con mascarillas y desperdigado entre las propias sillas del coro, los dos laterales de primer anfiteatro y las tribunas a ambos lados del órgano. El empaste conseguido con los cantantes separados por distancia de 5-6 butacas fue sobresaliente y revela la magnífica labor de preparación de su director, Miguel Ángel García Cañamero.
Bastante posterior, de 1881, es Nänie, que, sin relación temporal con el Requiem, es en todo caso un canto fúnebre de gran emotividad. Nuevamente Afkham, siempre sin batuta, el mando claro y el gesto expresivo, ofreció una sobresaliente lectura, con los conjuntos nacionales rindiendo de nuevo a un estupendo nivel.
Cerraba el programa el Primer Concierto para piano y orquesta de Beethoven, que como es bien sabido, es en realidad el segundo del ciclo beethoveniano. Con el sello del sordo, sin duda, pero aún no lo rompedor que sería el tercero y, sobre todo, el cuarto. Estaba prevista la participación solista de la veterana japonesa Mitsuko Uchida que, sin haberse destacado en el pasado por sus interpretaciones beethovenianas (parecía encontrarse más a gusto en las aguas de Mozart, Schubert o Debussy), sorprendía no hace mucho con una magnífica grabación del ciclo beethoveniano íntegro con la Filarmónica de Berlín y Sir Simon Rattle (registro en vivo en el sello de la orquesta), dibujada con un desparpajo y jovialidad envidiables.
Pero el virus hizo de nuevo de las suyas y Uchida no pudo venir. Acudió al rescate el joven ruso Daniil Trifonov, al que le faltan apenas un par de semanas para cumplir los 30, pero que a estas alturas es ya bien conocido de nuestro público. Es Trifonov un pianista descomunal, qué duda cabe. Su dominio de todos los recursos del instrumento es de una facilidad insultante. Es capaz de generar poderosos fortísimos y delicados suavísimos con un control de la pulsación y una capacidad fulgurante de cambiarla a velocidades inverosímiles que le deja a uno pasmado. Los dedos muestran una agilidad felina, completando así una gama de recursos técnico-mecánicos necesarios para servir interpretaciones sensacionales.
Los tiene musicales también, y lo ha demostrado en muchas ocasiones (su último álbum, dedicado íntegramente al repertorio ruso, es sencillamente impresionante). Pero hace apenas dos años, en una entrevista concedida a esta revista, reconocía que uno de los compositores para los que no se sentía preparado era Beethoven. Y debo decir que la sensación que me dejó su interpretación hoy fue mixta, rara. Momentos sí, exquisitos de expresión (muchos en el segundo tiempo, aunque quizá desgranado con excesiva lentitud), otros de brío y nervio contagiosos, como muchos del rondó final. Pero en muchos otros acabé teniendo la sensación de que la fuerte personalidad de Trifonov acababa tomando tanta posesión del idioma beethoveniano que lo que escuchábamos parecía más una interpretación con la intención permanente de sonar distinta y nueva (propósito en sí mismo muy loable siempre y cuando el ánimo de originalidad no termine por desequilibrar demasiado la balanza). El ruso decidió desde el principio exagerar contrastes y acentos, con derroche de fortissimo subito y pianissimo subito, pero también de repentinas aceleraciones y frenazos que debieron hacer sudar a Afkham y a sus músicos de lo lindo (testimonio de su espléndida labor de acompañamiento es que el encaje, nada fácil, resultará perfecto), y que terminaron por dejar, al menos a quien esto firma, una sensación de cierta falta de fluidez. Beethoven, sí, vive en los contrastes y de los contrastes, pero cuando éstos se exageran y se rompe la fluidez del discurso… ya la cosa no funciona tan bien.
El éxito fue, en todo caso, grandioso. Algo en cierto modo esperable, porque ya dijimos que Trifonov, con exageraciones o no, es un pianista espectacular. A las ovaciones respondió anunciando (sin que se entendiera nada, porque a distancia y con la mascarilla…) una propina que pude identificar como el Rondo en do menor Wq 54/2 de C.P.E. Bach. Hubo también sus dosis de fantasía aquí, pero el propio carácter de la obra lo admite mejor.
En conjunto, un concierto con dos obras corales magníficamente traducidas y una obra concertante con un solista espectacular que tal vez se beneficiaría de un punto de non troppo en muchas de sus inflexiones, acentos y matices. En todo caso, una velada con un interesante viaje de lo hermoso (Brahms) a lo sorprendente (el Beethoven de Trifonov).
Rafael Ortega Basagoiti