MADRID / Cencic empaña un magnífico “Orlando”
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 26-I-2020. Ciclo Universo Barroco. Haendel, Orlando. Max Emanuel Cencic, Kathryn Lewek, Delphine Galou, Nuria Rial, John Chest. Il Pomo d’Oro. Director y clave: Francesco Corti.
El divismo canoro, ya se sabe, es una lacra en muchísimos sentidos y frecuentemente es objeto de crítica por una u otra razón. Lo peor, sin embargo, no es el mero endiosamiento de un cantante adorado por el público, colmado en ocasiones de extravagancias y exigencias ridículas. El mal se agrava realmente cuando va acompañado de una rampante falta de profesionalidad, consecuencia de la creencia de que el trabajo es para otros y que el estudio en nada aporta al ‘arte’ del personaje. Y, lamentablemente, en este concierto tuvimos la desgracia de presenciar un ejemplo rampante de esta triste realidad. Cómo fue posible que quien se presentaba como reclamo encabezando el cartel oscureciese el brillo de una versión excepcional de una de las obras maestras de Haendel deberá averiguarse preguntándolo a quienes decidieron colocarle ahí conociendo su trayectoria durante los últimos años.
Y es que, en efecto, desde que comenzó su declive vocal, Max Emanuel Cencic ha exhibido con frecuencia un preocupante desinterés por el estudio de los roles que se le han encomendado. En esta ocasión la cosa fue grave. A sus habituales problemas de volumen —algo que no le es reprochable— se unió su proverbial mala colocación, con la voz permanentemente ahogada y mal proyectada. Y, peor aun, un absoluto desinterés por lo que estaba cantando. No despegó la vista del atril en momento alguno, lo que se tradujo en una permanente falta de soltura. Cantó todo igual, sin la menor matización, así fuese un aria de furor o de sueño. Y su desconexión con la orquesta y dirección fue muy llamativa. Porque orquesta y dirección encabezaron una lectura de un vigor, fogosidad y dramatismo como pocas veces se ha escuchado. Increíble fue escuchar el contraste entre la manera en que encaraban los instrumentistas la famosa Fammi combattere —ataques incisivos, ritmos vigorosos, asertividad— y la absoluta indiferencia del contratenor. Por no hablar de la más célebre aun escena de la locura, donde Francesco Corti enfatizó las mil inflexiones que Haendel plasmó en esta pieza maestra. Frente a ello, Cencic se limitó a dar las notas, sin patetismo ni desquiciamiento alguno.
Afortunadamente, el resto del reparto brilló con gran intensidad. A mi juicio, fue Nuria Rial la gran triunfadora de la noche. Conserva intacta la pureza de su voz, pero ha ganado una barbaridad en teatralidad y color. Hizo una Dorinda modélica, ingenua, pero no blanda; delicada, pero con carácter, logrando, en compañía de sus compañeras femeninas, un maravilloso Consolati o bella, uno de los conjuntos más hermosos de toda la producción operística haendeliana.
Kathryn Lewek es una soprano todoterreno dotada de una voz pequeña con limitada proyección y defectuosa vocalización —en ocasiones podría estar cantando en chino, porque se le habría entendido igual—, aquejada por momentos de cierta falta de estilo. No obstante, cantó muy bien toda la noche en su comprometido papel, exhibió en los demás aspectos una estupenda técnica y, por encima de todo, un compromiso expresivo extraordinario, con una intensidad pocas veces escuchada.
Delphine Galou (¡qué gran Orlando nos hemos perdido!) cantó tan bien como siempre, con su bella voz de oscuros rincones, su estilo y su comunicatividad. Lo malo es que el papel de Medoro es muy poco lucido y no le permitió desplegar todo su arte canoro.
John Chest, en el rol de Zoroastro, probablemente el mejor que Haendel hiciera para bajo en una ópera, obtuvo un resultado excelente, rotundo y asertivo, con una voz suficientemente amplia y poderosa.
La orquesta respondió con absoluta maestría a las exigencias de Francesco Corti, un clavecinista sensacional que demuestra ser un director del mismo nivel. La fuerza dramática y la capacidad de matización hicieron acto de presencia a lo largo del concierto, sin un segundo de desmayo. La clase de Il Pomo d’Oro, bien conocidos en el Auditorio Nacional, es ya proverbial y la exhibieron a raudales, con un sonido bellísimo, una conjunción admirable y una potencia muy poco escuchada —con una escasa formación de 4/4/2/2/1 llenaron sobradamente el espacio de la sala sinfónica, cosa que otros no logran con conjuntos bastante más amplios—. Muy destacable la labor del bajo continuo, con Felix Knecht al violonchelo, el propio Corti al clave y, en particular, Miguel Rincón en la primera tiorba, quien hizo virguerías en recitativos y momentos reposados.
Javier Sarría Pueyo
(Fotos: Elvira Megías – CNDM)