MADRID / Complicidad y elegancia: el soberbio Mendelssohn de Gabetta y Chamayou
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 22-II-2024. Liceo de Cámara XXI. Sol Gabetta (violonchelo), Bertrand Chamayou (piano). Obras de Mendelssohn, Brahms, Rihm y Widmann.
La violonchelista argentina Sol Gabetta y el pianista francés Bertrand Chamayou ofrecieron este pasado jueves un estupendo recital en torno a la figura de Felix Mendelssohn. Junto a partituras del genial compositor, este dúo programó una serie de obras encargadas a compositores actuales con los que colaboran habitualmente, que debían inspirarse en las Romanzas sin palabras. Esta iniciativa surge de la curiosidad por parte de Gabetta y Chamayou sobre la cuestión de saber cómo resuena a día de hoy la música de Mendelssohn en la cabeza de los creadores contemporáneos. El resultado es sorprendente, porque, como pudimos apreciar, y a pesar de las diferencias lógicas entre las personalidades concitadas, lo que llama la atención es la coincidencia en la pureza en las formas y en la escritura para ambos instrumentos y también lo evidente de la inspiración directa en la obra del alemán. Esta forma de llamar la atención sobre la figura de Mendelssohn me regocija particularmente porque siempre he defendido –de forma un tanto peregrina quizás, y con cierto ánimo de boutade, aunque con toda sinceridad también– que la posteridad no le ha perdonado nunca a Mendelssohn el ser guapo, rico y feliz. El no tener una leyenda de terribles sufrimientos (a pesar de su temprana muerte y sus trastornos mentales) y la alegría natural que desprenden tantas de sus composiciones creo que no le han ayudado a que, incluso los músicos, lo tomen como uno de los más grandes, al nivel de Schubert o Schumann. A eso se une su herencia directísima del clasicismo vienés en su concepción compositiva que lo hace menos “rupturista”, pero no por ello menos importante en el desarrollo de las formas, las grandes y las pequeñas. Así, nos encontramos con que hay unas cuantas obras conocidísimas y por detrás, un enorme corpus que no se toca prácticamente nunca (les invito a repasar por ejemplo programas de recitales de piano y a comprobar cuántas veces han escuchado Vds. algo de Mendelssohn en directo). Entre las perlas del compositor se encuentran las obras para chelo y piano que Gabetta y Chamayou han grabado y de las que en este concierto mostraron una parte.
La sesión se abrió con la Variaciones concertantes en Re mayor op. 17, obra escrita en 1829 para su hermano Paul que, además de banquero, era un excelente chelista aficionado y con quien las estrenó y tocó en no pocas soirées privadas. Desde los primeros compases quedaron patentes tanto el dominio técnico y estructural de las obra como la complicidad entre ambos intérpretes (más tarde sabría que es la primera partitura que tocaron juntos hace casi veinte años), aspectos que presidirían todo el recital. Mendelssohn pone a prueba a sus dos instrumentistas desde el punto de vista técnico y también el formal, porque la brevedad de cada variación exige estar bien asentado en el “aquí y ahora”, sin margen de error, y al mismo tiempo la fragmentación es tan grande en poco tiempo que hay que ser capaz de conferir unidad a ese, por otra parte, delicioso patchwork musical. Huelga decir que el virtuosismo de ambos está por encima de las muy resbaladizas y acechantes dificultades que plantea el texto y que incluso dio la impresión de que superarlas supone más un juego entre amigos que otra cosa. De ahí ese carácter enormemente jovial y de una elegancia sin tacha en el fraseo que imprimieron a este vendaval musical. Fantástica la realización de esos breves pero intensos cambios en el carácter, particularmente en la variación en modo menor, que aúna furor y melancolía y que tras una breve transición de alegría contenida desemboca en la brillantísima coda.
Sol Gabetta es una intérprete que destaca por la belleza del sonido que extrae a su instrumento, por la intensidad de sus versiones, siempre presididas por un buen gusto y una coherencia irreprochables y por su afinación impecable pero no tanto así por obtener un gran volumen sonoro y en esta primera parte del concierto hubo cierta descompensación con el piano, que en algunos momentos, cubrió al chelo. Dado que Chamayou y Gabetta tocan juntos desde hace casi veinte años y que la cosa quedó claramente mejorada para la segunda parte, sospechamos que este único inconveniente que encontramos durante la velada se debió a la imposibilidad de una mayor toma de contacto con la sala, que suena estupendamente pero tiene sus secretos y sus peculiaridades para quienes en ella actúan.
Siguieron dos piezas compuestas para el dúo por Wolfgang Rihm y pensadas para este proyecto Mendelssohn, como hemos dicho anteriormente: Lied ohne Worte y Verschwundene Worte. Ambas obras están lejos de cualquier artificio excesivo y se centran en el aspecto expresivo caracterizándose por un profundo lirismo que evoca ese romanticismo patente y al mismo tiempo contenido de su referente. Gabetta y Chamayou se dejaron llevar por la belleza del sonido de cada instrumento y de las resonancias de sus combinaciones y lograron un carácter íntimo y lleno de emoción.
