MADRID / De la Parra, tercera visita a la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 25-XI-2022. Juana Guillem, flauta. Terry Wey, contratenor. Orquesta Nacional de España. Directora: Alondra de la Parra. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero. Obras de Bernstein y Musorgski-Ravel.
El octavo evento sinfónico de la temporada de la OCNE traía, bajo dos de los hilos temáticos de la temporada (“Visiones de América” y “Orillas del Báltico”) obras de Leonard Bernstein y Musorgski (orquestación de Ravel). Dice bien Arturo Reverter cuando habla en sus excelentes notas de la importancia de la orquestación y el ritmo en la obra orquestal de ese fenómeno (en todos los sentidos) llamado Leonard Bernstein. La cosa es quizá menos evidente en Halil, el melancólico pero sereno nocturno para flauta, orquesta de cuerda, percusión, arpa y (los únicos instrumentos de viento incluidos además de la flauta solista) flauta alto y flautín, dedicado al joven flautista israelí Yadin Tanenbaum, trágicamente fallecido en la guerra de 1973 cuando apenas se asomaba a la edad adulta. En esta obra, el dodecafonismo está más presente que en muchas otras de su autor.
Lució en ella su bien conocida clase Juana Guillem (Catarroja, 1962), solista de la Nacional desde muy poco después de que se estrenara (1981) la obra de Bernstein, por parte del legendario Jean-Pierre Rampal, con el compositor al frente de la Filarmónica de Israel (con quienes también la grabó para DG). Brilló el hermoso sonido de la excelente flautista valenciana, y su capacidad para extraer sutiles matices, colores y efectos en la compleja partitura, inundada de indicaciones de cambio de tempo y efectos diversos (flutter, glissandi…) siempre traducidos con precisión. Espléndidos igualmente Álvaro Octavio y Miguel Ángel Angulo como solistas de flauta alto y flautín, respectivamente. Cuidado acompañamiento de la Nacional, con especial mención para la percusión. El éxito fue grande y Guillem regaló, junto a su hermano Juanjo, que la acompañó desde dicha sección, la Pieza de concurso de Gabriel Fauré, dibujada con exquisita expresividad.
Del propio Bernstein, escuchamos a continuación los Salmos de Chichester, que, como señalé en la reseña de la semana anterior, no son tan habituales en los programas, pero, en esta ocasión, han coincidido con su programación reciente en la temporada de la Sinfónica de la RTVE. Se mueven estos salmos en una dirección musical bien diferente, evidentemente tonal, pero siempre con esa particular chispa rítmica y ese colorido instrumental tan especial que transpira en toda la música de su autor. Originalmente concebida para un coro enteramente masculino con voces blancas (incluido el solista, para el que la partitura tiene una indicación bien explícita: boy solo) hoy se interpreta (y el propio autor lo hizo en más de una ocasión) como la escuchamos ayer: con coro mixto y contratenor solista. Bernstein especificó la posibilidad (que no preferencia) de sustituir las voces blancas de niños por las de mujeres, y también la de emplear solistas del coro (como aquí: Paloma Friedhoff, soprano, Marta Caamaño, alto, Federico Teja, tenor y Álvaro de Pablo, bajo) para los breves pasajes solistas, con excepción del más significado del segundo salmo, para el que Bernstein indica con claridad que “no debe ser cantado por una mujer” y que las opciones son un niño o un contratenor.
La interpretación escuchada ayer tuvo un dibujo de plausible brillantez en ritmo y colorido en el primer salmo. El segundo contó con un canto de noble belleza por parte del contratenor Wey, y una prestación coral correcta (incluyendo los solistas), excepto alguna entonación algo tirante en las sopranos. Sonó bien la Nacional, aunque con algún pasaje que pudo haber tenido más claridad en el Allegro feroce del segundo salmo. Correcto de expresión y con adecuada serenidad, el que cierra la serie, con un estupendo pasaje de los chelos solistas, Ángel Luis Quintana y Josep Trescolí, en el tramo final.
