MADRID / Cosmos & Friends, sinfonismo a ocho
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 5-X-2023. Cuarteto Cosmos. Miquel Ramos, clarinete. Dag Jensen, fagot. José Vicente Castelló, trompa. Joaquín Arrabal, contrabajo. Obras de Widmann y Schubert.
Comenzó con aspiraciones de seguir reivindicándose como un ciclo de relevancia en la programación musical madrileña el Liceo de Cámara XXI que programa el CNDM. Lo hizo con una nueva invitación al Cuarteto Cosmos acompañado en esta ocasión por otros cuatro músicos para ofrecer sendos octetos en un programa que hacía muy bien eso de dar carta de naturalidad a la música de nueva creación en el contexto de un marco habitualmente clásico como es este Liceo.
Jörg Widmann (1973) es un compositor enormemente habilidoso, virtuoso clarinetista que se reparte por igual en el repertorio y en lo contemporáneo; sus obras son un continuo ir y venir del pasado al presente, en un juego con continuas referencias y adulaciones a las músicas y músicos que admira. Esto, junto a una inventiva apreciable, y al gusto por creaciones abordables (en orgánicos y duración) le está permitiendo asomarse con asiduidad a ágoras más conservadores. Que su breve pieza orquestal Con brio, en la que homenajea a Beethoven, lleve años paseándose por las temporadas de las orquestas como preludio a alguna interpretación de obra del de Bonn da buena prueba de ello.
Sin embargo, más que una incardinación de dos lenguajes –el suyo propio y el del invocado de turno–, Widmann plantea sus composiciones no tanto como un diálogo sino como una sucesión de episodios contrastantes. Desde el unísono con el que comienza su Octeto (2004) –de ambiciones sinfónicas– se intuyó que la interpretación iría por buenos derroteros, a nivel rítmico, pero también de sonido y del trabajo realizado con este. La obra permitió a los involucrados sondear el virtuosismo dinámico y también el empaste entre los músicos, funcionando como una pequeña orquesta de cámara con las tentaciones solistas abolidas. Hay unas pocas técnicas extendidas en la partitura (fundamentalmente texturales) y, en general, el compositor alemán explota secuencias tonales con otras más claramente indagativas, si bien en ningún momento existe un coloquio real entre el ayer y el hoy. Esto no resta puntos de interés, como todo el tercer movimiento, Lied ohne Worte, quizás donde más habilidosamente se juguetea con los fantasmas del pasado, instante muy bien concluido por los acordes de la trompa de José Vicente Castelló. Tuvo también diversos pasajes para lucimiento el contrabajista Joaquín Arrabal (por ejemplo, en el terroso y espasmódico Intermezzo, también en el Finale) sin que, haciendo un vaticinio, nada de lo que aquí se nos cuenta otorgue a la página pase a la posteridad.
El Octeto (1824) de Schubert fue compuesto en pocas semanas y, pese a su carácter distraído lleno de ritmos punteados, resultó una obra de la que el compositor se sintió orgulloso. Su tono salonesco no le impide ponerse serio (como todo el prólogo al tema central del Allegro conclusivo) y, en todo caso, facultó realizar a los músicos un trabajo muy pulcro a la hora de saber alternarse en la exploración de los diversos temas y aquí sí, de dialogar de tú a tú entre solistas. El Cuarteto Cosmos se elevó en algunos instantes como un instrumento único, compactado, con un vibrato moderado, y una escenificación de los afectos muy afines a Schubert. Pero también hubo sugestiones entre, pongamos por caso, el fagot de Dag Jensen y el clarinete de Miquel Ramos. Todo fluyó con elegancia, sin desmedidos contubernios dramáticos, acaso más movidos por lo placentero y lo clásico que por excesivas coyunturas románicas.
Ismael G. Cabral
(fotos: Elvira Megías)