MADRID / Colom: el sabio magisterio de la búsqueda
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 5-V-2022. XXVII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Josep Colom, piano. Obras de Montgeroult, Franck y Chopin.
Turno para la sexta presencia de Josep Colom (Barcelona, 1947) en el ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. El veterano pianista catalán, artista sensible, sabio y en la mejor plenitud de quien ha transitado una larga carrera, plantea siempre programas bien trazados y pensados. Y siendo alguien de constante inquietud intelectual, siempre buscador e imaginativo, el recital escuchado en Madrid no fue excepción a esa regla.
Lo explicó bien el propio artista en su parlamento inicial, ya convertido casi en costumbre en sus recitales. Lo escuchado ayer tenía un factor común: música compuesta en París en el siglo XIX, bien que en distintos periodos del mismo. El principio y el fin del programa tenían otra característica común: sendas colecciones de Estudios.
Abría el fuego alguien muy desconocido para el público y hasta para más de un melómano conspicuo: Hélène de Montgeroult (1764-1836), pianista contemporánea de Mozart, Haydn y Beethoven (Colom resaltó que nació seis años antes que el gran sordo; terminaría sobreviviéndole en dieciséis), y distinguida docente del naciente fortepiano. En tal papel es autora de un método de enseñanza del instrumento y, como señaló Colom, de más de un centenar de estudios contenidos en el mismo. Comenta oportunamente Arturo Reverter en sus notas al programa, y lo destacó igualmente Colom, que la música de Montgeroult (en cuya resurrección actual tiene un papel relevante Luca Chiantore) es anticipatoria de otras, muy notoriamente del Mendelssohn de las Romanzas sin palabras. Bien es cierto, sin embargo, que anticipar tiene un evidente mérito visionario o innovador, pero no presupone que en tal anticipación se alcance el nivel máximo en el camino que se está descubriendo.
El firmante tuvo exactamente esa impresión con la selección (no se dieron detalles ni en el programa ni en la explicación verbal de Colom) ofrecida de Estudios de la compositora francesa. Elegante virtuosismo, música de grata escucha y sin duda de ameno ejercicio por estudiantes. Quienes hemos pasado por los estudios de teclado sabemos bien que algunos estudios pueden resultar en extremo tediosos, y dedicamos un recuerdo al padre de Daniel Barenboim (el pianista argentino, por cuya pronta recuperación esperamos los mejores deseos, siempre decía que él no había hecho escalas porque su padre decía que ya había suficientes en los conciertos de Mozart). No es, desde luego, el caso de los Estudios de Montgeroult, que parecieron alejados del tedio, aunque también de la fina belleza alcanzada por ese Mendelssohn cuyas resonancias se anuncian.
Colom se acercó a ellos, como luego a los de Chopin, con el planteamiento de abrir algunos, o intercalar otros, con breves digresiones de cosecha propia que anticipaban el siguiente, conectaban con el anterior o ambas cosas a la vez. El catalán, además de su ya proverbial fina sensibilidad, gran sabiduría y exquisito arte, evidenció una vez más una facilidad pasmosa para extraer preciosas sonoridades del instrumento, y para dibujar un discurso tan brillante como fluido, matizado y presentado como la mejor délicatesse. Aunque Colom resaltó que no descartaba que Chopin hubiera podido conocer la música de Montgeroult y que esta hubiera podido influir en sus Estudios, a quien esto firma tal cosa se le antoja improbable, pese a que el unísono en ambas manos de uno de los ofrecidos presentaba alguna cercanía, más en el dibujo que en lo visionario del carácter, con el final de la segunda Sonata del polaco. Lo escuchado ayer parece sin duda música grata, bien elaborada y de indudable brillantez, pero no apreciamos en ella nada memorable que invite con calor a la escucha repetida.