La directora invitada de la ocasión, la mexicana Alondra de la Parra (Nueva York, 1980), en su tercera comparecencia en este rol al frente de la ONE (la primera en 2019 y la segunda el pasado año, 2021), eligió esta vez para la segunda parte una obra bien trillada, de las de gran repertorio: los Cuadros de una exposición de Musorgski, en la orquestación de Maurice Ravel, la más conocida y difundida de las más de veinticinco orquestaciones que existen de la obra. En las anteriores visitas, el repertorio de De la Parra había incluido música de Revueltas, Márquez, Gershwin, Bernstein, Copland y Milhaud.
Quizá más nerviosa que en dichas ocasiones, rodeada de una expectación y cobertura mediática un tanto insólitas, la mexicana introdujo el concierto en un vídeo más voluntarioso que acertado, en el que, después de mencionar que se ejecutaría la orquestación de Ravel, decía que Musorgski compuso el original pianístico y luego “hizo la orquestación”, lapsus de consideración que sin duda debió evitarse (el compositor nunca orquestó esta partitura, que de hecho solo fue editada como obra para piano, de forma póstuma).
La mexicana es directora que vive la música con indudable entrega. Se percibe ello en el gesto, muy extrovertido y de indiscutible impacto visual para el público, aunque, partitura en mano, y a la vista de los resultados, cabe la duda de hasta qué punto es de nitidez y variedad expresiva suficiente para los músicos. Por otra parte, la orquesta, lo hemos repetido muchas veces, está en un estupendo estado de forma y suena francamente bien, más allá de que esta o aquella batuta extraiga el mejor partido de los fantásticos músicos que la componen.
Lo escuchado ayer respondió a una interpretación de diseño general plausible, con tempi que parecieron elegidos con buen sentido y equilibrio, incluyendo el nada apresurado y solemne de la grandiosa Gran Puerta de Kiev que cierra la obra. Como cabría esperar, lucieron buena parte de los solistas, desde flauta, oboe y clarinete hasta el espléndido trompetista Manuel Blanco en Samuel Goldenberg y Schmuyle), y caben pocas dudas sobre la brillantez en el tramo final de la obra, el gracejo del Ballet de los polluelos o el simpático alborozo de Tullerías.
Otros números, sin embargo, echaron de menos más sutileza y más fino trabajo desde el podio. Gnomos debió tener un retrato más nítidamente articulado del diseño básico y reiterado de las seis corcheas, como también una más evidente retención de tempo cuando se demanda “meno vivo” apenas tres compases tras el inicio, y ciertamente una ejecución más clara en los compases finales, que parecieron un tanto embarullados.
El viejo castillo, por su parte, con una ejecución en casi constante forte del saxo, poco consistente con la indicación molto cantabile, con dolore, y menos aún con una dinámica en la que predomina la indicación piano, quedó en buena parte ayuno de la doliente tristeza que acompaña a la música (y al inteligente recurso de Ravel al saxo para retratarla). Bydlo, bien planteado en lo que al tempo se refiere, echó en falta una mejor gradación del crescendo que se plantea hasta su clímax y del decrescendo que sigue luego hasta su cierre, y también una más sutil traducción de los pp indicados en su inicio.
Sutileza que también se echó en falta en la traducción de Catacumbas-Cum mortis in lingua mortua, que parecen demandar (y los metales de la Nacional son perfectamente capaces de ello) una mayor anchura de solemnidad y clima tenebroso. El acorde final de Catacumbas pareció excesivamente desequilibrado en favor de la tuba. Hubo indudable vibración en La cabaña sobre patas de gallina, más que claridad de articulación, y se habló ya de la acertada grandeza del tramo final de la obra, aunque el balance sonoro, sin perder brillantez, pudo haber tenido mejor equilibrio, y el grandioso crescendo (como antes en Bydlo), una gradación más cuidada. Interpretación, en fin, de más brillante colorido que sutileza expresiva. Fue recibida, en todo caso, en un clima de caluroso entusiasmo y gran éxito.
Rafael Ortega Basagoiti