MADRID / CND: Valores de la experiencia en la coreografía
Madrid. Teatros del Canal. 18, 19, 20 y 21-IV-2024. Compañía Nacional de Danza. Heatscape (2015): Justin Peck / Bohuslav Martinu; Le jeunne homme et la mort (1946): Roland Petit / Johann Sebastian Bach – Ottorino Respighi / Cantata (2001): Mauro Bigonzetti / Assurd y otros. Director artístico: Joaquín de Luz.
Último programa de estrenos propuesto por Joaquín de Luz (Madrid, 1976) como director artístico de la Compañía Nacional de Danza (CND) con un equilibrado mosaico de tres coreografías destinadas a plasmar -y demostrar- la versatilidad de la plantilla y su actual nivel de entrenamiento y calidad de baile, algo palpable y que ha subido notoriamente con la sistemática aplicada y el trabajo propuesto por De Luz, lo que en ballet va desde las rutinas del entrenamiento a la selección del repertorio. Ahora la CND está mejor que en los últimos 10 años.
El Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem), organismo del Ministerio de Cultura que administra a los conjuntos nacionales, ha decidido no renovar a Joaquín de Luz su contrato, lo que sí ha hecho con los directores de su agrupación gemela, el Ballet Nacional de España (BNE) y otras unidades de producción artística, como la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Centro Dramático Nacional. A día de hoy, todo son rumores y presagios, alimentados indirectamente por el silencio y poca transparencia informativa de la institución rectora. El 31 de agosto no solamente termina el contrato de De Luz y su cúpula directiva de libre elección, sino que finalizan los contratos laborales de 24 bailarines, casi el 50% de la plantilla, lo que de hecho y facto, desarticula el organigrama de CND hasta atomizarlo.
En la Sala Roja de los Teatros del Canal, sin embargo, se vivieron esta semana cuatro funciones esforzadas, donde los artistas daban todo de sí para sacar lo mejor de sí mismos y de las obras presentadas. No todo fue perfecto ni ideal, mantengámonos en un realismo prudente a pesar de que el entusiasmo lo aportaba ya, de entrada, las músicas escogidas por los tres coreógrafos, curiosamente, ninguna de ellas compuesta expresamente para ser bailada.
Podrían nombrarse aquí a una serie de bailarines que destacaron, pero se puede, al mismo tiempo, ser injusto, olvidar a alguien, solapar apenas una variación o unas frases que son parte de ese entusiasmo con que tanto los legos y profanos como los enterados salieron del teatro. Rondaba la idea de esa capacidad redentora del buen ballet para hacernos olvidar cualquier nubarrón, de arrastrarnos a un clímax de respiración y goce donde hasta no importan los argumentos, sino lo que los bailarines entregan con la forma dinámica, su saber hacer por encima de cualquier otra consideración. La poesía de la danza es inmediata y hace su ósmosis al tiempo que la música, se unen para dejarnos a merced de la emoción, esa verificación de que necesitamos tanto y a par, los alimentos del cuerpo como los del alma. ¿Y qué decir entonces a Joaquín de Luz, su equipo y a los bailarines? ¡Gracias! Este es el tipo de bálsamo que, hoy por hoy, necesitamos todos.
Empezó la función con Heatscape, un ballet con su base espumante, pero no ligero donde el coreógrafo Justin Peck usa al piano agresivamente firme de Martinu como brazo armado. Martinu tiene en su catálogo seis partituras expresamente compuestas para ballet (algunos muy utilizados por coreógrafos actuales), sin embargo, Peck ha ido a escoger el Concierto nº 1 para piano y orquesta en re mayor, H. 149, de 1925, y que el checo compuso entre dos ballets: el dinámico Who is the most poweful in the World? H. 133 (1922-23) popularizado como Foxtrot, que tiene una relación plástica directa con el concierto de marras, y Stamped (1926) o The Butterfly that Stamped H. 153 (1926) inspirado por un texto de Kipling; algo de este otro ballet también trufa los ritmos del concierto, donde el jazz y la percusión exótica crean una dominante contrapuntística. Todo esto que se oye, también se ve en Heatscape, pues Peck lo usa como apoyo y base de sus acentos, un estilo basculante entre lo aéreo y lo terrenal pulsado por la rapidez ejecutoria a que obliga la lectura coréutica. Sí, puede especularse con que allí todavía están las influyentes bases historicistas de Balanchine y del Robbins de los grupos corales que explotó tanto y más en los musicales que en los ballets “serios, pero Justin tiene otros intereses ya muy presentes y manifestados: es un hombre y un creador de otra época; refugiar la interpretación de su codificación en sus virtuales maestros de lo coreográfico de la escuela neoyorkina no es del todo orientador ni exacto.
Escribió Arthur Henry Franks a raíz del ballet Don Quijote de Ninette de Valois de 1949: “Creo firmemente que cualquier forma de artificio puede en sí misma convertirse en fuente de inspiración para otra original producción del entendimiento”. Pues eso es la segunda obra del programa de CND, un clásico moderno en toda regla que corta el aliento todavía, y así pasa desde su estreno en 1946. El joven y la muerte es un poema fúnebre, un treno cuyo ritual pasa por el desgarro lírico, la garra del “tableau vivant” surrealista y el formato de cámara. Jean Cocteau pensaba, muy en su línea, este argumento para varias tipologías de obra escénica, y está muy contrastado cómo empezó escribiendo un poema, haciendo unos dibujos, brujuleando en los ambientes de vanguardia de París para encontrar un compositor maleable y hacer una ópera en un acto (Menotti ese mismo año de 1946 estrenaba La médium y un año más tarde en 1947, El teléfono. Por su parte, Poulenc haría pocos años más tarde La voz humana basada en texto de Cocteau: sería fascinante establecer estos hilos concomitantes y hasta contaminantes, que los hay) hasta que finalmente cae en ese círculo el joven Roland Petit, culto y refinado, extremadamente sutil en algunos aspectos de sus inicios coreográficos y atado a las influencias expresivas de Serge Lifar y sobre todo de Gustav Ricaux, que además, fue el que educó y modeló las técnicas del salto a Jean Babilée, que sería el primer intérprete de Le jeune homme… y que Petit explotó, exprimió sagazmente en la lectura de su ballet. Las tres parejas de bailarines de la CND que hicieron la obra en Canal mostraron arrojo, calidad y matices muy diversos.
Cerró la velada Cantata, un ballet que su creador, Mauro Bigonzetti creó para una plantilla educada en otro orden estilístico, pero que, inteligentemente, adapta de manera modular a otros conjuntos hasta hacerla funcionar con sus fuertes efectos. Cantata poco a poco cala en el público. Se sigue viendo con cierto placer a pesar de cierto deje monocorde. Es un ballet comunicativo y que permite soltar, casi como en una terapia, todo lo que se lleva dentro. Es muy terrenal en cuanto a ese afianzado del pie descalzo en el suelo percutido, y ahí sale la vena mediterránea, solar, rozando lo expeditivo, que Bigonzetti, que es un romano de cepa (él mismo fue un bellísimo bailarín), ha sabido transmitir e instalar en su lectura; Cantata mira al sur ancestral, ese azul profundo de paleta propia (que diría David Abulafia) y a una tierra grumosa y áspera, pero dadora de vitalidad en sus misterios.
Roger Salas
(fotos: Alba Muriel)