Terminó la primera parte con la Sonata para violonchelo y piano nº 2 en Fa mayor op. 99 de Brahms en una versión que siguió las pautas de sus precedentes: dominio absoluto en lo técnico, perfecta correspondencia entre construcción formal y fraseo expresivo y tendencia a un carácter jovial y serenamente exaltado –si se me permite el relativo oxímoron–. No cabe duda de que esta obra refleja ese periodo de tranquilidad y felicidad que vivía Brahms cuando la compuso en 1886. El primer tiempo, Allegro vivace, fue abordado exactamente así, con una vivacidad incluso algo mayor de la habitual, quizá precisamente para que el suntuoso piano de Chamayou, en un tempo un poco más ligero, no ensombreciera al chelo dado el denso entramado de la escritura. A pesar de esta dinámica más rápida, hay que decir que todas las intenciones de la partitura fueron respetadas y ambos instrumentistas se entregaron para llevarnos de la primera a la última nota con una intensidad y una tensión musical perfectamente gestionadas. Interpretaron el Adagio affettuoso con una ajustada mezcla de lirismo e intensidad que nos dejó momentos de notable belleza merced al manejo fantástico del arco por parte de Gabetta muy particularmente en esas largas frases en legato con tantas notas tenidas. El tercer movimiento llegó como una ráfaga en ese Allegro appassionato cuyo tempo fue también notablemente rápido. La propia escritura de Brahms es muy contrastada entre el scherzo y el trío de este movimiento y la apuesta de Gabetta y Chamayou fue la de resaltar esta característica en una versión que prácticamente no dejaba respiro en el primero para destacar lo cantabile del segundo. Impresionante la perfecta afinación de la chelista y de nuevo, esos juegos de arco, por ejemplo esas notas tocadas casi sin vibrato al final del trío, como algo extenuado, que renace con el impulso dramático de la repetición del scherzo. El Allegro vivace fue efectivamente muy vivaz pero siempre maravillosamente fraseado y respirado, en consonancia con ese carácter de entusiasmo y alegría que impregna este breve movimiento.
Tras la pausa, la segunda parte se abrió con otro Lied ohne Worte, nuevo homenaje a Mendelssohn, en este caso de Jörg Widmann, famoso clarinetista y compositor, alumno a su vez de Rihm, que sobre un ritmo de barcarola que a veces se convierte en una especie de vals que se deshace, nos evoca salones románticos alemanes, post-románticos franceses y creí detectar, quizá bajo sugestión, salas de tango porteñas. En cualquier caso, una partitura escrita para un lucimiento técnico evidente pero sin estridencias acrobáticas y que busca sobre todo una expresión lírica que este dúo ofreció con creces.
El broche de oro vino con la Sonata para violonchelo y piano nº 2 en Re mayor op. 58 de Mendelssohn, en la que Gabetta y Chamayou estuvieron realmente soberbios. Esta obra, contemporánea en la composición del Sueño de una noche de verano (1843) es un culmen de la música de cámara y adquiere unas proporciones realmente muy importantes. Ambos músicos hicieron un alarde de elegancia y complicidad: Chamayou fue un acompañante inmejorable para una Gabetta en estado de gracia que pudo pasearse sobre esa cascada incesante de notas y sobre esa pulsación siempre danzarina y flexible que le propició el francés. La alegría incontenible del primer movimiento se transforma en un Allegretto con algo de noche de Walpurgis, con esos picados al piano y los pizzicati del chelo en modo menor, que contrastan con una sección central en la que se despliega una bellísima melodía nostálgica en modo mayor. Una vez más, el dúo dio muestras de su inteligencia formal y de su talento musicalmente dramático para extraer todo el jugo a este vaivén expresivo. La melodía pugnará de nuevo con los duendes y la noche, pero será esta última quien se lleve el gato al agua en un final que hicieron misterioso y raudo, como unas hojas que barre el viento. El tercer movimiento comienza como un coral al piano, con acordes arpegiados sobre los que una melodía que roza el recitativo grita su dolor o llora llena de nostalgia con un chelo que se pasea del grave al agudo sin cesar. Una vez más, sin esa conjunción perfecta entre ambos, no habría sido posible la justa expresión, por la dificultad de conjugar ese lirismo con la verticalidad de la escritura pianística, que debe también conseguir un fraseo coherente y amplio. Pero la sonata “acaba bien” e incluso diremos que de forma absolutamente triunfal –nos recuerda al último movimiento de su Primer Concierto para piano– y con una de esas partituras absolutamente diabólicas técnicamente para ambos instrumentos del genio Mendelssohn y la argentina y el francés nos arrastraron con ellos en un torbellino de alegría, refinamiento y música por todo lo alto. Una lección de cómo hacer música de cámara y disfrutarla.
Para agradecer el calor del público ofrecieron dos de las Canciones populares españolas de Falla. En primer lugar, la Nana, en una versión que me hizo descubrir por primera vez en mi vida un aspecto nuevo, y es que se puede pensar como si el acompañamiento del piano y la melodía fueran dos cosas yuxtapuestas, como si esa madre cantara en una habitación y a lo lejos, en la calle, se oyera algo que viene una y otra vez. No sé cómo no me había dado cuenta hasta entonces, a pesar de haberla escuchado y tocado muchas veces, perdonen si les estoy descubriendo la pólvora. Maravillosos los efectos que consiguió Gabetta acercando el arco al puente y jugando con diferentes vibratos. Y por último, un Polo fulgurante que cerró con fuego y pasión esta fantástica velada.
Ana García Urcola
(fotos: Rafa Martín)