MADRID / Cumpleaños feliz, Herr Beethoven
Madrid. Círculo de Bellas Artes. 16-XII-2019. Ciclo Beethoven actual. Eduardo Fernández, piano. Obras de Beethoven, Ligeti y Paus.
Ayer, 16 de diciembre, era el presunto 249 cumpleaños de Beethoven, como recordó oportunamente Eduardo Fernández antes de regalarnos, como segunda propina, un bien elaborado collage donde el primer tiempo de la sonata Claro de luna maridaba con finura, como dicen ahora los expertos gastrónomos, con un dibujo amable y tierno del inevitable Cumpleaños feliz. Digo lo de presunto porque, en realidad, asumimos que Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 sin una evidencia sólida. Sabemos que fue bautizado el 17 de diciembre y creemos que la fecha de nacimiento fue el 16 porque la norma en aquel momento decía que había que bautizar a los neonatos dentro de las primeras veinticuatro horas del nacimiento. Pero también entendemos que los familiares de Beethoven cumplieron la norma, e igual eso es mucho asumir. Anécdotas aparte, el cierre para el recital del madrileño en el ciclo Beethoven actual fue indudablemente afortunado.
Como ya señalé en mi reciente reseña sobre su concierto con los fortepianos Broadwood en el ciclo de la UAM, Fernández es pianista de sólidos medios y bien asentado criterio. Su acercamiento a las partituras es siempre musical, con un cuidado exquisito por la calidad sonora, graduando con inteligencia y adecuada discriminación la dinámica y manejando con acierto la agógica. En las tres sonatas beethovenianas ofrecidas (nº 10, 11 y 18), sus f y ff nunca fueron (como si lo son en algunos otros pianistas) más que eso. Los acentos tuvieron la incisión justa para dibujar el temperamento beethoveniano, pero sin llegar nunca a la estridencia percusiva, más propia de músicas posteriores. Que a Fernández no le falta contundencia cuando se precisa queda bien patente cuando la despliega ante la demanda (como tantas otras veces, un tanto exagerada) de Ligeti, de hasta seis f en cierto momento de su cuarto Estudio (el que cerró el programa). Pero no en Beethoven, que tuvo en todo momento el grado justo de brío y energía, pero sin perder nunca la redondez y belleza de sonido, ayudado también por un manejo justo del pedal. Encomiable el respeto escrupuloso por todas las repeticiones (alguno de sus colegas hasta ahora ha omitido algunas) y envidiable demostración de memoria al ejecutar el recital íntegro sin partitura (será porque yo no la tengo tan desarrollada, pero a mí me parece casi inverosímil, y más cuando hay en él músicas tan complejas para ese asunto como las de Ligeti y Paus).
En la primera de las sonatas ofrecidas (nº 10) sacó el máximo partido posible de una partitura de las más elegantes y amables del ilustre sordo, y especialmente en el delicioso (en mi opinión lo mejor de la obra) Andante. Notable igualmente la lectura de la comprometida Op. 22, dibujada con brío en el tiempo inicial, hermoso canto en el Adagio, refinada elegancia en el minueto e inquieta gracia en el animado final. Lo mejor de la última, la Op. 31 nº 3, vino de la mano del elegante, bien cantado minueto (con un Trio especialmente afortunado) y un animado, muy bien articulado Scherzo. Tuvieron la energía adecuada los movimientos extremos, por encima de algunos roces en la ejecución.
Excelentes los dos Estudios de Ligeti, los números 18 y 4 de la serie, el primero un canon trepidante que concluye, casi de manera inesperada, de forma tranquila, y el segundo, un dibujo rítmico casi obsesivo que amaga con crecimientos que no alcanzan la contundencia hasta muy cerca del final, pero que finalmente se apaga en un casi enigmático desvanecimiento. Presente el autor, se recibió con calor el estreno madrileño del Estudio para uracilo de Ramón Paus, un curioso homenaje a la base nitrogenada que forma parte del ARN (sustituyendo en él a la timina, que ocupa su lugar en el ADN), que incluye algún pasaje en el que podrían apreciarse ciertas resonancias próximas al mundo onírico de Satie, aunque la página termina con un contundente ataque con el puño, en el mejor estilo “cluster”.
El éxito coronó el muy interesante y bien realizado recital, y Fernández recuperó como primera propina la gran fantasía titulada Souvenirs de Beethoven de Thalberg, que también ofreciera hace unas semanas en el recital mencionado. Tiene el madrileño más aprecio que yo por la pirotécnica y prolija página que discurre especialmente sobre motivos del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía, aunque también encuentra, en su largo curso, lugar para la inserción de citas de otros puntos de la misma obra y de los dos últimos tiempos de la Quinta. El brillante virtuosismo demandado por Thalberg fue recibido con alborozo por el público que llenaba la sala y disfrutó de lo lindo. Pero creo que el cierre más adecuado fue el maridaje mencionado al principio de esta crónica. Una velada muy disfrutable, en verdad.
Rafael Ortega Basagoiti