MADRID / Magnífica sorpresa
Madrid. Fundación Juan March. 29-III-2019. Francesco Corti, clave. Obras de D’Anglebert, Forqueray, Couperin y C.P.E. Bach.
Por mucho que uno quiera, es difícil aislarse de la mercadotecnia y el escaparate discográfico cuando se acude a un concierto. Lo habitual es que el oyente —al menos, el avezado— tenga referencias del intérprete y lo haya escuchado en disco, de forma que, hasta cierto punto, acuda sobre seguro, aunque esta supuesta seguridad ocasiona, a la postre, frecuentes decepciones por el lamentable —aunque en Madrid demasiado frecuente— recurso al bolo por artistas de relumbrón. Pues bien, en esta ocasión ha sucedido exactamente lo contrario. Y no es que Francesco Corti sea precisamente un desconocido. Es continuista en varios renombradísimos conjuntos barrocos, con quienes ha grabado bastante, pero a solo tiene una discografía exigua y muy poco difundida. Aunque, ciertamente, lo que le falta de pública exposición le sobra de currículo, como puede uno comprobar echando un vistazo a su página web. Todo este —seguramente innecesario— preámbulo pretende ayudar a resaltar el placer que supone entrar a un concierto con pocas expectativas (aunque expectante) y salir encantado y lamentando solo lo breve que se ha hecho el recital. Porque Corti sorprendió con una calidad y una profesionalidad más allá del elogio.
El programa, hay que decirlo, se prestaba a ello, centrado en el repertorio fabuloso del clave francés. Aunque, claro, la música será todo lo buena que uno quiera, pero, como no se toque como se debe, queda maltrecha sin remedio. Bien se sabe que la música francesa exige siempre un clavecinista a la altura, tal es su fragilidad. Y Corti mostró un magnífico conocimiento del estilo. O, por mejor decir, de los estilos, porque saltó de la complejidad ornamental de D’Anglebert a la dureza, casi rudeza de Forqueray, con igual éxito. Por no hablar de su sublime Couperin, donde logró destilar esa complejísima mixtura que sólo unos pocos alcanzan, demostrando una profunda comprensión del arte del parisino. El Decimotercer orden del Segundo libro es uno de los más célebres y también complejos. Se abre con la delicia de Les Lis naissans, sigue con el bellísimo rondó Les Rozeaux y culmina con una de las piezas más desoladas de Couperin, L’Âme-en-peine, con el interludio nada menos que de Les Dominos, donde caracterizó de manera excepcional cada una de las micro variaciones. Para culminar, una fantasía y las Variaciones sobre las folías de España del segundogénito bachiano. Hizo gala a lo largo de todo el recital de una técnica excepcional, sin apenas notas falsas, lo que, habida cuenta de cierta tendencia a la velocidad, resulta llamativo en composiciones tan colmadas de exigencias técnicas. Hizo gala de exquisito fraseo y precisa articulación, con escueta, aunque suficiente flexibilidad rítmica. Sólo algo más de reposo y un uso más extenso de los silencios privó a L’Âme-en-peine de convertirse en antológica. De propina, un Tic-toc-choc absolutamente perfecto, pues combinó una técnica impoluta con sentido rítmico y el encanto naif que envuelve la pieza.