MADRID / Judith Jáuregui: Creciendo a ojos vistas

Madrid. 17-II-2020. Círculo de Bellas Artes. Teatro Fernando de Rojas. Ciclo Beethoven actual. Judith Jáuregui, piano. Obras de Beethoven, Ligeti y Greco.
Del quinto concierto del ciclo Beethoven actual se ocupaba la joven donostiarra Judith Jáuregui (San Sebastián, 1985), “artista Bösendorfer” y que ayer utilizó el modelo 280 Vienna Concert para su recital. Complace a quien esto firma reseñar la gran satisfacción que le produjo el concierto de ayer, por varias razones, pero la principal es destacar la gran y positiva evolución que el pianismo de la vasca ha experimentado en muy poco tiempo. Entre la Jáuregui que vimos el año pasado en otro concierto del CNDM y la de ayer hay una diferencia grande, incluso me atrevería a decir que inesperada por el tiempo transcurrido. Creo un acierto su elección (más allá de que sea, como señalé antes, “artista Bösendorfer”) del instrumento, y lo creo más aún en función, precisamente, de esta música y del acercamiento a la misma que ayer ofreció Jáuregui.
La vasca afrontaba un programa denso, con cuatro sonatas de Beethoven (nº 2, 4, 13 y 25, bien es cierto que ésta, de más ligera dimensión, y de hecho titulada por el compositor como Sonatina), dos estudios de Ligeti (nº 11 y 12 de la serie) y el estreno madrileño de Study in stride de José Luis Greco. Ya fue evidente en el primero de los Estudios de Ligeti, el nº 11 “En suspens”, que Jáuregui había ganado, y de qué manera, en la riqueza de su paleta sonora, respondiendo su lectura a las mil maravillas a esa demanda del autor: andante con moto, avec l’elegance du swing. Tuvo, en efecto, la obra, elegancia y sutileza tímbrica exquisitas.
La primera de las Sonatas beethovenianas, la “haydniana” Op. 2 (aún del grupo de las dedicadas al autor de La Creación) nos llegó en una interpretación animada, ágil, de impecable articulación, pedal justo y cuidada intensidad, con energía en los acentos y rica variedad en el matiz, pero con una sonoridad siempre bella. A destacar, tras el animado y vitalista movimiento inicial, el delicioso Largo appassionato, expresivo pero nunca caído, pero sobre todo el elegante y grácil rondó final.
El segundo Estudio de Ligeti, el nº 12 “Entrelacs”, marcado Vivacissimo molto ritmico, sempre legato con delicatezza, respondió con envidiable precisión a dicha indicación, con contrastes dinámicos perfectamente dibujados (algún paso súbito desde ffff hasta pp realizado con perfección nada fácil en el contexto de un tempo rápido).
La primera de las sonatas apodadas quasi una fantasía, decimotercera de la colección beethoveniana y primera del Op. 27, cerró la primera parte en una interpretación en la que Jáuregui logro una continuidad y consistencia excelentes en la variedad contrastante que Beethoven introduce, ya desde ese inicio en el que, en efecto, transita por los terrenos de la fantasía con un movimiento que, de forma insólita, trae la forma de rondó al inicio de la composición. Incisivo, de contagiosa energía, el scherzo, de nuevo con contrastes bien resaltados y con el juguetón impulso rítmico debido. Hermoso y expresivo canto el del adagio con espressione, admirablemente delineado, y estupenda transición (de ida y vuelta, porque el retorno al mismo poco antes del arrollador final fue también estupendo) al allegro vivace, que tuvo todo el nervio y júbilo deseables.
Comenté antes que la Op. 79 no está entre las sonatas más elaboradas del genial sordo, como queda en evidencia en el limitado desarrollo del primer movimiento, a años luz de lo conseguido por Beethoven en otras obras, y sin ir más lejos, en la casi contemporánea e inmediatamente posterior Les Adieux, una de las más bellas de la colección. La vasca sacó el mejor partido de la partitura, especialmente del andante central, que creo que constituye lo más apreciable de la misma.
Sobresaliente también la última de las sonatas, la op. 7, que tuvo en manos de Jáuregui un brío envidiable en el movimiento inicial, íntima expresividad pero también hondo dramatismo en el bellísimo Largo con espressione, dejando hablar con elocuencia a los silencios y resaltando con crudeza los contrastes que posee, y una elegancia y belleza tímbrica muy especiales en el rondo final, con muy intensa traducción del tormentoso, casi obsesivo episodio central.
En todo momento disfrutamos de manos de Jáuregui una sonoridad bella, llena y bien matizada, que nunca se asomó a la dureza y extrajo, como antes apunté, el mejor partido de la cualidad dulce, cantable y cálida, del sonido del Bösendorfer. Tuvo así Beethoven todos los ingredientes que cabe esperar en una fiel traducción de su música: intensidad, contraste, energía, vitalidad, elegancia, intimidad, drama y hasta juguetona gracilidad.
La velada se cerró con el estreno madrileño del Study in stride de José Luis Greco. Sobre la obra señaló Jáuregui en breve parlamento sus conexiones con el Jazz y el rock, y, en efecto, sobrevuelan sobre la partitura resonancias que bien podrían ser de Joplin, pero, por momentos, incluso asomándose también a otros climas, alguno tal vez cercano al impresionismo. La tradujo Jáuregui con convencida intensidad en el dibujo rítmico y fue recibida con entusiasmo por el público que llenaba la sala y que aplaudió a autor (presente en la misma) y pianista con calor.
El programa era largo y fue comprensible que, pese al éxito grande, se optara por no ofrecer propina, que por otra parte hubiera quizá sido inconsistente con que varias repeticiones beethovenianas habían sido omitidas, supongo que precisamente por mor de la extensión del concierto.
El resumen, en todo caso, es fácil: concierto sobresaliente y mucha, mucha satisfacción por comprobar la grande y positiva evolución de la pianista vasca en muy poco tiempo. Jáuregui está creciendo como pianista a ojos vistas, y ayer eso fue muy evidente.