Sí lo hace, en cambio, la segunda obra programada, recuerdo oportuno (el siguiente visitante del ciclo, Rafal Blechacz, lo hará con otra de sus obras) al 200º aniversario del nacimiento de César Franck. El Preludio, Coral y Fuga es un excelente fruto de la escueta producción pianística del organista y compositor belga naturalizado francés. Recuerda Reverter la evocación de la técnica organística de Franck en esta obra, y quien suscribe va incluso más lejos, apreciando resonancias de la sonoridad grandiosa del instrumento en esta partitura en la que los grandes y solemnes arpegios del Coral parecen estar recordando al colosal instrumento.
Colom desgranó la música de Franck con tanta intensidad evocadora como grandeza y solemnidad en el triste canto del Coral. Si hay alguna palabra que se viene a la cabeza para traducir lo escuchado esa palabra es ‘grandeza’. La interpretación la tuvo de principio a fin. Grandeza expresiva y sonora, rotunda pero nunca estridente energía en la fuga, elegancia solemne en los largos arpegios del coral. Todo ello siempre con un cuidado exquisito del sonido, que jamás, una de las grandes señas de identidad del catalán, pierde su redondez y belleza, y que despliega toda ella en una dinámica ancha y estupendamente graduada.
La segunda parte retomaba el inicio: unos Estudios, en esta ocasión los doce de la op. 25 de Chopin. Una serie que es como subirse nueve puertos de primera categoría y terminar después con tres de categoría especial. Todo un tour de force que exige un pianista de primera para ofrecerlos con garantías interpretativas y de ejecución, porque la demanda para el pianista es altísima. Pero Colom está, según se mostró ayer, en plena forma, mental y física. Retomó aquí esas conexiones entre las obras. Unas conectaban con la siguiente, otras (como la que inició la serie) anticipaban el inicio del penúltimo de los Estudios, pero también hubo alusiones a la Marcha fúnebre de la Segunda sonata, al último de los Estudios op. 10 o a uno de los Valses. Más allá de que la idea entusiasme o no, esas improvisaciones o “preparaciones” siempre están hechas con gusto.
La colección es de las que hace sudar, y de lo lindo, a quien la trabaja. No pareció costarle a Colom. Sus dedos fluyeron con envidiable agilidad y precisión desde el primer estudio, con un dibujo elegante del primero, fulgurante (y adornado con libertad en su tramo final) del segundo, cantado con emoción e intensidad el séptimo y presentados con tanta brillantez como elegancia y profundidad expresiva los tres últimos, ese final que ya te puede pillar con las fuerzas justas, pero que Colom despachó con una ejecución excelente y una interpretación, como todas las de la velada, de una intensidad y expresión sobresalientes.
Hay que lamentar algo para mí difícil de explicar: la pobre entrada de la sala sinfónica del auditorio. Inexplicable que no haya más de media entrada para ver un recital de un grandísimo pianista como es Colom en un programa de indudable atractivo. Ellos se lo perdieron. Quienes asistieron, disfrutaron de lo lindo, y el éxito fue de los grandes. Respondió Colom con tres propinas: una magnifica, sugerente y seductora interpretación de Ondine de Ravel, una hermosa lectura, expresiva pero contenida, nada exagerada ni por exceso ni por defecto, del Andante del Concierto italiano de Bach y, por último, una pincelada exquisita, una guinda fugaz: el más breve (el séptimo) de los Preludios de Chopin.
Josep Colom siempre ha sido un pianista brillante, sensible e inteligente. La veteranía le ha dado ese grado de sabiduría que le sitúa en otro nivel: el de quien nos habla desde esa tribuna que pareciera que lo conoce todo… pero que, precisamente porque es sabio, lejos de instalarse en la complacencia, aún sigue buscando. Sabedor de que, si algo no termina nunca en un artista inteligente, es precisamente la búsqueda, la inquieta curiosidad. Un recital extraordinario. No lo saben bien quienes se lo perdieron.
Rafael Ortega Basagoiti