MADRID / Cuatro pianos como cuatro tanques

Madrid. Centro Centro. 20-IV-2023. Melaine Dalibert, Stephane Ginsburgh, Nicolas Horvath y Wilhem Latchoumia, pianos. Obras de Julius Eastman.
Hay conciertos de música contemporánea que se tornan en tiros en el pie (algunos bastante predeciblemente) para programadores y para el público. Y hay otros, pensados con ambición y riesgo, que se anticipan como acontecimientos y que explican por qué hay músicas recientes y ya imperecederas; que argumentan en definitiva cómo la música de vanguardia (resignifiquemos el término) genera encendidas pasiones y controversias. Este programa de la sexta edición del ciclo Vang, en CentroCentro, corresponde al segundo bloque.
Escuchando una obra de repetitivismo masivo y violencia casi rock como Evil Nigger (1979), estando inmersos en esas oleadas repiqueteantes cuya resonancia se expandía por toda la sala, resultaba difícil no generar pensamientos en torno a Eduardo Torrico, redactor jefe de esta revista, que fallecía horas antes. No se me ocurre una música quizás más alejada de sus intereses que esta, pero cada uno rememora a su equipo como mejor sabe o puede. Inmersos y empequeñecidos por la cuádruple apisonadora pianística, el legado de Julius Eastman (1940-1990) lleva años resurgiendo desde el olvido y gozando de nuevas audiencias.
Con obras de clara ambición política (en sus títulos) y rudezas incluso panfletarias (los gritos de uno de los pianistas en Evil Nigger) hay en el catálogo del compositor estadounidense una autenticidad que explica que este lleve años siendo objeto de estudio, interpretaciones y grabaciones. Quien murió solo y muy al margen de un sistema académico que le dio la espalda contemplaría hoy cómo nuevas generaciones de músicos hacen renacer unas obras que se adscriben sin pudor a un minimalismo radical mucho más hipermusculado que las austeras páginas pianísticas para teclados de Reich y Glass.
Los cuatro pianistas convocados en esta cita han fijado previamente en disco la música de Eastman (Sub Rosa) y todos ellos se caracterizan por su intensa dedicación a la música actual. Dalibert, Ginsburgh, Horvath y Latchoumia, durante casi dos horas, desaparecieron entre fases que parecían retar al reloj y el copioso todo sonoro, pese a su insistente virulencia, llegaba a compactarse tanto en determinados pasajes que lo minimalista, lo pulsante, parecía claudicar ante el drone. ¿Qué quería Eastman que oyésemos, cada uno de los teclados en su fiera individualidad o la violenta bruma que estos provocaban?
Gay Guerrilla (1979), segunda de las piezas, es la más calmada (calmada quizá sea exagerar) de las tres, sí es la que posee un material más dramático, en la que se percibe con mayor nitidez como el contenido se va regenerando. Termina con una cita musical del himno de batalla luterano A Migthy Fortress is Our Good que los cuatro pianistas subrayaron con especial énfasis. La obra funciona ejemplarmente como bisagra entre la ya citada Evil Nigger y la que concluyó el programa, Crazy Nigger (1978), también la más extensa (una hora). El músico afroamericano planteó aquí una partitura expansiva y delirante en la que los pianistas, en su tramo final, golpean las teclas rítmicamente casi en estado de enajenación. Eastman aborda los pianos como objetos de los que extraer el sonido más rudo y resonante posible, cuatro pianos como cuatro tanques disparando cascadas de notas en las que no hubo resuello a lo largo de una obra que, cuando parece que va a morir, vuelve a recargarse de munición. Experiencia tan extenuante como absorbente. De todo esto va la música de nuestro tiempo.
Ismael G. Cabral